12/18/2010

La otra cara de la Navidad



Arturo Alcalde Justiniani

Suele pensarse que la Navidad es motivo de celebración para todos, que es un tiempo en el que los amigos y las familias se reúnen para compartir el pan y los afectos, también para olvidar los problemas y angustias cotidianos. Los niños, por su lado, atendiendo a la tradición, formulan sus cartas de deseos y regalos; los padres, por el otro, buscan la manera de satisfacerlos. Para los creyentes, el nacimiento de Jesús da vida a celebraciones religiosas recreadas en la historia de una familia pobre y excluida que espera en condiciones precarias la llegada del hijo de Dios.

La Navidad es también motivo de una enorme campaña comercial, las campanas tintinean por doquier buscando orientar el consumo, los restaurantes se llenan, los comerciantes grandes y pequeños tienen su mejor época, van tras los aguinaldos, los ahorros acumulados en cajas o en tandas y presionan para que se ejerzan todo tipo de créditos, sembrando la idea de que las deudas se podrán cubrir fácilmente en el futuro. En estos días los proveedores de servicios toman ventaja de las ansias de celebrar incrementando sus costos, transporte y alojamiento incluidos. Los gobernantes no se quedan atrás, adornan plazas y avenidas y preparan declaraciones apropiadas para la temporada mediante inserciones o anuncios pagados en los que aparecen en familia dando mensajes de paz y prosperidad.

Sin embargo, existe otra cara de la Navidad angustiante y desesperada. Se trata del 61 por ciento de los trabajadores ocupados que no reciben prestaciones laborales de ley, como el aguinaldo; entre ellos se encuentran los que están sujetos a contratos de honorarios, los que trabajan en micronegocios y la mayoría de los obreros de la construcción, jornaleros agrícolas, los trabajadores a domicilio y los que laboran en el sector informal o en los servicios, vendedores ambulantes, propineros y eventuales. Peor aún, los desempleados. El fin de año se convierte en un motivo adicional de frustración al no contar con los medios elementales para celebrar y responder a las peticiones de sus hijos que reclaman compartir los mismos obsequios que otros niños.

La Navidad se aprovecha en numerosos centros de trabajo para despedir empleados y evitar el pago de vacaciones y aguinaldos, también para terminar contratos temporales y tomar ventaja del ambiente de consumo; así, las historias se repiten. Algunas empresas lo tienen muy bien explorado, es el caso de Sandak, perteneciente a la trasnacional Bata, de capital checoslovaco-canadiense, que decidió despedir masivamente a sus trabajadores al cerrar abrupta e ilegalmente su planta en Calpulalpan, Tlaxcala, para elaborar el producto en las maquiladoras, también controladas por ellos, y obligarlos a laborar abaratando la mano de obra y precarizando al extremo sus condiciones de trabajo y vida. Esta empresa, productora de zapatos con olor a chicle para atraer la preferencia de los niños, confía en que las necesidades navideñas hagan su labor y obliguen a los trabajadores a recibir ilegales finiquitos y renunciar a su defensa colectiva.

Los gobiernos, tanto en el ámbito estatal como local, reproducen estas prácticas laborales vejatorias, terminando en estas fechas con los contratos de honorarios diseñados al margen de la ley para omitir el pago de la seguridad social y de prestaciones a miles de trabajadores. Con esto reducen el costo de la mano de obra en más de 40 por ciento, aprovechándose de la indefensión, producto también de la complicidad sindical. Estos trabajadores no saben aún si el próximo año les será renovado su contrato, o si engrosarán las filas de los desempleados, por lo que la Navidad se convierte en una amarga experiencia.

La Comisión Nacional de Salarios Mínimos suele agregar amargura a estos tiempos al otorgar incrementos inferiores al poder adquisitivo perdido. Este año se anuncia ya un aumento de dos pesos diarios al salario como regalo navideño. Las cifras hablan por sí mismas: 14 de cada 100 trabajadores en el país ganan hasta un salario mínimo diario, alrededor de 57 pesos; 24 de cada 100 ganan entre uno y dos salarios, aproximadamente 114 pesos; y 28 de cada 100, entre dos y tres salarios, hasta 170 pesos. Así, 66 de cada 100 trabajadores mexicanos no contarán con los recursos elementales para cubrir sus deudas y dejar algo para la cena navideña o para atender las peticiones de juguetes y regalos de los niños.

Algunos tendrán el apoyo de los que trabajan en Estados Unidos y envían parte de sus recursos para atender la necesidad de sus familias. Su aporte no es menor: el año anterior teníamos 11 millones de connacionales en ese país, lo que convierte a México en el campeón mundial de la migración, de ahí que una importante fuente de nuestras divisas provenga de compatriotas.

La situación de violencia e inseguridad que aqueja a importantes territorios en nuestro país ensombrece las fiestas decembrinas. Treinta mil muertos en los últimos cuatro años, más de 20 personas diarias fallecidas por estas causas, son cifras aterradoras que mantienen a miles de personas en un clima de temor y miedo. Ciudades fronterizas como Juárez, que fueron en otro momento espacios para encontrar trabajo y lograr mejores ingresos mediante actividades comerciales, están siendo desalojadas, los negocios cierran sus puertas y las familias con recursos suficientes cambian su domicilio al otro lado de la frontera, buscando la seguridad que no encuentran en su patria.

A pesar de todo, la esperanza sigue siendo la luz, el presente y el futuro a lo largo y ancho de la República. Es la esperanza que se nutre con la organización que hombres y mujeres diariamente construyen en el país, denunciando las injusticias, luchando por mejoras salariales, defendiendo sus fuentes de trabajo, protestando por la violencia e impunidad existentes, presentando propuestas para mejorar las políticas gubernamentales y las leyes.

Es el pueblo organizado el que mantiene la esperanza de un país y un mundo mejores, el que da vida a los mejores deseos para esta Navidad y el Año Nuevo.

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