Carlos Martínez García
En mi historial de
vida tengo varios ingresos al Reclusorio Sur de la Ciudad de México. Ha
sido mi experiencia más cercana del infierno. Durante un trimestre
visité a un amigo que debió seguir su proceso judicial encarcelado por
un sistema que, de entrada, le dio trato de culpable. Pude conocer los
mecanismos de castigo, control, extorsión y toda clase de abusos
sufridos por los internos. También vi de lejos los privilegios de
quienes tienen para pagar tratos diferenciados a los que padece el resto
de la población.
En los últimos días de enero se fugaron tres internos del Reclusorio Sur, presuntos integrantes del cártel de
Sinaloa y que serían extraditados a Estados Unidos. Autoridades
penitenciarias y del gobierno capitalino debieron reconocer que los
fugados tuvieron cómplices entre los guardianes de la cárcel, lo que
explica la facilidad con la cual evadieron las instalaciones. El asunto
debe clarificarse plenamente, de tal forma que sean exhibidos el
entramado y los responsables que se prestaron para ser el canal de la
evasión del trío delictivo.
La gran mayoría de los habitantes del Reclusorio Sur, y otros
semejantes en el país, no cuenta con recursos para comprar trato
preferencial por parte de custodios y directivos del centro carcelario.
Su camino al infierno comienza desde que un juez, al que casi nunca ven,
determina que el señalado de cometer un delito debe ingresar
preventivamente a la cárcel, no podrá seguir el proceso en libertad y lo
que sigue es enfrentarse a la lentitud y cruenta severidad del sistema
judicial que los trata, sin haber demostrado serlo, como delincuentes.
En el caso que me llevó a ingresar un buen número de veces al
Reclusorio Sur, el amigo al que visitaba tuvo el infortunio de ser
acusado falsamente por una persona prepotente que se deleitaba, con
perversidad, en sobajar a un sencillo trabajador. Un día me avisaron que
Áxel (no es su verdadero nombre) estaba detenido y lo iban a presentar
ante el Ministerio Público. Acompañado de otros amigos comunes de Áxel y
míos fuimos con el fin de conocer la causa de su detención. Mediante un
mensajero, nos comunicaron que para evitar que Áxel fuera recluido los
ministeriales estaban dispuestos a facilitar el asunto vía un generoso
donativo. Los familiares de Áxel carecían de la suma solicitada y el
círculo de amigos decidió contratar a un abogado que durante todo el
proceso cumplió honradamente con el trabajo de evidenciar la inocencia
de la víctima del abusivo acusador y acosador.
De forma por demás rápida y sospechosa (así pasa con quienes no
facilitanlo solicitado en el Ministerio Público), el querido Áxel fue trasladado al Reclusorio Sur. Como era muy estimado por gente del barrio debido a su gentileza y laboriosidad, coincidimos en los juzgados varias personas interesadas en el futuro del arbitrariamente acusado. Después de tres audiencias, en las que nunca estuvo el juez, sino que fueron presididas por una secretaria, Áxel recibió la ignominiosa orden que consistía en seguir su proceso judicial encarcelado.
Por lo menos una vez a la semana, en compañía de un buen amigo,
visitamos al entrañable Áxel en el Reclusorio Sur. Él vivió un trimestre
de horror. Con tal de no dejarlo solo y transmitirle algo de fuerza
para soportar las infernales condiciones del Reclusorio Sur aguantamos
la abulia o franca grosería de funcionarios y vigilantes carcelarios.
Nos negaron ingresar alimentos que cumplían con la normativa y cuando
nos defendimos de su autoritarismo nos intimidaron, dieron largas para
ver si desistíamos de nuestro intento de compartir la comida con Áxel y
otros reclusos con quienes hizo amistad, pero no desistimos. Los
visitantes disimulábamos la indignación que nos invadía al comprobar el
deterioro del Reclusorio Sur, la suciedad que se desbordaba, pestilencia
por todas partes y conocer de primera mano la exigencia de cuotas a los
internos y las golpizas por no cooperar.
Los irónicamente llamados Centros de Readaptación e Inserción Social
en la práctica tienen objetivos punibles y hacen sufrir cotidianamente a
quienes están hacinado(a)s. Funcionarios venales, custodios corruptos y
la ley del más fuerte se conjugan para vejar sin miramientos a los más
vulnerables. Para nada son lugares en los que se prepare a sus
habitantes para reinsertarse socialmente. Las instancias judiciales
recluyen por meses o años a personas que deberían seguir su proceso en
libertad. Las autoridades se confabulan con los grupos que dominan las
cárceles y envilecen, martirizan hasta la indecencia a los desdichados
que día con día ingresan a crujías en las cuales cada metro cuadrado ya
está habitado por alguien.
Parte de la radiografía de la sociedad, el funcionamiento de sus
entrañas es mostrada en el sistema carcelario. El nuestro es
ignominioso, una tortura no solamente para los encarcelados, sino
igualmente para sus familias, sobre todo de los más pobres. Ingresar
allí es lo más parecido a estar en el averno.
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