Por: Jesús Peña
vanguardia.com.mx
Un planeta de lomas y lomas de piedra y polvo negros, que bordean un camino donde el calor es una flama a más de 40 grados, que achicharra la piel.
Son los desperdicios que las empresas, los
empresarios, han dejado a la intemperie de tanto sacar y sacar carbón
de las entrañas de Cloete, escarbando tajos y tajos, unos hoyos
grandísimos a flor de suelo, por todo el pueblo.
Pero, según he
visto, a nadie le importa que un día de estos, a esta aldea olvidada de
la Región Carbonífera se la trague la tierra con todo y sus casas y sus
gentes, unas cuatro mil.
Ya
se lo está tragando, me dice María Monserrat González Solís, 57 años,
nacida en esta villa perteneciente al municipio de Sabinas, Coahuila,
una tarde que recorremos el pueblo sin sombrilla ni botellas de agua,
bajo un calor sofocante y abrasador.
Monserrat, Monse, Maruca,
como la llaman sus coterráneos, me va contando cómo los mayores
concesionarios, entre los que suena el nombre de Álvaro Jaime, también
regidor por el PT del Ayuntamiento de Sabinas, aliados con el
gobierno, han destruido Cloete por su hambre insaciable de carbón y de
dinero.
“El concesionario viene a explotar, viene a llevarse,
porque el carbón no lo hizo él, no lo hizo nadie, nomás viene a
llevárselo, viene a robarnos, es la palabra correcta, porque es de
nosotros”.
Conforme nos adentramos en el poblado, pienso en
Cloete, como un objeto, una cosa, no sé decir qué, carcomido por la
polilla.
Monse es bajita, llenita, el rostro tostado por
el sol de Cloete, pero es correosa y buena para andar kilómetros
durante horas con el calor cargado a las espaldas.
“A nosotros
nos dicen: ‘primero fue el carbón, que ustedes y las concesiones,
primero’. Les digo: ‘no, aquí nosotros somos primero, porque primero
éramos nosotros, venimos de descendencia…’. Nos culpan por vivir aquí”,
me cuenta Monse.
Luego me platica que de unos papeles, que de
unos planos, unos documentos. Su hablar es atropellado y pareciera que
cada que Monse abre la boca… disparara.
Por fin logro pescar al
vuelo lo del asunto de unas escrituras falsas que los presuntos dueños
de Cloete, un tal Miguel Ángel Guerra Muñoz y un señor Servando Guerra,
mandaron fabricar, en combinación con el Registro Público y los
notarios de la región.
“Nos dicen ‘la escrituración de ustedes no
aparece’, pero sí la de los actuales dueños… ¿Dónde me prueban ellos a
mí que tienen familiares aquí?, ¿cuándo jugaron con nosotros como para
que digan, ‘esto es mío’?, y cómo nos vamos a ir nosotros, yo soy de
aquí. Se dice que se va a regular la tierra, es una vil mentira, yo la
tengo regulada, pero aquí no vale la escritura, aquí vale el poder”,
dice Monse.
DESTRUCCIÓN A LA VISTA
Ascendemos por una loma rumbo a un tanque de concreto que abastece de agua a la comunidad.
A veces el sol se nos esconde detrás las nubes gordas de Cloete y el viento, que es como una bocana de lumbre, nos abofetea.
Desde arriba del tanque, que simula un mirador, diviso todo Cloete.
Monserrat me señala con el dedo la destrucción que ha provocado la actividad de los tajos de carbón en casi toda esta localidad.
Y yo me imagino que así debe verse un campo de guerra, nunca he estado uno, pero me imagino que así debe verse.
Y sí, pensándolo bien, Cloete es como un campo de guerra.
Monse
dice, incluso, que los empresarios han violado las áreas decretadas
como reserva de carbón y escarbado también en una gran extensión de
Cloete destinada, desde 1996, porque así consta en un plano oficial, a
la construcción de un parque, el Parque Sabinas.
