Todo comenzó en 2007. María del Rosario Gutiérrez recuerda que se
interesó en el tema cuando vio en la televisión que personas que se
dedicaban a recoger desechos de los basureros de Managua se peleaban
entre sí por el contenido de sacos llenos de botellas plásticas, vidrio
y metal.
¿Qué tanto podía valer la basura para que la gente llegase a herirse
por ella?, se preguntó. Vivía una situación paupérrima, sobreviviendo
ella y sus dos hijos con lo que cultivaba en una pequeña parcela de
tierras comunales, en el municipio de Altagracia, y realizando trabajos
esporádicos.
Una vecina, con quien habló del tema, recordó a Gutiérrez que en
Moyogalpa, el otro municipio que compone la isla, una oficina se
dedicaba a comprar metales, vidrios y botellas plásticas.
Averiguaron que en su comunidad había alguien que adquiría los
materiales que le enviaban hoteles de la zona y luego de lavarlos, los
mandaba a Managua para vender.
Y así comenzó esta mujer que ahora tiene 30 años su nueva actividad:
todos los días salía a pie a recorrer grandes distancias con un saco al
hombro donde iba echando los desechos encontrados en todos los confines
de la isla.
Su vecina se entusiasmó y pasó a acompañarla, igual que otras
amigas, todas en iguales condiciones de desempleo y pobreza. Comenzaron
a recorrer los caminos en bicicleta para recuperar los desechos
lanzados por los turistas y luego los vendían al acopiador de
materiales.
“No era mucha plata (dinero), pero daba para la comida. Y como no
teníamos empleo, no nos afectaba el tiempo que durábamos, aunque el
trabajo era bien cansado al inicio”, rememora Gutiérrez a IPS.
Ver a las mujeres recorriendo las calles, recogiendo basura y luego
cargando grandes bolsas de desechos, se volvió una escena común a la
que se iban sumando otras más.
El germen del cambio
Miriam Potoy, de la Fundación entre Volcanes,
recuerda que la organización no gubernamental decidió respaldar a las
mujeres recicladoras, comenzando por un grupo que pasó a hacer lo mismo
en Moyogalpa.
“Inicialmente las apoyamos con equipos de seguridad e higiene,
después con capacitaciones sobre manejo de desechos, de tratamiento del
material y hasta en el uso diversificado de la basura, para que no solo
la comerciaran, sino que aprendieran a hacer artesanías con los
materiales, para venderlas a los turistas y obtener ingresos extras”,
rememora a IPS.
Admirados por su labor, otras instituciones y sectores también decidieron apoyarlas.
La alcaldía de Altagracia les entregó un espacio para acopiar y
seleccionar los desechos, empresarios turísticos que antes separaban la
basura para vender la reciclable, decidieron donarla a las mujeres,
mientras empresas de servicios y alimentos aportaron equipos y
asistencia.
La labor del grupo alcanzó tal solidaridad y cooperación, que la
alcaldía obtuvo financiamiento para dotar por un tiempo a las mujeres
con una remuneración de casi dos dólares diarios y de servicio de
transporte gratuito para trasladar el material al muelle de donde
zarpan los barcos hacia la ciudad de Rivas. De allí, la carga prosigue
por carretera a Managua, distante 120 kilómetros.
“La comunidad valoró el trabajo de la mujeres no solo por el hecho
mismo de que ayudaban a mantener limpia la isla, lo que indudablemente
mejoraba la imagen para atraer al turismo, sino porque se reflejó en
ellas un deseo intenso de superarse y mejorar sus condiciones
económicas y de sus familias”, analiza Potoy.
Y lo hicieron, “a partir de una actividad no tradicional, que rompía
los moldes del papel que las mujeres han asumido históricamente en
estas comunidades rurales y aisladas”, detalla.
Francis Socorro Hernández, otra de las primeras recicladoras, cuenta
a IPS que al comienzo “era penoso que la gente nos viera recogiendo
desechos”.
