Leonardo García Tsao
La Jornada
Una vez más, los premios de Sundance nos dan motivos para considerarlos con suspicacia. Si el documental ganador de este año, Tierra de cárteles, de Matthew Heineman, no era digno de entusiasmo, tampoco lo es el acreedor al Premio del Jurado, Wolfpack: lobos de Manhattan, que se acaba de estrenar aquí.
Se trata del debut de Crystal Moselle, quien evidencia a cada rato
su condición de primeriza. Lástima, porque el tema es fascinante: en el
Lower East Side de Manhattan, una familia de siete hijos ha vivido
encerrada la mayor parte de su vida en un minúsculo departamento;
básicamente, su contacto con el mundo exterior ha sido a través de
Hollywood, por lo que los seis varones se dedican a recrear ad verbatim las escenas de las películas que han visto y revisto en video. Así, el documental empieza con los muchachos actuando escenas de Perros de reserva (Quentin Tarantino, 1992), cuya influencia abarca incluso su forma de vestir cotidiana.
Dicho encierro se debe a que el padre, inmigrante peruano llamado
Óscar Angulo, no quiere exponer a su familia a los peligros externos.
Los muchachos han sido educados por la madre, Susanne, quien da
muestras de la pasividad inherente a una mujer que acepta ser golpeada.
Óscar es un tiranuelo que, en su rechazo de las convenciones sociales,
tampoco trabaja (la familia vive del welfare) y profesa ser
adepto al Hare Krishna (todos sus hijos llevan un nombre en sánscrito).
Es decir, es una situación similar a la de El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1972), que fue, según se sabe, basada en un caso real.
Una vez que los hijos crecen aparecen, por supuesto, las fisuras en
ese universo controlado de Angulo. Uno de ellos, Mukunda, se escapa del
hogar con un disfraz y, aunque es arrestado por las autoridades, esa
probadita de libertad ha sido suficiente para que sus hermanos también
quieran experimentarla.
Resulta difícil distinguir a un hermano de otro, porque todos tienen
las mismas facciones andinas y una cabellera larga (sólo al final, los
créditos le asignan nombres a cada uno). Pero lo que debería ser
emotivo testimonio de su progreso hacia la liberación y el derrumbe del
autoritarismo paterno, no está presente.
Por
desgracia, Moselle no sabe cómo construir su relato. Con la temida
estructura de muégano, el documental no sigue una cronología clara, ni
una progresión dramática y muchas dudas –la mayoría– se quedan en el
aire. ¿Qué hace el paterfamilias durante el día? ¿La relación entre los
hermanos es siempre tan cordial como aparenta? ¿Qué papel juega la
única hija, Visnu, en la dinámica familiar siendo además la más
pequeña? La directora parece más interesada en captar momentos líricos,
como el primer viaje de los hermanos Angulo a una playa o a un bosque.
No podían faltar lo que está de moda: echar mano del abundante pietaje
de video casero que no esclarece mucho fuera de que los hermanos son
muy hábiles para elaborar sus disfraces con cartón.
El papel de mera observadora que asume Moselle le impide incluso
cuestionar las acciones del huevonazo del padre, quien se disculpa
tímidamente alegando apelar, por una vez, a la doctrina cristiana del
perdón. No es este un documental incisivo como los que hace su paisano,
Andrew Jarecki.
Wolfpack: lobos de Manhattan queda, pues, como un
frustrante catálogo de oportunidades perdidas. El desarrollo de un solo
tema hubiera bastado para dar solidez al asunto: ya que los jóvenes
Angulo han aprendido de su sociedad a través del filtro de sus
películas favoritas, en su mayoría violentas, hubiera sido interesante
observar qué tan distorsionada o no es su percepción de la realidad. A
Moselle no se le ocurrió abordarlo.
Wolfpack: Lobos de Manhattan
(The Wolfpack)
D: Crystal Moselle/ F. en C: Crystal Moselle/ M: Danny Bensi, Sander
Jurriaans, Aska Matsumiya/ Ed Enat Sido/ Con: Baghavan Angulo, Govinda
Angulo, Mukunda Angulo, Jagadisa Angulo, Krsna Angulo/ P: Kotva Films,
Verisimilitude. EU, 2015.
Twitter: @walyder
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