El sexenio de Calderón quedará como el de la entronización de la violencia del Estado como su principal arma de legitimización.
Este
año, el último del trágico sexenio de Felipe Calderón, culmina una
etapa de violencia jamás conocida en el país desde los tiempos de la
Revolución Mexicana. Se pondrá fin a una estrategia que privilegió el
uso de la fuerza del Estado, muy por encima de la política como el arte
de la negociación. Sin embargo, no se podría afirmar categóricamente
que tal estrategia de muerte y desolación terminará con el “gobierno”
que dice adiós al PAN como partido en el poder.
No, desde luego, porque lo que termina es únicamente la oportunidad del partido blanquiazul para demostrar la viabilidad de un bipartidismo al estilo estadounidense, no el proyecto de un Estado oligárquico, el cual seguirá vigente con toda su secuela de vicios y parafernalia antidemocrática. Lo que podría esperarse es que disminuya la violencia, pero paulatinamente y sólo después de que el nuevo “gobierno” lograra reducir el nivel de las tensiones sociales, que por ahora es muy alto y difícil de contener. Esto también se vislumbra casi imposible, pues desde el primer momento, tal como lo ha dicho Luis Videgaray, se pondrán en práctica medidas abiertamente atentatorias de los derechos sociales de las clases mayoritarias.
Enrique Peña Nieto, mejor dicho el grupo que lo dirige, le apuesta a que todo el descontento del pueblo y el fortalecimiento de las contradicciones en el entramado social, afloren en los primeros meses del nuevo “gobierno”, como consecuencia de las políticas públicas de corte fascista que se tienen programadas; luego se tomarían las medidas necesarias y comenzaría una tarea de recomposición del tejido social con un gran derroche de recursos y un uso sin precedente de los medios electrónicos. Sin embargo, se corre el riesgo de que tal tarea de reparación de daños no sea lo suficientemente eficaz para neutralizar los ingentes problemas de todo tipo que se habrían de generar con el reforzamiento del modelo de capitalismo salvaje.
El problema de fondo es que dicho modelo sólo puede imponerse con métodos violentos en grado extremo, como se comprobó en los inicios de la Revolución Industrial, la etapa que favoreció la gran acumulación de capital mediante la explotación metódica y sistemática de la clase obrera metida en fábricas hasta la extenuación. El notable desarrollo del crimen organizado es consustancial al modelo neoliberal, en tanto sistema que se rige sin más reglas que la obtención de las máximas ganancias con los menores esfuerzos posibles, en un entorno donde no existen principios ni normas éticas. ¿Acaso las grandes empresas mineras que operan en el país, no violan impunemente leyes y reglamentos, con la tácita protección gubernamental?
El sexenio de Calderón quedará como el de la entronización de la violencia del Estado como su principal arma de “legitimización”. El que violentó el Estado de derecho sin importarle las consecuencias, con el único fin de apuntalar un “gobierno” absolutamente carente de una base social. El que hizo de la violencia un recurso propagandístico que acabó por hartar a la sociedad, dejando al nuevo inquilino de Los Pinos la necesidad de llenar el vacío en la televisión y la radio con igual o peor demagogia. Compromiso que en el caso de Peña Nieto es por demás inevitable por los compromisos que tiene, particularmente con la empresa Televisa.
Lo que no podrá evitarse, ni redoblando el gasto en propaganda en estos últimos días del sexenio calderonista, es la convicción, en la mayoría de poblaciones afectadas por la violencia, de que Calderón es el principal responsable del fatal destino de miles de víctimas colaterales de la violencia. Miles de familias afectadas tienen plena conciencia de que sus problemas fueron propiciados por la malhadada decisión de Calderón de querer legitimarse sacando a las fuerzas armadas a las calles, con el agravante de que en lo sucesivo será muy cuesta arriba que los soldados puedan recuperar el respeto de la ciudadanía.
Esto lo saben muy bien los asesores de Peña Nieto, por eso consideran conveniente mantener a las tropas en las calles, bajo el argumento de que la continuidad de políticas públicas fundamentales hizo inevitable tal decisión, que se irá revirtiendo en la medida que los cuerpos policíacos vayan asumiendo sus responsabilidades con más eficacia y confiabilidad. Esto permitirá la implementación de las estrategias antidemocráticas que aseguren las altas tasas de ganancias que demanda la oligarquía, y sobre todo la culminación de la entrega de los bienes nacionales a los mejores postores, tal como está previsto.
