La Marea climática
El feminismo señala que la destrucción de la naturaleza y la desvalorización del cuerpo de las mujeres tienen una raíz común, ¿son comunes las soluciones? |
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La crisis climática afecta de una manera diferenciada a las mujeres. Lo vienen documentando informes de entidades como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y ECODES ,
que revelan que ellas son las que más sufren los efectos de la crisis
climática. Los motivos van de la feminización de la pobreza a las
prácticas médicas discriminatorias que se practican en algunos
territorios. Pero el vínculo entre las mujeres y la emergencia
climática, tomada como uno de los síntomas más claros de la crisis
ecológica y civilizatoria que enfrentamos, es mucho más profundo. Hace
tiempo insiste en ello la corriente ecofeminista, que pone en el centro del debate la raíz común entre la explotación de la naturaleza y la violencia contra las mujeres.
“Las mujeres han sido naturalizadas y la Naturaleza, feminizada, concebida como una fuente de recursos infinitos: el capitalismo,
en su necesidad de expansión infinita, es una de las formas de la
voluntad de dominio patriarcal”, sintetiza la filósofa ecofeminista Alicia Puleo, que resume el ecofeminismo con dos palabras: “autocuidado y justicia global”. En palabras de Cristina Alonso, activista de Amigos de la Tierra,
“el sistema es capitalista y es patriarcal: lo uno necesita de lo otro
porque en verdad se trata del mismo régimen”. Y, por lo tanto, la
búsqueda de soluciones y el tejido de resistencias deben ir, también, de
la mano.
Ese vínculo entre el capitalismo en su fase
neoextractivista, que avanza de modo acelerado y depredador sobre los
territorios, se evidencia en el Sur global. Allí, cree la feminista y
académica argentina Verónica Gago, “los feminismos están
vinculados a las luchas antiextractivas, que son luchas campesinas e
indígenas históricas”. Desde esa convergencia de las luchas, “la noción
de cuerpo y territorio es una clave poderosa para entender por qué el
patriarcado explota y oprime algunos de ellos con especial
ensañamiento”.
El extractivismo es patriarcal
“La consigna política ‘El extractivismo es patriarcal’, que se ha
difundido en conflictos recientes, expresa la capacidad del movimiento
feminista para hacer un análisis que da cuenta de la crisis civilizatoria”, agrega Gago. Las trabajadoras rurales argentinas, desde movimientos como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), afirman que “el agronegocio es patriarcal” .
Y no debiéramos olvidar que el agronegocio, y el sistema
agroalimentario en su conjunto, es un elemento clave para frenar la
crisis climática: en 2014, un informa de la Vía Campesina calculó que entre un 47 y un 57% de todas las emisiones gases de efecto invernadero tienen que ver, directa o indirectamente, con el sistema agroalimentario.
“Sin justicia de género no hay soberanía alimentaria”, asegura, por su parte, Blanca Ruibal,
activista de Amigos de la Tierra España. Ruibal cree que el ecologismo
está cada vez más influenciado “por la fuerza de las mujeres del Sur
global, su defensa de cuerpos y territorios y sus reflexiones acerca del
ecofeminismo. Debemos preguntarnos por el origen del ecologismo europeo
para entender que ha sido un movimiento de hombres blancos y urbanos y
que, medio siglo después, nuestra apuesta es por interseccionalizar y
descolonizar el movimiento”. Así lo está demandando, añade Ruibal, la
Red de Jóvenes Amigos de la Tierra Europa: “Quieren un movimiento menos
blanco, menos masculino y más inclusivo”.
Salir de la mirada desarrollista
“Los feminismos ‘blancos’ y occidentales han tenido una mirada
desarrollista, no han sido críticos con nuestros estilos de vida”,
reflexiona Marta Pascual, activista del área de Ecofeminismo de
Ecologistas en Acción en Madrid y de Feministas por el Clima. ¿Cuál
puede ser, entonces, el rol de un movimiento en el que converjan las
demandas ecologistas con las feministas? “Debemos cuestionar el modelo
de producción y consumo, y rechazar las soluciones individualistas que
propone el sistema, para avanzar hacia soluciones colectivas”, afirma
Cristina Alonso, de Amigos de la Tierra.
