Habla Paola Salgado, feminista del Congreso de los Pueblos, víctima de un falso positivo judicial
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El refrán popular dice que hasta que no se demuestre lo contrario todos
somos inocentes. Poniéndolo en ese contexto, Paola Andrea Salgado
Piedrahíta también sería inocente. Ella así lo dice. Pero solo un juez
de la República podrá decidir si la exculpa de las acusaciones en su
contra.
Después de esperar en promedio una hora en la cárcel
El Buen Pastor, aparece la abogada Paola Salgado, acusada por la
Fiscalía en medio de una investigación que llevó a cabo la policía por
terrorismo.
Viene de una celda a la que, para evitar
acostumbrarse y no acoplarse, llama ‘su cuarto’. Es reclusa en el patio
número siete, una sección de alta seguridad donde principalmente hay
presos políticos o vinculados con terrorismo o rebelión.
Llega
acompañada por dos guardias bien armados; una capitán del Inpec y por
la funcionaria de comunicaciones de la misma entidad.
Camina
sin apuros hacia donde la uniformada le indica que es la entrevista:
unos incómodos troncos de árbol que minutos después abandonamos.
Al preguntarle cómo está, me responde con una risa fingida acompañada
de unos ojos tristes, expresión que rápidamente abandona al empezar la
entrevista.
Está sin una gota de maquillaje en el rostro, el
cabello un poco opaco, las uñas sin pintar. Tiene puesto un buso gris
claro y un jean azul que estoy seguro le ajustaba muchísimo más hace
dos meses, antes de ser capturada por la policía en un operativo que
ella califica de sorpresivo, exagerado y pantallero.
Eso
ocurrió pasadas las seis de la mañana. Paola se había levantado hacía
pocos minutos y se encontraba en su apartamento, en el quinto piso de
un edificio en el barrio Nicolás de Federmán. Mauricio, su esposo, que
también es abogado, dormía.
Recuerda ella que cuando estaba
poniendo una olleta en la estufa para preparar café golpearon en su
puerta con insistencia. Ella creyó, por la hora, que se trataba de un
vecino que requería un favor.
Cuando observó por el ojo mágico
de la puerta se le hizo extraño ver un número incontable de policías
afuera de su apartamento. Creyó que algo malo había pasado dentro del
edificio y abrió sin ningún temor – porque el que nada debe, nada teme
– asegura.
El abrir esa puerta fue abrir la ruta de su
infierno. Una avalancha de uniformados armados ingresó sin pedir
permiso llevándosela por delante. “No fueron agresivos. No fueron
groseros”, comenta.
Un capitán alto ingresó al apartamento con
la pistola desenfundada. Ella, sin saber aún lo que pasaba, se paró en
frente de él impidiéndole el paso y con la autoridad de estar en su
espacio, donde ella mandaba, le dijo que bajara el arma o que se
saliera de su apartamento. El uniformado la ignoró pero ella alzó la
voz y se lo volvió a repetir.
Mientras que el capitán bajaba
el arma escudriñaba con la vista de arriba abajo y de lado a lado el
apartamento al mismo tiempo que le preguntaba a una de sus subalternas
que si a quien buscaban era una “fémina”. La policía contestó
afirmativamente y le entregó al capitán un documento señalándole el
espacio de la hoja donde estaba el nombre de la persona que buscaban.
– ¿Es usted Paola Andrea Salgado Piedrahíta?
– Sí. Soy yo. ¿Qué necesita?
– Tenemos una orden de captura en su contra y una orden de allanamiento.
“Casi me desmayo. No entendía lo que estaba pasando. Me dije: ‘será que
otra vez el Procurador me denunció”, dice Paola y sonríe mientras se
acomoda el pelo que el viento empuja constantemente sobre su rostro.
La abogada recuerda que desde la Procuraduría intentaron detener su
actividad como defensora de derechos humanos. Cuenta que le intentaron
abrir un proceso disciplinario porque la entidad consideró que
acompañar y ayudar los casos de las mujeres iba en contra de su trabajo
como servidora pública. El proceso en su contra no prosperó y se
archivó.
“Mauri, levántate y ven despacio que el apartamento
está lleno de policías armados”, le dijo la abogada a su esposo desde
la sala.
Paola cogió los documentos donde se enunciaba la
razón del procedimiento policial en su contra; se sentó en el comedor y
con calma y detenimiento los leyó uno por uno mientras que a su
alrededor decenas de policías y hombres de civil revolcaban su
apartamento, buscando, supuestamente, las pruebas en su contra. Al
final se llevaron de su casa libros, documentos, memorias usb, y un par
de computadores.
Con un préstamo del Icetex, que aún está
pagando, ingresó a estudiar derecho en la Universidad Nacional en 1999.
Venía del Tolima, su tierra. Nació en Ibagué hace 33 años. Allá vivía
con su mamá y sus abuelos maternos, sus dos viejos adorados, que en
medio del dolor ya la visitaron en la cárcel, en la que lleva un mes
interna.
Después de ingresar a la universidad se encontró con la
actividad pública y se enganchó en el debate sociopolítico que desde la
academia se estaba generando en la época. Empezó a conocer de frente la
realidad del pueblo que ha sido víctima del conflicto interno y se
matriculó en la lucha de los Derechos Humanos.
