Editorial La Jornada
La secretaria de Gobernación, Olga
Sánchez Cordero, informó ayer que tanto el ministro presidente de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Arturo Zaldívar, como el
titular de la Fiscalía General de la República (FGR), Alejandro Gertz
Manero, aceptaron la invitación del presidente Andrés Manuel López
Obrador para incorporarse a los trabajos de la Comisión para la Verdad y
Acceso a la Justicia en el caso Ayotzinapa.
La encargada de la política interior también informó que la Comisión
ampliada se reunirá cada mes con los padres de los estudiantes
desaparecidos, además de sostener reuniones internas quincenales en
Bucareli, con el fin de revisar los avances en el caso.
Según Sánchez Cordero, existen ya adelantos importantes en las
indagatorias y se ha mantenido la coordinación con el Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) que participó en
las pesquisas a demanda de los familiares y la sociedad, por lo que hay
un optimismo oficial acerca de que
en breve tiempose aclarará el paradero de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, desaparecidos luego de los hechos de violencia ocurridos en el municipio Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014.
Sin duda es un hecho saludable que un poder soberano –el Judicial–, y
un órgano autónomo del Poder Ejecutivo –la Fiscalía–, se sumen de
manera plena a los esfuerzos de la Comisión de la Verdad, integrada en
su origen por representantes de las secretarías de Gobernación, de
Relaciones Exteriores y de Hacienda, así como por delegaciones de los
padres y madres de los estudiantes desaparecidos, y de las
organizaciones civiles que los acompañan.
Con esta ampliación se da una confluencia de factores que estuvieron
ausentes durante más de cuatro años, el más importante de los cuales
acaso sea la voluntad política de la Presidencia para esclarecer el
horror iniciado hace más de un lustro con la desaparición de los
jóvenes.
Dada esta conjunción inmejorable, cabe demandar a las autoridades que
los familiares de las víctimas y el conjunto de la sociedad mexicana
puedan conocer con exactitud, y sin dilaciones innecesarias, qué pasó
entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014 y dónde están los 43
estudiantes desaparecidos.
Es evidente que el esclarecimiento debe ir acompañado de la
reparación del daño y de la garantía de no repetición, pues sin ellas no
podrá hablarse de una aplicación cabal de la justicia en el episodio de
violación a los derechos humanos más emblemático de este siglo en
México.
Por último, es imprescindible que la investigación se extienda a
todos los involucrados en el crimen, y se confirmen o descarten las
sospechas de encubrimiento desde las más altas esferas del poder público
que enturbiaron el caso en el sexenio anterior.
Para lo anterior deberá emprenderse una revisión exhaustiva de las
deficiencias y los aspectos llanamente deplorables de la pesquisa
realizada por la extinta Procuraduría General de la República, cuya
culminación fue la impresentable
verdad histórica, sostenida hasta el final por la administración federal pasada.
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