“En los últimos años
ha habido un crecimiento de la conciencia ecologista dentro del
movimiento feminista”, apunta Pascual. “Cada vez hay más estudios que
documentan que la pobreza ambiental es una pobreza muy feminizada,
que ellas corren mayores riesgos cuando se ven forzadas a migrar por
emergencias climáticas; al mismo tiempo, va calando la idea de que las
mujeres son una fuerza transformadora, por su capacidad de intervenir,
de sostener los cuidados; y esto lleva a una valorización de los saberes
tradicionalmente asociados a las mujeres, que se ajustan al equilibrio
ecológico”, añade.
¿Hasta qué punto, sin embargo, estas preocupaciones han calado en el feminismo mainstream?
“Es difícil, porque el feminismo responde a cuestiones más inmediatas,
como el acoso sexual, la maternidad forzada o la violación; tomar
conciencia de la injusticia climática y de cómo nos afectará requiere
más información científica, más empatía con humanos y animales, y una
actitud decidida de prevenir el daño futuro. El feminismo mainstream no ha tomado nota aún de la época geológica e histórica tan especial que vivimos,
y por tanto, no siente la necesidad de priorizar cuestiones como la
insostenible sociedad de consumo o la destrucción llevada a cabo por las
corporaciones del agronegocio o la megaminería. Es difícil, pero no
imposible”, opina Puleo.
Antídoto contra el ‘greenwashing’
Un movimiento social donde converjan las demandas del feminismo y del
ecologismo, que ponga en el centro el sostenimiento de la vida, puede
ser, también, la vacuna contra las recetas del capitalismo verde o de
eso que llaman greenwashing; es decir, la pretensión de que con
pequeñas medidas aisladas podemos resolver el problema de la
sostenibilidad, sin poner en jaque al sistema económico en su conjunto.
Desde Argentina, Gago lo explica así: “Creo que los feminismos
territoriales, populares, disidentes son clave para profundizar estas
luchas y para evitar la captura mainstream y edulcorada que pretende imponer falacias como capitalismo verde o marketing ambientalista”.
“Las soluciones individuales son peligrosas, porque ahondan la brecha social”, resume Ruibal. Charo Morán aporta un ejemplo: “Con el Green New Deal
se transmite la idea de que cambiando la matriz energética a paneles
solares está todo solucionado, cuando sabemos que no habría minerales
suficientes para ello, y además no habría justicia social. La propuesta
debe pasar por el decrecimiento, pero eso no implica prescindir de la
calidad de vida; al revés: valorizar los cuidados, la articulación
comunitaria, el hacer cosas juntas, es fuente de satisfacción y nos
permitirá afrontar la que se nos viene. Lo colectivo es lo que nos hace
felices, los vínculos con los otros, y eso es exactamente lo contrario
de lo que nos ofrece el modelo. La felicidad está en organizarse y pasar tiempo con otros, no en un centro comercial”.
Definiendo el campo de batalla
De ahí que, el 8 de marzo de 2019, la huelga de cuidados y la huelga
laboral fuesen simultáneas a una huelga de consumo. “Lo que se pretendía
era denunciar que el sistema productivo es un campo de batalla.
Las mujeres del Sur global están defendiendo territorios que son
fundamentales para la sostenibilidad de la vida del planeta; esas
prácticas nos muestran el camino. Y nuestro camino aquí pasa por
denunciar qué es lo que hay detrás de una cadena de producción”, señala
Pascual.
Eso es algo, recuerda Cristina Alonso, “que la economía ecológica
ya venía trabajando, pero es con el feminismo que se incorpora el tema
de los cuidados, que es la base del iceberg” y muestra cómo el sistema,
para su reproducción, necesita del trabajo que realizan los cuerpos
feminizados. “Con ambos enfoques de la mano, se pueden visibilzar todas
las externalidades, que no son sólo ambientales, sino también sociales”,
abunda Alonso.
“El feminismo ha de practicar la sororidad internacional,
y eso pasa, hoy, por la ecojusticia para las mujeres que habitan países
empobrecidos”, cree Alicia Puleo. En definitiva, la convergencia entre
ecologismo y feminismo no sólo permite un diagnóstico más atinado, sino
que propone también los caminos de resistencia y previene de la
cooptación de las luchas por el sistema capitalista.
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