En lEspaña y Bélgica se realizaron ayer sendas manifestaciones para protestar por la obligatoriedad del uso de cubrebocas, en rechazo al desarrollo de vacunas para prevenir el Covid-19 y en contra de la tecnología 5G, el sistema de telecomunicaciones de nueva generación que está siendo instalado en varios países.
as capitales de
Protestas similares han tenido lugar en otros países, alentadas por inusitadas coaliciones informales entre sectores políticos de ultraderecha, opositores a un
nuevo orden mundial, pretendidos ambientalistas y hasta figuras de la farándula, como el cantante Miguel Bosé.
A principios de este mes tuvo lugar en Berlín una concentración masiva de motivaciones similares y que terminó en una violenta confrontación contra la policía.
No hay en esas movilizaciones más postura común que el rechazo a las políticas públicas de salud para mitigar la pandemia de Covid-19, ya sea porque ese virus
no existe–y supuestamente es utilizado como distractor ante problemas políticos locales–, porque las pruebas
no sirveno porque las disposiciones sobre el uso de cubrebocas conllevan
una auténtica torturay
atentan contra la libertad individual.
En ellas se ha repudiado, por añadidura, la aplicación obligatoria de una vacuna que aún no existe y muchos de sus participantes sostienen hipótesis claramente delirantes, como que las mascarillas
provocan muertes por tuberculosis, que la pandemia de coronavirus es causada por la infraestructura 5G y otras formulaciones conspiracionistas.
Aunque la lógica elemental indica que no hay mejor manera de agravar un peligro que desconocerlo, y por más que no existe la menor prueba científica que permita sostener los disparatados asertos de quienes organizan esta clase de movilizaciones, lo cierto es que la crisis sanitaria en curso en el mundo y las medidas para minimizar su impacto han tenido impactos dolorosos, han colocado a amplios sectores de la población en situaciones desventajosas y aun desesperadas y tal circunstancia es terreno fértil para el surgimiento de descontentos sociales fácilmente manipulables y explotables con propósitos políticos que incluyen la desestabilización institucional.
Es claro, en efecto, que los promotores de estas marchas tienen un terreno fértil en los individuos enfrentados a la muerte de seres queridos, a la reducción o desaparición de sus ingresos, al desempleo, al confinamiento y a lo que parece ser el derrumbe súbito del orden social conocido, y bombardeados por añadidura por una avalancha de desinformación conocida como infodemia, en la que se eslabonan embustes seudocientíficos de última hora con antiguas supersticiones, como la que atribuye a las vacunas efectos perniciosos e incluso letales, y que es casi tan vieja como las primeras inoculaciones experimentales realizadas a finales del siglo XVIII.
No son las mascarillas ni las vacunas las que tienen consecuencias letales para la salud pública, sino los referidos frutos de la ignorancia o de la mala fe: confundir a la población con mentiras y falacias podría llevar a un recrudecimiento de la pandemia, en especial ante rebrotes como el que está ocurriendo en España.
Sin embargo, hay una vacuna para combatirlos: poner a disposición de la sociedad información exhaustiva, veraz, precisa y honesta sobre la crisis sanitaria en curso.
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