Todo iba tan bien en el
país más poderoso del mundo. Mientras se giraban órdenes a soldados
para atacar, controlar, conquistar terreno y mantener bajo control los
campos de guerra en Irak, Afganistán y otros puntos del mundo, y con
ello resguardar la seguridad nacional de Estados Unidos, en Tampa sus
generales de cuatro estrellas bebían champaña, fumaban puros y
coqueteaban con sus admiradoras en fiestas de lujo.
La telenovela que se estrenó la semana pasada ha gozado de un público
mundial y ha revelado mucho sobre la potencia militar suprema del país
indispensable. Es un regalo de los dioses para los cómicos, y una distracción deliciosa para el público que, como en cualquier sociedad en la historia, goza inmensamente la larga y estrepitosa caída de los que se ponen en la cima de Olimpo.
Entre las mejores reacciones al escándalo sexual de cuatro estrellas
hubo una que sugirió –después de años de oposición a que los gays
participaran abiertamente en las fuerzas armadas con el argumento de que
podrían desmoralizar a las tropas y generar conflictos y tensiones
sexuales– que tal vez es otro el problema: “Tenemos que hacer algo sobre
los heterosexuales en las filas militares. Nos tenemos que deshacer de
ellos… Probablemente fue un error haberles permitido ingresar. Los
ejércitos tradicionales siempre fueron gays”, reportó el
corresponsal de defensaJohn Oliver en el nacionalmente influyente
noticieroficticio The Daily Show, con Jon Stewart.
Por ahora, todos saben que David Petraeus, uno de los generales más
condecorados de su generación, al que se le atribuye la conquista
militar final de Irak, el manejo de lo que se dice es la fase final de
la guerra más larga en la historia del país, en Afganistán, y quien
hasta hace unos días estaba encargado del frente clandestino y de
inteligenciade la gran guerra mundial contra el terror como director de la CIA, y uno de los más ambiciosos, que sentía especial deleite en promover su figura pública, cayó ante los encantos de Paula Broadwell, su biógrafa.
¿Cómo fue que un hombre que exigía sobre todo
disciplinaa sus subordinados, bajo la advertencia de que
alguien siempre está observando, cayó ante los hechizos de Broadwell?, se preguntan todos.
Y una vez que lo hizo ¿cómo es que uno de los máximos jefes de
espionaje no logró mantener sus secretos? Bueno, resulta que la pareja
ilícita intentó ocultar su comunicación con algo que aprendió de Al
Qaeda (también utilizado por adolescentes): a través de una cuenta
conjunta de Gmail donde sólo escribían borradores que nunca se enviaban y
así cada quien, al entrar a la cuenta compartida, podía ver lo que
había escrito el otro, reportó el Washington Post.
Fue asombroso ver cómo la telenovela/tragedia griega evolucionaba.
Hasta la fecha, y antes de que empiecen los nuevos episodios esta semana
(el padre de Broadwell acaba de comentar a Newsweek que
hay mucho más que va a salir), sabemos que una tal Jill Kelley –quien con su marido era anfitriona de fiestas de lujo en su gran casa para altos oficiales militares de la base militar McDill en Tampa, sede del Comando Central desde donde se manejaban las guerras en Irak y Afganistán, y justo donde conoció a Petraeus y su sucesor, el también general de cuatro estrellas John Allen– se quejó con un amigo y agente de la FBI de que estaba siendo hostigada con correos electrónicos anónimos que atacaban su relación con Petraeus. La FBI descubre que la autora de los correos fue Broadwell, pero peor, en el transcurso de la investigación sus agentes se topan con evidencia de que Broadwell y Petraeus sostuvieron una relación sexual, algo que podría tener graves implicaciones tanto políticas como para la seguridad nacional. Después de meses de investigación se informa a la Casa Blanca sobre el asunto el día de las elecciones. El general sabe que hasta aquí llegó su carrera y acepta renunciar como director de la CIA tres días después.
¡Pero ahí no acaba la cosa! La FBI también descubre que
Kelley, por la investigación que ella misma detonó, ha sostenido un
coqueteo sexual vía correo electrónico (más de 20 mil páginas de
intercambio epistolar) con el general Allen, quien recientemente había
sido postulado para ser el próximo comandante militar de Estados Unidos
en Europa. En tanto, el reconocido agente de la FBI que inició la
investigación para su amiga se vuelve objeto de otra investigación al
descubrirse que él había enviado imágenes
inapropiadasa Kelley en las que aparecía él sin camisa.
Por otro lado, los medios descubren que el matrimonio Kelley enfrenta
demandas legales por deudas multimillonarias, o sea, que tal vez no son
lo que aparentaban. Pero ellos siguen pensando que son importantes:
hace un par de días Kelley llamó a la policía para pedir protección ante
la invasión de reporteros, invocando su
inmunidad diplomática, ya que hace tres meses fue designada cónsul honoraria por la embajada de Corea del Sur en Washington, lo cual no otorga ningún privilegio diplomático.
Y en la investigación la FBI descubre que la ahora ex amante de
Petraeus tenía información oficial confidencial en su computadora, todo
lo cual entregó a la agencia, pero eso podría provocar una investigación
criminal en su contra.
A todo esto, el secretario de Defensa Leon Panetta anuncio una amplia
revisión de las normas de conducta por altos oficiales militares.
Y en su primera conferencia de prensa después de su relección, las
primeras preguntas para el comandante en jefe Barack Obama no son sobre
sus propuestas políticas ni los grandes temas que están en la agenda,
sino sobre las aventuras sexuales de sus generales.
El cómico satírico Stephen Colbert acaba de escribir un nuevo libro que se titula America otra vez: reconvirtiéndonos en la grandeza que nunca no fuimos.
Eso más o menos resume todo esto, por ahora. Mientras tanto, siguen
muriendo jóvenes estadunidenses y civiles en las guerras guiadas por
generales enamorados de sus biografías.
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