No es
necesario tener una vista telescópica para descubrir, desde aquí, cómo
en Cloete se han abierto tajos de carbón muy cerca de las vivienda y en
plena villa.
Ahora Monse me lleva por un descampado donde los habitantes de esta comunidad suelen venir, de cuando en cuando, a jugar pelota.
Al
fondo del descampado hay unas tierras que antes eran de cultivo y que
hoy están pelonas desde que los carboneros destruyeron el arroyo que
las regaba, para cavar un tajo.
Nos detenemos un momento para mirar el tajo desde arriba.
En
mi vida había oído hablar alguna vez de los mentados tajos de carbón a
cielo abierto, pero jamás vi algo parecido: hoyos gigantescos en el
suelo, como los cráteres que dejan las bombas en las guerras. Nunca he
estado en una, pero me figuro que así deben ser.
Monse me cuenta
que en esas labores del fondo su suegro sembraba escobilla y su cuñado
nopal, hasta que llegaron los carboneros, tumbaron árboles, destrozaron
el arroyo, lo secaron y ya no hubo más humedad para las siembras.
“Los
departamentos de Ecología no le sirven a Cloete para nada. ¿Con qué
dinero se les paga?, con dinero del pueblo, ¿para esto?”, se pregunta
Monse.
Los empresarios quisieron remediar lo del arroyo,
“taparle el ojo al macho”, dice Monse, cavando una pequeña zanja por
donde pretenden escurra el agua que pasa por Cloete cada vez que
llueve.
SE VEN EN RIESGO
La gente no
quiere ni pensar lo que pasará el día que en pueblo se venga un
tormentón como los que suelen caer aquí en el verano.
Después
los carboneros entraron a la brava en los predios de los ejidatarios de
Cloete e hicieron tumbadero, pero los aldeanos de la villa impidieron
que escarbaran.
Monse dice que este pedazo de terreno, situado
en la salida de Cloete, a orillas de la calle Francisco Sarabia, la
principal y única vialidad que tiene este poblado, es lo último que les
queda, lo poco que han logrado salvar de la mano voraz de los
carboneros.
En Cloete ya no hay más tierra de donde sacar carbón.
“Ya
se escarbó todo, ya está escarbado todo, ya no hay dónde escarben, ¿qué
quieren escarbar ahora?, ahí, donde están las casas”, dice Monse.
Le
pregunto a Monse si esto es lo que le ha dejado a Cloete el auge del
carbón, los empresarios y la Promotora para el Desarrollo Minero
(Prodemi), creada en 2003, en tiempos del exgobernador Enrique
Martínez, con el objetivo, entre muchos otros, de procurar el bienestar
social para los pueblos de la Región Carbonífera.
“El carbón ha
dejado, sí, a ellos les ha dejado mucho, ellos vienen a sacar para
hacerse ricos. El carbón ha dejado pobreza, porque aquí no hay
crecimiento, desarrollo. ¿Ve una postería?, yo aquí no tengo luz, ¿qué
me ha dejado a mí?, ¿dónde están los beneficios que dejan pa’ la
población? No hay beneficios aquí. No nos dicen ‘eh tú necesitas la
luz, necesitas agua’”, dice Monse.
¿Y PRODEMI?
Lo
mismo me dijo Mario Alberto Dávila Delgado, diputado federal, una
mañana que lo entrevisté en su oficina-consultorio de Monclova:
“Algunos
de los objetivos iniciales de la Prodemi eran recompensar, de alguna
manera, a la región por los daños ambientales, a la ecología, con algún
centro de investigación, pero también apoyar a la Región Carbonífera
con infraestructura, en obras que mejoraran la calidad de vida de los
habitantes, se hablaba de un hospital. Con el paso del tiempo hemos
visto que no ha dado los resultados esperados, no ha cubierto los
objetivos iniciales y también se dice que ha sido una caja chica del
Gobierno del Estado”.
