Pedro Miguel
El
sábado 3 una multitud de personas, jóvenes en su gran mayoría,
marcharon del Monumento de la Revolución al Zócalo disfrazados de
zombis o muertos vivientes en la línea de la iconografía reglamentaria
de la serie televisiva The Walking Dead y, desde antes, por el video Thriller
del difunto Michael Jackson: pieles podridas, lesiones sangrantes,
porciones del rostro arrancadas a mordiscos, perforaciones de bala en
medio de la frente, objetos punzantes clavados en el cuerpo, ojos en
blanco. Algunos de los vestuarios y efectos especiales eran
verdaderamente ingeniosos y espectaculares. Otros eran tediosos
recalentados de los disfraces comerciales de Halloween.
Ciertos asistentes se aderezaron únicamente con detalles discretos y
tímidos. Había también curiosas hibridaciones entre zombis, catrinas,
calabazas y monstruos neogóticos y punks. La mayor parte
exhibía un ánimo festivo, pero a unos cuantos no les bastaba el
maquillaje tremendista para disimular el mal humor. Algunos recordaban
las fotos de ejecutados que difunden El blog del narco y otros sitios semejantes.Miles de zombis acabaron mimetizados en la exposición de alebrijes instalada en la plancha del Zócalo, o bien congregados en torno al acto político-cultural El retorno de las ánimas, convocado por familiares de la Guardería ABC, Las Abejas de Acteal, normalistas de Ayotzinapa, el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra y el Movimiento Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad, en el cual hubo ofrendas y música en memoria de los muertos por la violencia, la represión, la corrupción y la frivolidad criminal del calderonato y del régimen en general: en memoria de los muertos que no debieron morir y que siguen presentes en el recuerdo.
Los muertos vivientes que provenían del Monumento a la Revolución son representación de lo contrario: cuerpos sin alma, instintos sin principios, amasijos de células pútridas sin más impulso que el de persistir como tales, organismos a los que les ha sido devorado el cerebro. Semejante antonimia no significa que haya habido profanación alguna en la conmemoración ni irrupción agresiva en ella. Pero no por ello la conviencia deja de ser impresionante.
El
agravio a la tradición por usos de procedencia extranjera suele ser un
espejismo porque la primera es, casi siempre, una sedimentación de los
segundos: la nochebuena
mexicanatiene orígenes palestinos y escandinavos y el culto a Huitzilopochtli fue impuesto en el Anáhuac por unos bárbaros procedentes del norte.
En esta perspectiva puede
resultar inútil la resistencia a Halloween; varios de sus símbolos
parecen haberse incrustado e incluso amalgamado de manera permanente en
el Día de Muertos. Tal vez termine por ocurrir otro tanto con estas
congregaciones de muertos vivientes que pueden ser moda o pueden ser
algo más, pero que se realizan desde hace unos años con éxito
creciente. Por lo pronto, a los muertos entrañables del 2 de noviembre
y a los muertos malévolos del Halloween se les ha sumado una tercera
representación: la de los muertos sin intelecto, una descripción que no
alude a las personas que se disfrazan de zombis sino a los personajes
que encarnan.
Ya alguien hará el favor de analizar el significado de esta
compulsión masiva por disfrazarse de cadáver en un país que padece
exceso de ellos por obra de un modelo económico llevado a la
acumulación extrema. Podría ser que esa tendencia sea la expresión de
una resignación colectiva –y no necesariamente consciente– ante las
probabilidades siempre en aumento de acabar convertido en
baja colateral.
Pero los zombis podrían también ser el retrato, acaso involuntario,
de esas personas que han optado por enconcharse en su individualidad y
en la subsistencia, evadirse del horror político, económico, moral,
legal, policial y militar al que ha sido llevada la nación.
Políticamente hablando son verdaderos muertos vivientes, pero están en
su derecho de ahorrarse el dolor de la confrontación con la realidad.
Además, tienen y tendrán siempre abierta la posibilidad de la
resurrección.
Twitter: @Navegaciones
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