11/22/2012

La Muestra ; La voz dormida


Carlos Bonfil

Sucede con las películas sobre la guerra civil española algo curioso y muy similar a lo que pasa con las cintas sobre el Holocausto. Todo mundo piensa haberlo visto todo ya, y el juicio se torna severo ante las posibles redundancias narrativas, o ante el tratamiento melodramático y la explotación sentimental que el tema propicia.
Destacan así un puñado de cintas de ficción y documentales que realmente dejan una huella profunda en la memoria y juicio del espectador. En el caso del Holocausto, habrá que mencionar los documentales Noche y niebla, de Alain Resnais, y Shoah, de Claude Lanzmann; y en el caso de la guerra civil española, la cinta Tierra y libertad, del británico Ken Loach, o el documental Morir en Madrid, de Fréderic Rossif, o recientes cintas españolas de ficción como La lengua de las mariposas, de José Luis Cuerda, con guión de Rafael Azcona, o Pan negro, de Agustí de Villaronga, basada en la novela del catalán Emili Teixidor.

Hay otros títulos, por supuesto; visiones alusivas, con el lenguaje cifrado impuesto por la censura, como La prima Angélica, de Carlos Saura, o El espíritu de la colmena, de Víctor Erice. Habrá sin duda muchas más en el futuro, en la medida en que se acentúe o disminuya la polarización ideológica de las llamadas dos Españas y se considere pertinente y saludable reflexionar sobre un drama histórico todavía muy vivo.

A esta reflexión, La voz dormida, cinta basada en la exitosa novela homónima de Dulce Chacón, y realizada por el sevillano Benito Zambrano (Solas, 1999), añade una severa denuncia de las vejaciones que el franquismo triunfante infligió a un grupo de mujeres encarceladas y torturadas en la mazmorra fascista de Las Ventas, muchas de ellas totalmente inocentes de los cargos imputados: asociación delictuosa, ayuda a los resistentes republicanos, filiación comunista no comprobada y un largo y ominoso etcétera.
La cinta se estrena en momentos en que la derecha española pretende sofocar esa memoria histórica, y en ello estriba buena parte de su pertinencia. Esa voz dormida a la que alude el título es justamente la que fue silenciada durante largas décadas, incluso bien entrado el periodo de transición a la democracia.

La cuestión delicada es decidir hasta qué punto el rescate de dicha memoria necesitaba, para mayor eficacia, de los resortes más gastados y previsibles del melodrama o de burdos efectos sensacionalistas que colocan a carcelarios y a monjas franquistas como villanos de una película de horror, exhibiendo de paso las vejaciones sufridas por las prisioneras como un pesado martirologio sin matices ni mayor distanciamiento crítico. Es inevitable la trivialización que de todo ello resulta.

La cinta se recomienda en los festivales más por las actuaciones de sus intérpretes femeninas (María León e Inma Cuestas), presencias ciertamente notables, y por la convencional trama de una joven ingenua, pero de carácter recio, que por amor conquista un poco de lucidez política y un mucho de impulso solidario, que por lo que debiera importar verdaderamente y que son los saldos del agravio histórico y la impunidad de que aún gozan los herederos morales de los asesinos.

Se dirá tal vez que la conquista de públicos más amplios para esta justa revisión de hechos reales justifica en parte la estrategia comercial elegida. No deja de ser la banalización del tema y la consecuente pobreza artística de la cinta una irónica concesión a los sepultureros de esa misma memoria histórica.

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