Editorial La Jornada
La
realización de una marcha protagonizada por el magisterio disidente en
la ciudad de México derivó ayer en una agresión de comerciantes del
barrio de Tepito en contra de los profesores, con un saldo de tres
heridos. Según la versión de algunos locatarios, el encono de los
tepiteños contra los maestros se debe a que las ventas en el mercado
local disminuyeron a raíz del plantón que los docentes mantuvieron en
el Zócalo hasta el pasado 13 de septiembre.
El hecho es alarmante no sólo porque lleva el descontento de algunos segmentos de la población capitalina contra el magisterio en lucha al grado de una agresión directa, sino también por lo que pone en evidencia: la erosión de una cohesión social sin la cual no podría explicarse la precaria estabilidad política en que ha vivido el país durante los pasadas tres décadas, a partir del inicio del ciclo neoliberal.
Sería muy grave que en la circunstancia nacional actual, cuando diversos sectores recurren a las movilizaciones en defensa de lo que entienden como sus derechos legítimos, amenazados o cuestionados por las reformas estructurales en curso de aprobación, proliferaran los ataques de otros grupos ciudadanos contra quienes se manifiestan en uso de sus derechos constitucionales.
Igualmente grave sería que la agresión hubiese sido instigada desde alguna dependencia gubernamental con el propósito de
En otro sentido, el suceso de ayer permite ponderar el impacto de la satanización mediática que se ha venido promoviendo desde hace meses contra el magisterio disidente. Es significativo que a su paso por el Eje 1 Norte de la capital los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) hayan sido recibidos con epítetos ofensivos y racistas –
Lo ocurrido ayer en Tepito obedece, en suma, a una cosecha de fobia social emprendida por esos actores y poderes fácticos en contra de una lucha magisterial que –sin desconocer las afectaciones y perjuicios provocados por su prolongada presencia en las calles de la capital– es fundamentalmente pacífica y legítima.
Es necesario, ante el riesgo que eventos como el de ayer se reproduzcan y crezcan en explosividad y encono, que las autoridades capitalinas funjan como elemento de contención y distensión y actúen con pleno apego a derecho. La sociedad en general, por su parte, pero especialmente sus sectores populares, deben comprender que la lucha magisterial en curso es un ejercicio legítimo y atendible de defensa de derechos laborales y de una concepción de la enseñanza pública, no un mero capricho de empleados públicos privilegiados y holgazanes o, caracterización aún peor, de un grupo de fuereños empeñado en causar molestias a la población capitalina. Ante ello, la reflexión, la contención y la mesura deben primar en la sociedad.
desbaratar el movimiento, toda vez que una acción de esa naturaleza, lejos de desactivar la protesta magisterial, la enconaría y complicaría.
En otro sentido, el suceso de ayer permite ponderar el impacto de la satanización mediática que se ha venido promoviendo desde hace meses contra el magisterio disidente. Es significativo que a su paso por el Eje 1 Norte de la capital los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) hayan sido recibidos con epítetos ofensivos y racistas –
huevonese
indios, por ejemplo–, que parecen tan afines a la campaña de linchamiento operada desde buena parte de la clase política y la mayoría de los medios informativos.
Lo ocurrido ayer en Tepito obedece, en suma, a una cosecha de fobia social emprendida por esos actores y poderes fácticos en contra de una lucha magisterial que –sin desconocer las afectaciones y perjuicios provocados por su prolongada presencia en las calles de la capital– es fundamentalmente pacífica y legítima.
Es necesario, ante el riesgo que eventos como el de ayer se reproduzcan y crezcan en explosividad y encono, que las autoridades capitalinas funjan como elemento de contención y distensión y actúen con pleno apego a derecho. La sociedad en general, por su parte, pero especialmente sus sectores populares, deben comprender que la lucha magisterial en curso es un ejercicio legítimo y atendible de defensa de derechos laborales y de una concepción de la enseñanza pública, no un mero capricho de empleados públicos privilegiados y holgazanes o, caracterización aún peor, de un grupo de fuereños empeñado en causar molestias a la población capitalina. Ante ello, la reflexión, la contención y la mesura deben primar en la sociedad.
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