El feminicidio
indignante de Ingrid Escamilla, se multiplicó ante una falta de reflexión y de
ética en el actuar de medios de comunicación, y la corrupción de las
autoridades.
Por ello hay que
detenernos, volver a llamar a la reflexión, para romper la normalización que
hemos hecho de esto desde hace años, y que hoy tiene una fisura hecha por las
ciudadanas quienes exigen un trato digno y respetuoso para las víctimas.
Me pregunto qué
pasaría si cualquiera de quienes leen estas líneas abriera un periódico,
consultara en línea su versión digital o visitara alguna red social y se
encontrara con la noticia que su hermana, prima, tía, sobrina o hija, es decir,
que una mujer de su familia, cercana a ella, querida por ella, fue asesinada.
Imaginemos el
impacto, si además, encuentra imágenes del cuerpo postmortem, lastimado
profundamente, si sobre éste se generan memes y supuestos chistes sobre ella y
la forma en que la mataron, si se le cuestiona por lo que hizo o por lo que no
hizo, por su vestimenta, su edad, su físico, sus formas de divertirse, los
horarios y un largo etcétera. ¿Qué dolor les quedaría? ¿qué sensación quedaría
para ustedes y su familia, sus amigos, su entorno?
Periodísticamente
hablando, cuando se coloca como noticia el parte policial del crimen, la imagen
del feminicidio tomada por una autoridad corrupta, los prejuicios sexistas ¿dónde
queda la investigación, la profundidad, el interés público, la responsabilidad
social, la ética periodística?
Como dice
Kapuscinski, cuando en periodismo se transmiten los prejuicios se aleja de la
realidad.
Y puede parecer
que es intrascendente pensar, problematizar sobre esto porque finalmente lo
hemos visto, lo hemos vivido durante cientos de años a tal grado que parece
normal, aunque nada de esto lo sea.
Se ha enseñado en
el periodismo tradicional que la violencia contra las mujeres se aborda como “un
parte de guerra”, donde las víctimas son las mujeres y los vencedores los
agresores.
Como dice Svetlana
Alexiévich,
periodista bielorusa, en su maravilloso libro la “Guerra no tiene rostro de
Mujer”, se narra a partir del poder desplegado, traducido en número de bajas,
en el tipo de armas usadas, en la dimensión del daño ocasionado.
Narrarlo así
deshumaniza la tragedia, tal cual se hace en el abordaje del feminicidio. El
trato al feminicidio de Ingrid Escamilla deshumanizó a la víctima y se
concentró en la dimensión del daño ocasionado, en el tipo de arma usada. Como
un parte de guerra que oculta el horror, que insensibiliza al resto de la
población, que normaliza los daños, que justifica la violencia y al violento. Y
con el detalle de la narración escabrosa, se construye pedagogía de la crueldad
hacia las mujeres.
La vida de las
mujeres debe ser tratada desde la paz de los Derechos Humanos. Es necesario que
los medios dejen de dar partes de guerra y que construyan un periodismo de paz,
que respeten la dignidad de las mujeres, que hablen desde la humanidad y sus
derechos.
Que se exija el rigor periodístico que ponga luz en los mecanismos
sociales, políticos, económicos y culturales, que reproducen y alimentan
el odio hacia las mujeres. Que detenga el regodeo de las mujeres
víctimas y la disculpa a los agresores. Que interpele al poder masculino
y la inoperancia del Estado.
Este mundo tiene
demasiado dolor y horror para que desde el periodismo se siga alimentando.
El periodismo de
paz para las mujeres implica garantizar
los controles necesarios para que dentro de la cadena de la producción
informativa, desde quien reportea, quien decide qué se cubre y cómo, hasta
donde se toman las decisiones de la jerarquía informativa, compartan el mismo
principio: el respeto de la dignidad de las mujeres.
Por justicia social y porque la sociedad está cambiando, si
los medios quieren superar su crisis, necesitan transformar su mundo.
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