Monse dice que desde hace ya tiempo las
mujeres de Cloete han solicitado al gobierno que les ponga una fábrica
de algo, lo que sea, que les permita aumenta su calidad de vida, pero
parece que a las autoridades no les interesa Cloete.
“Lo primero que dicen: ‘no hay drenaje’, ¡mételo!, muy sencillo, ¿no hay drenaje?, no es por nuestra culpa”.
Avanzamos sobre la llanura.
Tengo la boca seca y siento cómo, poco a poco, me voy vaciando por los poros.
Mi ropa está empapada y mi cuerpo pegajoso de sudor.
Monse
me platica que es tal el afán de los empresarios por rascar en la
tierra para sacar carbón, que ya han removido postes de luz, destruido
el drenaje y la única banqueta que hay en Cloete, la de la calle,
principal y única, Francisco Sarabia, construida a finales de los 70
por el entonces alcalde Conrado Marines y que ya está en malas
condiciones por el paso continuo de los camiones cargados con carbón.
“Mire
ese poste, se le puede caer a la gente de un momento a otro, Comisión
se hace de la vista gorda jamás ha reclamado lo que le corresponde”,
dice Monse.
Dejamos la llanura y seguimos por la banqueta del pueblo, esa de la que hace un momento me hablaba Monse.
Es
una banqueta larga y angosta, en algunos trechos cuarteada, en otros,
de plano desbarrancada, efecto, dice Monse, de los tajos.
Por
esta banqueta, alfombrada siempre de polvo negro, en época de clases
suelen transitar los chicos que van de su casa a la escuela y
viceversa.
Por eso es que a Monse no le extraña que sus nietas lleguen a casa con las medias manchadas de negro.
Vamos
cruzando la calle Francisco Sarabia, con rumbo al área A, del polígono
A, en la colonia Altamira, de Cloete, que de colonia tiene nada, más
tarde sabremos por qué.
Nos internamos en otro páramo sobre el
que se aprecian varios camiones de volteo, descargando tierra encima de
lo que hasta hace muy poco eran tajos de carbón.
A la entrada de
este campo hay clavado entre la maleza un letrero que alerta sobre las
maniobras: “No pasar, camiones trabajando”.
Monse dice que aquí
los empresarios se han adueñado hasta de los caminos de terracería,
porque en Cloete tampoco hay calles pavimentadas y ni siquiera un área
verde.
“No hay por dónde camines, cerraron todos los caminos, que es propiedad privada, dicen”.
Y
me habla del caso de Álvaro Jaime, regidor por el PT del Ayuntamiento
de Sabinas, al que las autoridades concedieron una extensa zona de
Cloete para el aprovechamiento de carbón.
Hortensia Carrizales
González, la presidenta de Unidad, Trabajo y Perseverancia por Cloete
A.C., me dijo un mediodía que me reuní con ella en su casa para hablar
de los tajos de carbón, que no entiende por qué es que en el pueblo
pasan estas cosas.
“La pregunta es: ¿cómo logró tener tanta
extensión de terreno sin que haya habido antes una inspección? Hay
gente, hay población, hay mancha urbana, terreno rústico con personas y
ejidatarios. Cloete data de 1906 con población, cómo es posible que
venga una persona muchos años después con una concesión a destruir
todo”.
CASAS ABANDONADAS
En las profundidades del área A, polígono A, de la colonia Altamira, en Cloete, nos encontramos con algunas casas abandonadas.
Monse
dice que no hace mucho los propietarios de estas viviendas prefirieron
irse, después que fueron amenazados y hasta golpeados por los
carboneros que se han adueñado de estas tierras.