De ahí que no haya margen para suponer que la cifra récord que deja Calderón, en cuanto a mortalidad de ciudadanos mexicanos, vaya a reducirse pronto. Podría incluso incrementarse, si Peña Nieto (sus mentores) decidiera jugar la carta de los golpes espectaculares para amedrentar a sus oponentes, sin parar mientes en que no existen condiciones para esa pésima maniobra.
No, desde luego, porque lo que termina es únicamente la oportunidad del partido blanquiazul para demostrar la viabilidad de un bipartidismo al estilo estadounidense, no el proyecto de un Estado oligárquico, el cual seguirá vigente con toda su secuela de vicios y parafernalia antidemocrática. Lo que podría esperarse es que disminuya la violencia, pero paulatinamente y sólo después de que el nuevo “gobierno” lograra reducir el nivel de las tensiones sociales, que por ahora es muy alto y difícil de contener. Esto también se vislumbra casi imposible, pues desde el primer momento, tal como lo ha dicho Luis Videgaray, se pondrán en práctica medidas abiertamente atentatorias de los derechos sociales de las clases mayoritarias.
Enrique Peña Nieto, mejor dicho el grupo que lo dirige, le apuesta a que todo el descontento del pueblo y el fortalecimiento de las contradicciones en el entramado social, afloren en los primeros meses del nuevo “gobierno”, como consecuencia de las políticas públicas de corte fascista que se tienen programadas; luego se tomarían las medidas necesarias y comenzaría una tarea de recomposición del tejido social con un gran derroche de recursos y un uso sin precedente de los medios electrónicos. Sin embargo, se corre el riesgo de que tal tarea de reparación de daños no sea lo suficientemente eficaz para neutralizar los ingentes problemas de todo tipo que se habrían de generar con el reforzamiento del modelo de capitalismo salvaje.
El problema de fondo es que dicho modelo sólo puede imponerse con métodos violentos en grado extremo, como se comprobó en los inicios de la Revolución Industrial, la etapa que favoreció la gran acumulación de capital mediante la explotación metódica y sistemática de la clase obrera metida en fábricas hasta la extenuación. El notable desarrollo del crimen organizado es consustancial al modelo neoliberal, en tanto sistema que se rige sin más reglas que la obtención de las máximas ganancias con los menores esfuerzos posibles, en un entorno donde no existen principios ni normas éticas. ¿Acaso las grandes empresas mineras que operan en el país, no violan impunemente leyes y reglamentos, con la tácita protección gubernamental?
El sexenio de Calderón quedará como el de la entronización de la violencia del Estado como su principal arma de “legitimización”. El que violentó el Estado de derecho sin importarle las consecuencias, con el único fin de apuntalar un “gobierno” absolutamente carente de una base social. El que hizo de la violencia un recurso propagandístico que acabó por hartar a la sociedad, dejando al nuevo inquilino de Los Pinos la necesidad de llenar el vacío en la televisión y la radio con igual o peor demagogia. Compromiso que en el caso de Peña Nieto es por demás inevitable por los compromisos que tiene, particularmente con la empresa Televisa.
Lo que no podrá evitarse, ni redoblando el gasto en propaganda en estos últimos días del sexenio calderonista, es la convicción, en la mayoría de poblaciones afectadas por la violencia, de que Calderón es el principal responsable del fatal destino de miles de víctimas colaterales de la violencia. Miles de familias afectadas tienen plena conciencia de que sus problemas fueron propiciados por la malhadada decisión de Calderón de querer legitimarse sacando a las fuerzas armadas a las calles, con el agravante de que en lo sucesivo será muy cuesta arriba que los soldados puedan recuperar el respeto de la ciudadanía.
Esto lo saben muy bien los asesores de Peña Nieto, por eso consideran conveniente mantener a las tropas en las calles, bajo el argumento de que la continuidad de políticas públicas fundamentales hizo inevitable tal decisión, que se irá revirtiendo en la medida que los cuerpos policíacos vayan asumiendo sus responsabilidades con más eficacia y confiabilidad. Esto permitirá la implementación de las estrategias antidemocráticas que aseguren las altas tasas de ganancias que demanda la oligarquía, y sobre todo la culminación de la entrega de los bienes nacionales a los mejores postores, tal como está previsto.
De ahí que no haya margen para suponer que la cifra récord que deja Calderón, en cuanto a mortalidad de ciudadanos mexicanos, vaya a reducirse pronto. Podría incluso incrementarse, si Peña Nieto (sus mentores) decidiera jugar la carta de los golpes espectaculares para amedrentar a sus oponentes, sin parar mientes en que no existen condiciones para esa pésima maniobra.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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