Escrito por Autor Invitado
La Silla Rota informa que a propósito del reciente estreno de la película “Después de Lucía” (Michel Franco, 2012), se han desatado diversas críticas cuyo objeto principal es el guión. Se indigna el crítico y se indigna el espectador: -“Eso es irreal” -“Es exagerado” –“No pasa aquí”. Ignora la mayoría del cociente intelectual colectivo en México que, de acuerdo a estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico(OCDE), nuestro país ocupaba en 2011, el primer lugar a nivel internacional, con mayores casos de bullying en el nivel de secundaria.
Aún y con las investigaciones que se han realizado al respecto, tendría que someterse a consideración el hecho de que no todas las víctimas de esta conducta denuncian y, por ende, las estadísticas no son confiables en su totalidad; pero más allá de números, barras o gráficas, la interrogante que en verdad importa es: ¿por qué no denuncian?
El término “bullying” no tiene siquiera una traducción literal en nuestro idioma -le denominamos con mayor frecuencia “acoso escolar”-, pero vaya que se practica en nuestro país: con fecha 18 de junio del año en curso, la Cámara de Diputados emitió el boletín 5278, de acuerdo con el cual, falta regulación en diferentes estados para combatirlo en escuelas públicas y privadas.
El documento se refiere principalmente a que, de entre los estados de México, sólo Nayarit, Puebla, Tamaulipas, Veracruz y el Distrito Federal, cuentan con una ley específica para regular la violencia escolar. Abunda citando que la Dirección General de Servicios de Documentación, Información y Análisis (DGSDIA) de la Cámara de Diputados, advierte que algunos legisladores federales han presentado diversas iniciativas que pretenden regular este fenómeno social, y que el propósito de sus propuestas consiste en: “incorporar la figura de ‘cultura de la paz’; otorgar a las autoridades educativas federal y locales la atribución concurrente para promover la creación de mecanismos de prevención, detección y atención de casos de violencia y abuso escolar en cualquiera de sus manifestaciones; facultar a los educadores y autoridades escolares para que hagan del conocimiento sobre los casos que identifiquen sobre violencia y abuso; e incorporar los términos “respeto” y “armonía” que engloba actitudes de consideración y tolerancia como la ausencia de violencia”.
Y así es, el 31 de enero de 2012, se emitió la Ley para la Promoción de la Convivencia libre de Violencia en el Entorno Escolar del Distrito Federal; el 23 de mayo de 2012, se reformó la “Ley de Seguridad Integral Escolar para el Estado de Nayarit”; desde el 04 de febrero de 2011, existe la Ley de Seguridad Integral Escolar para el Estado Libre y Soberano de Puebla, misma que ha atravesado por diversos procesos de reforma al efecto; el 27 de marzo de 2008, se expidió la Ley de Seguridad Escolar para el Estado de Tamaulipas; y el 01 de noviembre de 2011, se emitió la Ley Número 303 contra el Acoso Escolar para el Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave.
Estas leyes tienen en común que son preventivas, y además, invariablemente, apelan a la participación de los maestros para propiciar un ambiente de seguridad en las escuelas. En la escasa legislatura que existe al respecto, se establecen condiciones para que se actualice el “acoso escolar”, y que van encaminadas a la participación indispensable de ciertos sujetos: la persona generadora del maltrato escolar o autor, la receptora o víctima, el receptor indirecto y el cómplice. Con independencia de la descripción que de cada uno de estos sujetos haga la ley, más relevante es entender su perfil psicológico.
Dan Olweus, especialista en el Centro de investigación para la Promoción de la Salud, Universidad de Bergen, Noruega, es enfático al señalar entre otras, las siguientes características de las víctimas: son inquietos, inseguros, tristes y tienen baja autoestima; son depresivos y se embarcan en ideas suicidas mucho más a menudo que sus compañeros; a menudo no tienen ni un solo buen amigo y se relacionan mejor con los adultos que con sus compañeros. Por lo que hace al victimario, destaca que les caracteriza una fuerte necesidad de dominar y someter a otros compañeros y salirse siempre con la suya; no muestran ninguna solidaridad con los compañeros victimizados; a menudo son desafiantes y agresivos hacia los adultos, padres y profesorado incluidos.
Con base en las investigaciones realizadas por el especialista, es dable concluir que existen suficientes señales y muy claras, para detectar un caso de “acoso escolar”, esta idea nos lleva a la pregunta inicial: ¿por qué no se denuncia? ¿Por qué un chico tiene el autoestima lo suficientemente baja como para soportar maltrato físico y verbal por parte de un igual? Es cierto, la Declaración Universal de los Derechos del Niño, garantiza la comprensión y amor por parte de los padres y la sociedad, además del derecho a formarse en un espíritu de solidaridad, comprensión, amistad y justicia entre los pueblos; pero ¿cómo podemos comprender este fenómeno, que se ha convertido en una de las principales causas de suicidio entre la población joven?
Es tema de películas, reconoce su existencia nuestra Cámara de Diputados, está en todos los medios de comunicación y, aun así la incidencia va en aumento a pesar de los esfuerzos legislativos de algunos estados. No hay imputabilidad penal para el niño acosador, así que la única solución, es la ya planteada: la labor de prevención que involucra a los maestros. Los mismos maestros que en lugar de preocuparse por formar niños con valores, seguridad en sí mismos y fortalecer su autoestima, salen a la calle e infringen la ley porque “no quieren enseñar inglés ni computación”.
No es posible generalizar, pero por algún lado tenemos que empezar. Nuevamente: ¿por qué la víctima soporta el acoso escolar?
La Secretaría de Educación Pública en sus programas de estudio, desde la guía para la Educadora Básica Preescolar, incluye en sus campos de formación, el de “Desarrollo personal y para la convivencia”, el cual integra diversos enfoques disciplinares relacionados con las Ciencias Sociales, las Humanidades, las Ciencias y la Psicología, e integra a la Formación Cívica y Ética, la Educación Artística y la Educación Física, para un desarrollo más pleno e integral de las personas. Entonces nuestros maestros son aptos para identificar la problemática, ¿o no es así?
¿Quién es responsable de la formación psicológica de un niño?, ¿sus padres?, ¿la ley?, ¿sus maestros? Todos somos responsables de prevenir estas conductas mediante la promoción y práctica de la “cultura de la paz”, pero este fenómeno se presenta en las escuelas y su nombre lo dice: “acoso escolar”.
Necesitamos valores en las escuelas, necesitamos docentes que fomenten el crecimiento cultural, la autoestima y la productividad; y en contraste con ello, todos los días advertimos por los noticieros, que algunos maestros pelean con el gobierno y transgreden la ley, en aras de exigirles menos a los educandos y a ellos mismos. No les enseñan a sus alumnos que son valiosos y pueden crecer, sino que, les transmiten la idea de que no se les puede exigir más, y eso, se traduce en un prejuicio de incapacidad, ineptitud, subestima.
¿Por qué las víctimas del bullying no denuncian? Porque no hay nadie quien les diga lo que valen, pero sí hay quien les dice lo que no valen.
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