Con todo, lo que sí queda claro es que perredistas y miembros del Movimiento Ciudadano (antes Convergencia), buscan convencer de que son la izquierda que necesita la oligarquía
Sin
la unidad plena de las fuerzas progresistas, la democratización del
país seguirá siendo una entelequia. Por lo pronto, tal posibilidad ya
se dificultó por la alianza entre el PRD y el Movimiento Ciudadano con
el PAN, en vez de hacerlo con el PT. El pretexto fue presentar un
frente en favor de la transparencia sindical en la iniciativa de
reforma laboral que se empantanó en la Cámara de Diputados. Tal
asociación política no tiene mucho futuro, tal como lo aprecia
correctamente el líder de la bancada del PRI en el Senado, Emilio
Gamboa Patrón, porque una cosa son las negociaciones políticas,
necesarias siempre, y otra la lucha por intereses de clase.
En este asunto, aparentemente coyuntural, se juega el futuro de la izquierda mexicana. Esto lo saben perfectamente los principales dirigentes de los partidos que establecieron una alianza comparable a querer mezclar el agua con el aceite. Sin embargo, ellos pretenden hacer creer a sus seguidores que si se puede lograr, para beneplácito del PRI, pues mientras los aliancistas sigan ocupados en apuntalar ese objetivo, dejarán de lado una verdadera lucha en contra de los intereses oligárquicos que defiende el partido mayoritario en las cámaras y en el Ejecutivo.
Con todo, lo que sí queda claro es que perredistas y miembros del Movimiento Ciudadano (antes Convergencia), buscan convencer de que son la “izquierda” que necesita la oligarquía, para frenar los avances de una verdadera izquierda progresista, que amenaza ya en el horizonte, al demostrarse que el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador, ha encontrado amplias simpatías y apoyos en todo el país. Se habrá de conformar como partido, luego de la asamblea nacional del 20 de noviembre. Entonces se definirán las diferencias de unos y otros.
Por lo pronto, es evidente asimismo que están fructificando los esfuerzos de los llamados “Chuchos” (a quienes se creía en franca retirada), orientados a dividir a la izquierda y frenar sus avances. Esto lo parecen entender quienes dirigen el Partido del Trabajo (PT), por eso decidieron no seguir el juego de Jesús Zambrano y Manuel Camacho Solís, quien ha sido un paciente promotor de Marcelo Ebrard desde hace más de dos décadas, y es hasta ahora que las cosas se vislumbran positivas para ambos, una vez que Ebrard decida contender por la presidencia del PRD y sea quien encabece la lucha contra el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Sería muy lamentable que así se dieran las cosas, pues los únicos beneficiados serían los priístas y sus aliados, al allanarle el camino la seudo izquierda para consolidar sus objetivos antidemocráticos y mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. La izquierda dividida volvería a un tercer sitio en las preferencias electorales, y se darían también las condiciones para que en menos tiempo pudiera construirse el bipartidismo de derecha con el que tanto han soñado la oligarquía “mexicana” y la Casa Blanca en Washington.
El PAN está actuando de manera inteligente al formalizar una alianza táctica con el PRD y el Movimiento Ciudadano, pues neutraliza el que debiera ser el objetivo fundamental de la izquierda en este momento: consolidar un segundo lugar en las preferencias electorales, arduamente conseguido gracias al liderazgo de López Obrador y a su voluntad de no rendirse ante la adversidad, tal como así lo hicieron en su momento Salvador Allende e Ignacio Lula da Silva, quienes lograron su propósito de vencer en las elecciones hasta la tercera vez que participaron en comicios muy difíciles.
La lucha coyuntural en contra de la aprobación de una reforma laboral antidemocrática es un señuelo infantil. Nada se habrá de conseguir en contra de la propuesta de la oligarquía. Se mantiene la expectativa de una posible derrota en el Congreso de tal reforma, sólo con el fin de que los panistas dividan a la izquierda y se renueven sus esperanzas de recuperar a electores conservadores que decidieron votar por el PRI en las elecciones pasadas. Esto es del mayor interés para ambos partidos, pues se afianzarían posibilidades de construir un bipartidismo que cancelara definitivamente la competitividad de una izquierda sin expectativas de triunfo.
