democracia de ciudadanía. Yo advertí que no estaba de acuerdo con ese concepto y, de todas maneras, se me insistió en que viera la democracia sobre el fondo de los grandes problemas sociales que ella no había sabido resolver o a cuya solución había sido incapaz de contribuir. Anticipé a mis anfitriones que no les iba a gustar lo que les diría. Afortunadamente, no fue así. Lo que sigue es una síntesis de lo que expresé en mi conferencia.
Para empezar, esa democracia de ciudadanía
es, en el mejor de los casos, un concepto tautológico, pues no hay democracia que no sea de ciudadanía o, por mejor decir, de ciudadanos. Pero es, conceptualmente, un fruto envenenado que sólo tiende a desprestigiar y descalificar a la democracia no sólo como existe, sino, incluso, como concepto político. Proviene, evidentemente, de esa malhadada idea de que la ciudadanía no existe sólo porque la Constitución y las leyes la instituyen, sino que es algo que debe irse construyendo a través de la lucha política y social. En alguna ocasión le sugerí a Porfirio Muñoz Ledo, a quien le encanta usar la expresión, que la construcción de ciudadanía
era una bandera demagógica y antidemocrática.
Su origen está en una pequeña obra que es un verdadero adefesio teórico y que constituye una reformulación más del anarquismo antiestatista. Se trata del libro de Thomas H. Marshall, Citizenship and social Classes (Ciudadanía y clases sociales), publicado en 1950. Como los pensamientos anárquicos que sueñan con una ciudadanía sin Estado o una democracia que ya no sea política, sino puramente social, abundan en el mundo y en todos los tiempos de la modernidad, no fue difícil que ese librillo tuviera un influjo internacional, en América y en Europa, amén de otras partes. Es el consuelo del activismo anarquista y una bomba puesta en todos los ámbitos de la teoría y de la vida políticas.
Yo pienso que la democracia queda siempre en el ámbito puramente formal si no se convierte en una democracia de verdad participativa, vale decir, una democracia en la que los ciudadanos pueden intervenir en todos los niveles de la vida política e institucional del país. Pero eso no cambiaría para nada sino, al contrario, reforzaría su ser político. Desprestigiar a la política y convertir a los ciudadanos en seres que no tienen contacto con ella y menos actúan en ella, es el mejor modo de abrir el paso al autoritarismo y a la anarquía y a la inevitable desintegración de la ciudadanía en intereses parciales y encerrados en sí mismos.
Se me plantearon en Morelia, antes de mi participación, varias ideas que dan la noción de la bizarría y, también, de la desesperación de esta tendencia. Por ejemplo, la democracia no ha tenido la efectividad
para cumplir con las expectativas de bienestar que generó su advenimiento. Las carencias e inequidades que resienten amplios sectores nulifican en los hechos los derechos políticos y civiles que, a su vez, son condición de un régimen democrático. Estoy de acuerdo con lo segundo, pero de ninguna manera con lo primero. La democracia, para decirlo claramente, no tiene la culpa de nada de eso.
La democracia, a mi entender, no es más que un método (el más avanzado y el mejor) de organización del Estado y de sus instituciones, mediante el cual son los ciudadanos los que deciden en todo momento cómo debe hacerse todo ello. Debe convertirse, para ser efectiva en su cometido, en una democracia participativa, en la que los ciudadanos puedan no sólo elegir, sino vigilar y echar del poder a los ineptos o a los corruptos. Son las instituciones y los hombres designados para ejercer el poder en nombre del pueblo los verdaderos responsables de que haya bienestar y libertad para todos. La democracia no fue inventada para resolver problemas económicos ni sociales y, ni siquiera, culturales.
La democracia no tiene la culpa de que los gobernantes ineptos, corrompidos, proempresariales y proimperialistas nos hayan venido malgobernando y destruyendo nuestra nación. A este propósito, se me planteó también que la lucha democrática debe ir más allá de fortalecer a nuestra democracia para que ella pueda abordar los desafíos de fondo y de contenido social
que condicionan la gobernabilidad democrática. Así que, para consolidar la democracia, ¿hay que ir más allá de su fortalecimiento y de su defensa? A este punto y en medio del pasmo que me causó semejante propuesta, tuve que decir que lo que se buscaba eran otras formas de lucha más allá
de la democracia. En ese caso, debería hablarse en plata y decir, con claridad, que la lucha política no es el camino.
En estas mismas páginas se ha escrito que el camino es la revolución y que ese camino lo está trazando López Obrador. Yo estoy con el movimiento cívico con todo lo que soy y desde el momento mismo en que comenzó a formarse. Hasta ahora me entero de que es inútil que hagamos mitincitos
de medio millón de ciudadanos en el Zócalo o de que nos lancemos por el país a organizar a quienes tienen deseos de luchar y de hacer algo por la nación y que son millones. Lo chistoso es que se nos diga que hay que tomar medidas de fuerza pero que eso no implica tomar las armas
. Nuestro movimiento es pacífico y profundamente democrático y no le anda pidiendo a nuestra democracia que nos dé de comer.
La democracia de ciudadanía
y la construcción de ciudadanía
no son más que candorosas puñetas mentales que sólo buscan obnubilar y ocultar la lucha política que nos está resultando tan fea y tan desagradable en esa espantosa realidad en la que nos han sumergido los malos gobiernos, priístas y panistas por igual. Esa horrorosa realidad sólo la podremos superar todos los mexicanos mediante la lucha cívica, pertinaz, permanente, disciplinada y creativa. Para eso también necesitamos el pensamiento teórico, en cuya esfera tenemos que dar todavía importantísimas batallas, incluso para darle a nuestro país, por conducto de nuestros representantes, mejores leyes y mejores medios institucionales.
Nuestro líder nacional ha insistido en que somos nosotros mismos quienes resolveremos nuestros graves problemas y nadie más lo hará por nosotros. Tenemos que luchar por una nueva economía y una nueva política de desarrollo, por una mejor distribución de la riqueza, por una nueva justicia para todos, por la paz social y contra la delincuencia, por una nueva política de educación y de promoción de la ciencia y de nuestro avance tecnológico, por la independencia económica y cultural de nuestra nación.
Pero todo ello dependerá de nosotros y de las instituciones que ayudemos a construir. La democracia sólo nos da los medios políticos para llevar a cabo nuestra tarea.
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