Carlos Bonfil
Después de La zona
(2007), interesante exploración de las paranoias colectivas y
conflictos de clase en un barrio residencial de la ciudad de México,
tapiado y resguardado como fortaleza, el realizador de origen uruguayo
Rodirgo Plá, radicado en México, propone hoy La demora, historia
más intimista y no menos dura, ubicada en Montevideo. Las dificultades
de un entendimiento solidario, presentes ya en los territorios de La zona, ese
microcosmos que en 2007 reflejaba una sorda polarización política en el
país, se trasladan ahora al interior de una casa muy modesta en la que
conviven en situación de penuria económica una madre de familia,
divorciada y a cargo de dos hijos, y su padre, con síntomas muy claros
de demencia senil. El argumento de este tercer largometraje de Plá
procede de un pequeño cuento, La espera, de su esposa y
guionista Laura Santullo, que a su vez se inspira en reportes
periodísticos sobre la dramática realidad urbana de ancianos
abandonados por sus familiares.
Ante las crecientes dificultades para mantener a flote la economía
doméstica con sus magros ingresos de costurera y con los trabajos
informales que en ocasiones desempeña, y ante la exasperación que le
provoca tener que atender a un padre anciano, con limitaciones y manías
cada vez más irritantes, María toma la decisión de abandonar al
anciano, cual mascota incómoda, en la banca de un parque, en espera de
que los servicios públicos o alguna alma piadosa se ocupen de hacerlo
llegar a un asilo. La premisa narrativa, sencilla y muy escueta,
tendría su espacio ideal en un cortometraje. Sin embargo, lo que el
realizador se propone y logra con acierto es explorar el complejo
estado anímico de la protagonista, contradictorio y vacilante entre un
innegable apego filial y la desesperación a que la ha orillado la
crisis económica.
La demora aborda
dos cuestiones sociales a menudo soslayadas por una retórica centrada
en la ficción de una familia única y unida. Muchas mujeres están hoy a
la cabeza de familias monoparentales y María es un caso emblemático de
esta situación en ocasiones agravada por el desempleo o, en este caso,
por un empleo mal remunerado. Por otra parte, no son pocas las familias
que debido a estas dificultades económicas resienten la presencia de
sus ancianos enfermos como un lastre, sin apoyos oficiales suficientes
que consigan aliviarlo. Con todo, la cinta de Rodrigo Plá no es una
denuncia manifiesta de esos agravios, sino de modo más sugerente aún,
la crónica intimista de una soledad compartida y también el registro en
la pequeña ciudad de Montevideo de una inesperada red de solidaridad de
vecinos que compensan por la falta de apoyos institucionales, o llegan
a completar los pocos existentes. En charla de prensa, el director
menciona la creación oportuna en Uruguay, deseable también en México,
de guarderías diurnas para ancianos desprotegidos.
Es notable el trabajo de Carlos Vallarino interpretando al viejo Agustín extraviado en su mundo interior, un poco como el hombre de memoria errática en La ventana de enfrente, del ítalo-turco Ferzan Ozpetek, y tan abandonado en un parque como otro personaje senil del neorrealismo italiano, el conmovedor Carlo Battisti de Umberto D (Vittorio de Sica, 1952). No hay mayor ni mejor pretensión en la cinta de Rodrigo Plá que este lento y angustiante compás de espera de una solidaridad afectiva hacia los ancianos, con sus continuas vacilaciones y demoras.
Es notable el trabajo de Carlos Vallarino interpretando al viejo Agustín extraviado en su mundo interior, un poco como el hombre de memoria errática en La ventana de enfrente, del ítalo-turco Ferzan Ozpetek, y tan abandonado en un parque como otro personaje senil del neorrealismo italiano, el conmovedor Carlo Battisti de Umberto D (Vittorio de Sica, 1952). No hay mayor ni mejor pretensión en la cinta de Rodrigo Plá que este lento y angustiante compás de espera de una solidaridad afectiva hacia los ancianos, con sus continuas vacilaciones y demoras.
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