Teresa del Conde/ II y última
En
esta exposición cuyo comentario inicié la semana pasada, todas las
artistas de México son consabidas del público interesado sea en el
surrealismo que en otros movimientos del siglo XX. De Remedios Varo se
exhibe el contingente más nutrido de todos, debido a que en buena parte
pertenece al acervo del Museo de Arte Moderno (MAM), en memoria de
Isabel Gruen Varsoviano, gracias a la donación de largo y difícil
proceso legal, efectuada por Walter Gruen y Alexandra Varsoviano de
Gruen.
A Remedios le está vecina Leonora Carrington y dada esta
circunstancia es posible aquilatar las coincidencias y diferencias
básicas entre ambas, cosa que también sucede entre Frida Kahlo y María
Izquierdo, esta última representada con autorretratos y escogidos gouaches
de la colección Blaisten, además del inquietante óleo de la niña
sentada, vista de frente de expresión bobalicona acompañada de una
enorme calabaza que malignamente se le equipara: Niña indiferente,
1947 colección GAM. Tras esta figura con cierto tinte de gigantismo
tipo Rodríguez Lozano, un ventanal se abre a la balaustrada que deja
ver en el espacio abierto un globo multicolor. Es un cuadro que se ha
expuesto otras veces y no falla en producir un efecto paradójico. Es
una pintura memoriosa, muy valiente.Cercano en colocación a Las dos Fridas, el autorretrato doble de culto que afortunadamente pertenece al Instituto Nacional de Bellas Artes, acervo MAM, se encuentra una obra, a diferencia de casi todas las demás, también de dimensiones generosas, ante el que se detienen con insistencia varias personas de un público que el primer día de mi visita era casi exclusivamente femenino. Me refiero al doble retrato de la artista en el tiempo de Helen Lundeberg. La pintura obedece a una estricta figuración correctamente académica y el contenido es el que entrega el tiempo.
La representación de una pequeña de tres años, vestida de blanco, sentada en una silla, que sostiene en su mano derecha unos botones de flores silvestres blancas, apuntando a un reloj tipo Big Ben, posado en una mesita adjunta. Puede percibirse que la autora se valió de una fotografía suya , ¿tal vez se la tomó su padre?, ella reflexionó acerca de aquel momento en el que le fue tomada, prolongó la sombra que proyecta la silla en la que está sentada la criatura, hasta convertirla en la sombra de un personaje adulto, que puede ser hombre o mujer. Dicha sombra y eso es lo que hay que observar combatiendo el reflejo del vidrio que protege la pintura, se hace
realen el autorretrato adulto de perfil de la pintora, colgado en el muro de fondo, de modo que el brazo de lo que es la sombra se convierte en el brazo visible del autorretrato, adquiriendo
realidad.
De ese modo la autora se triplica en un mismo lapso. Oriunda de Chicago, Lundeberg fue agente activo en la creación de un movimiento neoclasicista que emitió su propio manifiesto, más tarde conocido como postsurrealismo, a modo de respuesta al surrealismo de raíz europea. En la muestra ella está representada con otras obras que no guardan similitud estilística o icónica con la descrita líneas atrás y sí en cambio con rasgos que son propios del surrealismo llamémosle ortodoxo, en aras de diferenciarlo, por ejemplo de la inesperada presencia de Lilia Carrillo, presente con un bellísimo cuadro de 1966 (acervo MAM) que según mi criterio está fuera de contexto, ¿podría tomarse como secuela tardía a las modalidades no figurativas del surrealismo que como se sabe tuvieron amplia cabida? Puede ser, pero resulta que en el caso mexicano desconcierta porque no compagina con el contexto general, situación que también concierne a la obra de la escultora Louise Nevelson. No ocurre lo mismo con Louise Bourgoise, representada con una extraña escultura que pareciera ser un órgano que pende del techo, titulada Niñita, denominación que no puede ser más opuesta a su forma y contenido a menos que se piense en una simbolización acusatoria, por parte de la autora, altamente subversiva como quería Breton.
En efecto,
el surrealismo pareció ser campo fecundo a la creatividad femenina,
figuras como Kate Sage, Dorothea Tanning, Grace Clements, Abercrombie,
etcétera, resultan indispensables en toda muestra que se ocupe de esta
tendencia y de sus secuelas, lo mismo que Alice Rahon, con excelente
representación y presencia conspicua que alterna con las consabidas
europeas en México y las mexicanas que a veces abominaron de ser
consideradas surrelistas, Frida Kahlo en primer término, pero también
Carrington, quien lo fue aun antes de establecerse aquí. De hecho el
haber coincidido en pulsiones creativas con este movimiento las asimila
como figuras de primer orden. Con todo y el rechazo verbal, eso en el
fondo no les disgustó para nada, hayan o no comulgado con los
presupuestos de Breton, quien de alguna manera conspiró sin quererlo
contra la creatividad femenina al considerar a las mujeres antes que
nada inspiradoras,
mujeres flores, mujeres niñas o médiums. Incluso la presencia de Jacqueline Lamba resulta relevante en este sentido, pues hasta ahora podemos aquilatar algunos trabajos suyos.
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