“Aquí tuvimos un
plantón. Vinieron y nos dijeron ‘¿se quitan o los quitamos?’, y no pues
‘¡ni nos quitan ni nos quitamos!’. Había niños. A aquella señora le
dijeron ‘te me vas, te me sales’, yo estaba presente. Al hombre de
aquella casa, ahí había una casa, lo golpearon, un pariente de él, le
pusieron una pistola aquí a su criatura, ¿cómo dejaste tu casa?, te
corrieron…”, relata Monse.
Otros se han ido alentados por el peligro de que un día sus viviendas se vengan abajo con ellos dentro.
En
esta zona, la colonia Altamira de calles sin asfaltar ni drenaje, he
visto cómo los empresarios han ido rascando en la tierra para abrir
tajos de carbón muy cerca de los asentamientos humanos.
Le pregunto a Monse que si, en serio, esta es una colonia, dice que sí.
“Es una colonia, esta es una colonia. ¿Usted qué ve diferente con otra colonia? No hay nada que la identifique…”.
CAVAN CUEVAS
Los
vecinos de la villa aseguran que es tanta la ambición de los
carboneros, que se han atrevido, incluso, a cavar cuevas subterráneas
por todo Cloete, cuevas que han topado con el frente o el patio de los
domicilios.
Lo confirmo un mediodía que Hortensia Carrizales
González, la presidenta de Unidad, Trabajo y Perseverancia por Cloete
A.C., me muestra en su casa unas vistas satelitales de Cloete, donde se
aprecia el pueblo rodeado de tajos.
“Si se fijan son puros
tajos, ¡pura destrucción, pura destrucción! Escarban, cuando llegan a
donde están las casas siguen con cuevas. Es terrorífico esto de los
tajos. Vivimos en una región minera donde la gente se sostiene del
carbón, lo único en que no estamos de acuerdo es que se perjudique a
terceras personas. Tenemos desde 91, 92, muchísimos años solicitando
que las cosas se reglamenten, que se trabaje como debe ser. Ahorita
andan buscando lo que queda, desesperados, lo que sea y se llevan de
encuentro lo que sea”.
Dicen que por eso la mayoría de las
casas de Cloete están cuarteadas y en riesgo de quedar volando o, de
pleno, hundirse, ser tragadas por la tierra.
Monse, que no es geóloga, así lo explica:
“Hay
abajo cañones y los cañones van pidiendo la tierra que está arriba,
entonces se va deslavando, se va yendo todo para abajo”.
A lo largo de este recorrido he visto algunas casas con las paredes rajadas y los pisos cuarteados.
Casas que fueron construidas recientemente y que ya han tenido que ser apuntaladas con muros.
“No tiene ni un año que la resané”, me gritó un vecino cuando pasaba frente a su vivienda.
Enfilamos
por las calles de la Altamira, ya dije que estas calles, como las de
todo Cloete, no tienen pavimento y están llenas de ese polvo negruzco
que van dejando a su paso los camiones procedentes de los tajos.
Justo
cuando voy pensando en lo realmente despiadado que es el calor de
Cloete, miro venir por el camino una pipa que va echando agua para
apaciguar el polvo del carbón que flota por el pueblo.
“Son
regadas las que ellos nos dan, son regadas las que están haciendo,
están regándola. Así como están regando esa agua, están regándola con
el pueblo”, dice Monse.
Monse me cuenta que aparte de los
estragos que ha hecho en Cloete la actividad de los tajos, los
lugareños tienen que soportar la contaminación al ambiente y los daños
a la salud que ha provocado, por años, la extracción de carbón a cielo
abierto.
Mientras Monse me va platicando yo me imagino a su
esposo, como al resto los hombres de Cloete y de la Región Carbonífera,
que trabajan o han trabajado en los tajos, llegando a casa con las
axilas enrojecidas, los ijares y los dedos de los pies llenos de granos
y los ojos colorados.
“Trabajan peor que esclavos porque van a
morir, ‘te doy mil esos porque vayas y mueras ahí’. Se afectan de los
pulmones, de la columna. Mi esposo tiene la columna desviada y ya no
oye bien…”.
