En
el actual sexenio se perdió el liderazgo diplomático en América Latina,
Canadá impuso visa a los mexicanos y la relación con Estados Unidos
giró en torno al narco. Una cancillería débil y sin agenda clara es el
legado calderonista
La política exterior de México, otrora legendaria por su dinamismo y
pluralidad, no solo fue otra víctima de la guerra de Calderón contra el
narco, sino que cayó en una suerte de espasmo sexenal.
Mientras miles de muertos narcotizaban la diplomacia durante el
segundo gobierno de la llamada “alternancia”, parecía que el eslogan
era ‘no hacer olas’.
Moros y cristianos, casi sin excepción, coinciden en que la gestión
de la canciller, Patricia Espinosa Cantellano, ha sido gris, opaca, de
“poco lucimiento”.
“Perdimos independencia y autonomía”, sentencia en entrevista la excanciller priista Rosario Green.
“Perdimos la noción de la política exterior como instrumento del
desarrollo nacional y como base de la presencia de México en el mundo”,
secunda el ex embajador de México en la ONU, Porfirio Muñoz Ledo.
“Fue una política burocrática”, agrega el veterano político.
En efecto, en la SRE todos callaron. La comunicación brilló por su
ausencia. El equipo de la secretaria parecía más preocupado por la
imagen de la jefa que por la del país. Y en ambos casos, perdieron la
batalla.
En una de sus últimas apariciones públicas, la canciller fue
abucheada. Mientras ella afirmaba que en México reinan los valores de
la democracia, académicos y estudiantes universitarios, gritaban
“fraude y asesinos de migrantes”.
Una diplomacia dividida
Analistas y politólogos coinciden que el sexenio por terminar no
tuvo proyecto diplomático claro ni dirección. Algunos funcionarios lo
dicen ahora, pero “en voz baja”: nunca creyeron en la política exterior
del gobierno de Calderón porque no existía; “no se sienten con una
causa”, a decir de Muñoz Ledo.
Una fuente diplomática, que prefirió el anonimato, aseguró que el
problema estuvo en la génesis del nombramiento de Espinosa Cantellano.
Sí, ella estaría al frente de la SRE, pero el embajador Arturo Sarukhan
sería el encargado de la crucial relación con Estados Unidos. Esa
división de responsabilidades, que recuerda un poco a la de Jorge
Castañeda y Adolfo Aquilar Zínser en la época de Fox, provocó ruidos en
la coordinación y comunicación entre los dos diplomáticos más
importantes del país. Y se notó.
Con un magro presupuesto que no llega a los 500 millones de dólares
anuales, la diplomacia ha sido la hija desfavorecida del sexenio de
Calderón.
No hay duda que proyectar, y definir, una política exterior cuando
el único afán es la lucha contra el narco y la estabilidad
macroeconómica, que se ha delegado en el Banco de México, es
equivalente a luchar contra molinos de viento.
Y además, la llamada guerra contra el narco se ha convertido en un
inacabable baño de sangre donde, según el eterno crítico ex canciller
Castañeda, “se han fijado en los resultados, no en los métodos“.
Ni lo uno ni lo otro. Calderón ni venció ni convenció. Si los
métodos han sido cuestionables, los resultados han brillado por su
ausencia.
Pero, insisten sus detractores –y hay muchos–, el México de Calderón
tampoco habría defendido a sus connacionales, ni en el interior ni en
el exterior.
Pocos recuerdan que México fue alguna vez el gran defensor de los
derechos humanos, un ejemplo para América Latina. No después de
incidentes como el de los 72 migrantes que aparecieron en San Fernando,
Tamaulipas, el 23 de septiembre de 2010, con un balazo en la nuca,
torturados, muertos, sin documentos.
San Fernando no fue la excepción.
Mario Santiago Juárez, experto en derechos humanos, ha dicho que 400
mil migrantes han pasado por México este sexenio rumbo a Estados Unidos
y han sido víctimas de delitos, extorsión, secuestro, violaciones
sexuales y trata de personas.
Además de este evidente desinterés, las ausencias de Calderón en
momentos claves de la política exterior tampoco han sido la excepción.
Las guerras de las visas
En junio de 2012, estalló una miniguerra de pasaportes entre México
y Madrid por el aumento de casos de ciudadanos mexicanos, unos 400,
rechazados a su llegada a España.
“Es un hecho que no refleja los excelentes niveles de cooperación
bilateral”, según la SRE de Patricia Espinosa, que resaltó que el
objetivo de la mayor parte de los viajeros mexicanos era el turismo y
visitas académicas, de negocios o familiares y amenazó con represalias
similares.
Tras una reunión bilateral, España garantizó que “no se producirán
inadmisiones, salvo aquellas que sean plenamente justificadas” y
flexibilizó las medidas que ahora se hacen a través de Internet.
Fue un desastre diplomático para México, país que se enorgullece de
haber abierto las puertas a miles de refugiados españoles que huyeron
del franquismo en el siglo pasado.
España no fue la única.
La peor iniciativa fue adoptada por Canadá, que alegó un aumento en
las peticiones de refugio fraudulentas desde 2005, para endurecer los
requisitos de entrada. Para Rosario Green, esto fue resultado de una
falla diplomática de México.
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