Qué hacemos cuando tenemos una enorme herida, por ejemplo en la
rodilla, tras una caída sobre camino de terracería. ¿La ignoramos? ¿La
tapamos con una curita? Es absurdo, ¿verdad? Y, sin embargo, eso hacemos
cuando tenemos una enrome herida por alguna pérdida.
En la entrega pasada reflexioné sobre el dolor que llega tras una
pérdida. Y prometí hablar ahora de lo aprendido para “llegar a la
playa”. Pero, permítame ahondar un poco más en el tema del dolor, porque
es sobre el que más preguntan al presentar mi libro*.
¿Qué hago? Es la pregunta más frecuente. Yo misma me la hice cuando me di cuenta que el dolor invadía cada rincón de mi vida.
Y me di cuenta que la pregunta misma encierra uno de nuestros
principales problemas. No sabemos qué hacer con el dolor. Peor aún, lo
que nos han enseñado complica todo.
En nuestra sociedad, el entrenamiento para hacer frente al dolor, básicamente es: ignora, acalla, minimiza.
Si en la infancia lloramos tras caernos, suelen decirnos: “No pasa nada, ¡levántate!”.
Entiendo que la intención es curtirnos en fortaleza, pero el “no pasa
nada” manda el mensaje que eso que sentimos es “nada” y aunque nuestro
ser nos diga que es “algo”, no debemos darle importancia.
Si en la escuela alguna amiga o amigo hace algo que nos duele
profundamente, nos dicen: “no le hagas caso”. El mensaje es: ignora el
dolor.
A veces, al entrenamiento se agrega hacernos pensar que todo es
sustituible. Si nuestra amada mascota muere, de inmediato se adquiere
otra. Si sentimos desolación porque una amiga o amigo fue cambiado de
escuela, nos dicen “harás otros amigos”. Si un amor deja de amarnos,
nuestras amistades se apresurarán a empujarnos a encontrar otro. “Un
clavo saca otro”, dice el refrán. Lo que no dice es que hacer eso va a
dejar un hueco más grande.
Estas enseñanzas son particularmente duras en los hombres desde que
son niños. La idea dominante es que “ser hombre” es incompatible con el
dolor. Eso les hace mucho daño.
Toda esta de-formación social la recibimos en todos los espacios: la
familia, la escuela, las amistades, el trabajo, la calle, los medios de
comunicación. Y la reproducimos también. Lo hemos hecho con seres que
amamos, creyendo que hacíamos bien. ¡Nos hemos equivocado!
Las pérdidas representan heridas de gran tamaño y profundidad. Con
algunas incluso sentimos que nos desangramos. Y aplicamos lo aprendido:
ignoramos, acallamos, minimizamos.
En una charla me preguntaban cómo creía que saldría México de la
pandemia por COVID-19. Y respondí: Eso depende de lo que hagamos con el
dolor, en lo personal y como sociedad.
¿Qué haría usted con la enrome herida en la rodilla, que es profunda,
que sangra, que tiene polvo y piedritas? ¡Limpiarla! (parece que le
oigo gritarme). ¡Lavarla! ¡Desinfectarla!
En efecto. Coincido. En la siguiente entrega le propongo que hablemos de limpiar la herida.
* Claves para atravesar la tormenta (Mis aprendizajes para vivir el duelo), disponible gratuitamente en portales de libros electrónicos.
contacto@cecilialavalle.com @cecilavalle
20/CLT/LGL
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