Entramos luego en una especie de planicie cubierta de polvo negro.
Al
fondo serpentea un camino bordeado por cerros y cerros de escoria que
los camiones de volteo de los carboneros vienen a tirar aquí.
“Es
un desastre, pero no natural, es un desastre que nos han provocado las
mismas autoridades, que deben de proteger no tan solo el medio
ambiente, sino principalmente a la ciudadanía”.
Monse me
anuncia que estamos en los terrenos de lo que oficialmente debería ser,
porque así consta en los planos, el Parque Sabinas, cuya construcción
se proyectó desde 1996, pero nada.
“¿Usted ve algo de parque? ¿No hay nada? Todo eso ya fue escarbado”, dice Monse.
Viendo
las fotografías que ha tomado Marco Medina, reportero gráfico de
VANGUARDIA, me figuro una postal captada por algún satélite de la NASA,
sobre un planeta desconocido y tenebroso.
“El Parque supuesto,
Parque Sabinas, que así se llama, no existe, jamás existió, nunca
disfrutamos ese parque. Nos engañaron con ese parque, es una vil
mentira. Nunca en mi vida he traído a mis hijos al parque ¿dónde está
el beneficio para Cloete dígame usted?”, dice Monse.
Y me
cuenta que hace unos días Ignacio Lenin Flores Lucio, el alcalde
panista de Sabinas, que además funge como delegado de Cloete, declaró
que próximamente construirá para la comunidad “un parquecito” a las
afueras del pueblo, justo donde están los montones de escoria negra.
“Y yo pienso, no mi vida, el parque que tenemos es grande, entréganos ese parque”.
Han transcurrido casi cuatro horas de caminata bajo el sol.
Cuando
siento que estoy a punto de desfallecer por el calor, pasamos frente a
una suerte plaza donde hay algunos juegos infantiles, varias bancas y
una cancha de basquetbol. Es la colonia Agapito Zavala, de Cloete.
Monse
se pregunta si esto es todo lo que merece Cloete, a cambio de las
toneladas y toneladas de carbón que han sacado de aquí los empresarios
durante años.
“¿Esto es lo que merece Cloete de tanto carbón que han sacado durante muchos años? Cloete no tiene merecido nada”.
Agotado por el recorrido me quedo a la zaga de Monse y ella me grita que siga, que todavía falta, que quiere enseñarme algo más.
UN TAJO EN EL DIAMANTE
Penetramos ahora en un parque de beisbol, donde los empresarios abrieron un tajo de carbón en pleno diamante.
La Policía dijo nada.
“Si
van al parque de beisbol de Sabinas y le sacan el carbón, las
autoridades se van a ir como perros y aquí no hubo policías, no hubo
nada, nada, nada, nada, todo quedó en silencio”, dice Monse.
Cayendo la tarde me veo caminando con Monse por la orilla de la calle principal, rumbo a la salida del pueblo.
A lo largo de la vialidad se miran los cerros y cerros de escoria negra apilados, uno tras otro, sobre llanura.
Más adelante hay camiones de volteo y trascabos haciendo maniobras.
En este camino, principal y único de Cloete, todo es polvo y calor que pican en la nariz y calan en la garganta.
Monse
dice que últimamente los vecinos de Cloete han conseguido, a base de
presión, parar algunos tajos, pero que eso les ha acarreado varias
demandas legales de los dueños y los concesionarios del carbón.
Me
vuelvo a quedar a la zaga de Monse. Ella me dice que ya falta poco para
llegar, que todavía hay algo que quiere que vea, una última cosa.
Al
final del recorrido estamos contemplando desde arriba un tajo
gigantesco, que los carboneros abrieron a unos cinco metros de la calle
principal de Cloete y a unos 15 de la carretera federal 57.
Ni las autoridades, ni nadie dijo nada…
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