En 2005, cuando
en la Corte empieza a debatirse el tema del aborto, se interesó por la
mujer como víctima y la sedujo la idea de utilizar su conocimiento,
profesión e ideales para defender su género. Se volvió feminista. Una
de las más contestatarias.
Ha hablado duro y sin miedo frente
a las instituciones públicas que atentan contra los derechos de la
mujer. Participó en plantones, en marchas, foros. Se quitó la ropa
frente a la Procuraduría y todo lo hizo, según ella, dentro del marco
de acciones totalmente pacíficas.
Paola fue acusada por la
Fiscalía por los delitos de porte, tráfico y fabricación de armas de
uso privativo de las Fuerzas Militares y violencia contra servidor
público agravado. Según las investigaciones del ente acusador y de la
policía, transportó en su vehículo papas bomba que se utilizaron, o se
iban a utilizar, en la manifestación estudiantil del pasado 20 de mayo
donde nueve policías del escuadrón antidisturbios de la policía, Esmad,
resultaron heridos.
Ella, capturada el 8 de junio de este año,
junto a otras 12 personas, no aceptó la imputación y en esta entrevista
ratifica que es inocente de lo que se le acusa. Dice que su vinculación
a esta investigación es un ‘falso positivo judicial’, de los muchos a
los que este país está acostumbrado.
Paola cree que fue sumada
a este proceso por varios factores, entre ellos, por ser parte activa
de un movimiento social muy conocido llamado El Congreso de los
Pueblos, al que pertenecen más de 10 mil personas, entre campesinos,
indígenas, sindicalistas, líderes sociales y desde donde se han
denunciado constantemente violaciones a los Derechos Humanos y se
apoyan movilizaciones sociales, campesinas e indígenas. La mayoría de
los detenidos hacen parte de este colectivo.
También cree que
es y ha sido investigada por el fuerte activismo en defensa de los
Derechos Humanos y las denuncias que desde el movimiento feminista, que
muchos tildan de revolucionario, ella realiza. Así mismo dice que la
intención con este tipo de detenciones es que sean vistas como un
mecanismo de sanción ejemplarizante para aquellos que quieran “pararse
duro” frente a injusticias sociales.
“Creo que el movimiento
social y la organización social en este país ha sido estigmatizada. En
algún tiempo a los activistas nos mataban, nos desaparecían y nos
hacían montajes judiciales para callarnos”.
Paola asegura que
los capturados ese 8 de julio son un “chivo expiatorio” que el Estado
tuvo que mostrar frente a los atentados con bombas y petardos ocurridos
en Bogotá a finales de junio. “Esta es una forma de mostrar resultados”.
La abogada está segura que las pruebas contra ella, primero, están
descontextualizadas y segundo, tiene cómo tumbar el contexto desde el
que la Fiscalía las evidencia. Confía plenamente en la estrategia que
junto con su abogada están preparando para defenderse y demostrar su
inocencia.
Aunque Paola no quiere hablar sobre las pruebas que
la Fiscalía mostró en su contra, porque hace parte de su defensa, solo
dice que en su carro nunca transportó explosivos. – ¿A quién le cabe en
la cabeza que usted puede llevar explosivos en su carro, que con un
hueco se pueden explotar? Yo espíritu de Kamikaze no tengo – apunta y
suelta una de las pocas risas que acompañan esta entrevista.
Su estancia en El Buen Pastor no ha sido tan dramática, dice ella.
Estar en un patio de alta seguridad le ha permitido tener condiciones
de permanencia diferentes a otras reclusas y eso ella lo agradece, ya
que, dentro de lo que cabe, puede dormir bien y alimentarse bien,
circunstancias que le han dado fuerzas para seguir adelante.
Desde prisión estudia su proceso y se fortalece para saber qué paso dar
frente a la situación en la que está. Aunque le preocupan mucho las
cosas que ha dejado afuera, como su trabajo. Dice que busca estar
concentrada y con la mente clara para tomar decisiones, porque es
consciente de que llegará el momento en que, para bien de su proceso,
las tendrá que tomar.
– Extraño mi casa, mis perros, mi trabajo,
mi familia, extraño a mi esposo – dice esto y es la primer y única vez
que llora y lo hace al recordar a Mauricio, el hombre con el que vive
hace 13 años. – Asumir esto no es fácil – dice mientras seca las
lágrimas del rostro y toma un nuevo aire. Vuelve a ella la tranquilidad
y frescura que demuestra durante casi toda la entrevista.
–
Siento que mi vida hizo una pausa. Es como si tienes el control de un
televisor y le pones una pausa. Me da mucho miedo que mi vida se quede
pausada acá. Me da un terror profundo sentir que aquí se me acabó la
vida, – dice esto y hay un corto silencio en el que respira
profundamente, mira al cielo, contempla la claridad del día y esboza
una diminuta sonrisa que solamente es para ella. Es un momento suyo; el
sonar del obturador de la cámara la trae de vuelta a la entrevista y
dice –. Asumir esto no es fácil. Conozco los términos del proceso.
Puede ser un proceso en el que pasen varios años sin que se defina nada –.
Paola piensa y espera que su estancia tras las rejas sea por poco
tiempo, mientras la verdad salga a flote. Confía en que las
investigaciones arrojen al final la única verdad que existe para ella:
su inocencia.
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