De ahí que en los meses venideros, sea Marcelo Ebrard quien reciba toda la atención de los medios, se magnifiquen sus logros en la responsabilidad que la ONU le asignó a nivel internacional, y en su momento quede allanada su candidatura como el líder natural de una “izquierda” que no pondría en riesgo la gobernabilidad del país. Eso es lo que le harían creer a la sociedad poco informada, aunque tal posibilidad no se concretaría porque las causas de la ingobernabilidad no dependen de que la izquierda sea o no radical, sino de la dramática descomposición del tejido social, cada vez más grave y dañina para las clases mayoritarias.
En este asunto, aparentemente coyuntural, se juega el futuro de la izquierda mexicana. Esto lo saben perfectamente los principales dirigentes de los partidos que establecieron una alianza comparable a querer mezclar el agua con el aceite. Sin embargo, ellos pretenden hacer creer a sus seguidores que si se puede lograr, para beneplácito del PRI, pues mientras los aliancistas sigan ocupados en apuntalar ese objetivo, dejarán de lado una verdadera lucha en contra de los intereses oligárquicos que defiende el partido mayoritario en las cámaras y en el Ejecutivo.
Con todo, lo que sí queda claro es que perredistas y miembros del Movimiento Ciudadano (antes Convergencia), buscan convencer de que son la “izquierda” que necesita la oligarquía, para frenar los avances de una verdadera izquierda progresista, que amenaza ya en el horizonte, al demostrarse que el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador, ha encontrado amplias simpatías y apoyos en todo el país. Se habrá de conformar como partido, luego de la asamblea nacional del 20 de noviembre. Entonces se definirán las diferencias de unos y otros.
Por lo pronto, es evidente asimismo que están fructificando los esfuerzos de los llamados “Chuchos” (a quienes se creía en franca retirada), orientados a dividir a la izquierda y frenar sus avances. Esto lo parecen entender quienes dirigen el Partido del Trabajo (PT), por eso decidieron no seguir el juego de Jesús Zambrano y Manuel Camacho Solís, quien ha sido un paciente promotor de Marcelo Ebrard desde hace más de dos décadas, y es hasta ahora que las cosas se vislumbran positivas para ambos, una vez que Ebrard decida contender por la presidencia del PRD y sea quien encabece la lucha contra el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Sería muy lamentable que así se dieran las cosas, pues los únicos beneficiados serían los priístas y sus aliados, al allanarle el camino la seudo izquierda para consolidar sus objetivos antidemocráticos y mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. La izquierda dividida volvería a un tercer sitio en las preferencias electorales, y se darían también las condiciones para que en menos tiempo pudiera construirse el bipartidismo de derecha con el que tanto han soñado la oligarquía “mexicana” y la Casa Blanca en Washington.
El PAN está actuando de manera inteligente al formalizar una alianza táctica con el PRD y el Movimiento Ciudadano, pues neutraliza el que debiera ser el objetivo fundamental de la izquierda en este momento: consolidar un segundo lugar en las preferencias electorales, arduamente conseguido gracias al liderazgo de López Obrador y a su voluntad de no rendirse ante la adversidad, tal como así lo hicieron en su momento Salvador Allende e Ignacio Lula da Silva, quienes lograron su propósito de vencer en las elecciones hasta la tercera vez que participaron en comicios muy difíciles.
La lucha coyuntural en contra de la aprobación de una reforma laboral antidemocrática es un señuelo infantil. Nada se habrá de conseguir en contra de la propuesta de la oligarquía. Se mantiene la expectativa de una posible derrota en el Congreso de tal reforma, sólo con el fin de que los panistas dividan a la izquierda y se renueven sus esperanzas de recuperar a electores conservadores que decidieron votar por el PRI en las elecciones pasadas. Esto es del mayor interés para ambos partidos, pues se afianzarían posibilidades de construir un bipartidismo que cancelara definitivamente la competitividad de una izquierda sin expectativas de triunfo.
De ahí que en los meses venideros, sea Marcelo Ebrard quien reciba toda la atención de los medios, se magnifiquen sus logros en la responsabilidad que la ONU le asignó a nivel internacional, y en su momento quede allanada su candidatura como el líder natural de una “izquierda” que no pondría en riesgo la gobernabilidad del país. Eso es lo que le harían creer a la sociedad poco informada, aunque tal posibilidad no se concretaría porque las causas de la ingobernabilidad no dependen de que la izquierda sea o no radical, sino de la dramática descomposición del tejido social, cada vez más grave y dañina para las clases mayoritarias.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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