Pero tras recibir talleres de género, administración de
microempresas y ambiente, “asumí que hacía algo importante y que peor
era vivir en un ambiente contaminado y resignada a la pobreza, y se me
fue la pena (vergüenza)”, dice con una sonrisa.
Su labor se reforzó con otras iniciativas surgidas por su ejemplo.
Una especial es la de Karen Paladino, oriunda de Alemania y con
nacionalidad nicaragüense, directora de la organización comunitaria
Educación Medio Ambiental de Ometepe, que trabaja con la niñez y los
jóvenes de la isla en campañas de concientización ambiental.
Cuando conoció la labor de las recicladoras, motivó a los
estudiantes y docentes de las escuelas a apoyar su causa, organizando
desde entonces jornadas de limpieza y recolección de desechos que luego
donan al acopio donde las mujeres clasifican los materiales.
La transformación en el manejo de la basura se da en un escenario
paradisíaco: la isla de Ometepe, con sus 276 kilómetros cuadrados de
naturaleza en medio de un lago de más de 8.624 kilómetros de agua
dulce, el Cocibolca, también llamado Gran Lago de Nicaragua, en el
occidente de este país centroamericano de 6,1 millones de personas.
No todo es éxito
El colectivo que dio comienzo a todo es la Asociación de Mujeres Recicladoras de Altagracia.
Antes eran 10, ahora quedan seis, que siguen con el trabajo de
recoger todo el desecho posible con valor de reciclaje y sacarlo de la
isla para Managua, donde se vende y les da un ingreso para la
sobrevivencia familiar.
Gutiérrez cuenta que la misión ha sido difícil por el alto costo del
transporte, la inseguridad laboral y el poco financiamiento para el
proyecto.
“Apoyo siempre tuvimos, gracias a Dios, la alcaldía nos apoyó,
algunos hoteles también, gente de la Unión Europea (UE) dio fondos para
mejorar las condiciones del relleno sanitario”, cuenta.
Pero “necesitamos más recursos para recoger y trasladar el material, procesarlo y sacarlo de la isla”, explica.
La alcaldía de Moyogalpa, con apoyo de la UE logró mejorar los
vertederos de los dos municipios insulares. Ahora existen en ambos unas
galeras donde se trata la materia orgánica, recipientes para
lombricultura, para hacer abono orgánico con base en lombrices, pilas
acopiadoras de agua y un pozo para producir compost.
Los dos municipios entregaron a las recicladoras lotes de tierra
para cultivos de autoconsumo, donde ellas cosechan verduras y granos
para sus familias.
Con todo, el esfuerzo y solidaridad no bastó para mantenerlas unidas y algunas abandonaron la asociación.
Con el hundimiento internacional del precio del petróleo, el valor
de los desechos también se vino abajo y las ganancias disminuyeron, lo
que desalentó a algunas que volvieron a lo que hacían antes: combinar
faenas agrícolas con trabajo en el servicio doméstico.
“Yo estaba muy comprometida en el trabajo de pepenar (recoger del
suelo, en lengua náhuatl), pero de pronto sentí que el proyecto no iba
bien y necesitaba alimentar a mi familia, así que me fui con mi marido
a cultivar frijoles y verduras para tener más ingresos”, explicó María
a IPS, una de las que dejó el grupo.
“Pero igual, sigo recogiendo desechos y aunque ya no participe del
colectivo se los dono a las compañeras”, añade esta mujer que pidió no
dar sus apellidos.
Cuando unas se fueron, otras se incorporaron. “Los desechos siguen
viniendo, la cooperación a nuestra labor va a mejorar. Nuestras
familias nos apoyan y nosotras estamos entusiasmadas”, dice a IPS una
de las nuevas, Eveling Urtecho.
Con el liderazgo de Gutiérrez, el apoyo municipal y el retorno del
respaldo de la UE, las recicladoras confían en mejorar las condiciones
económicas y del trabajo en breve.
A Ometepe (dos montañas, en lengua náhualt) ingresan anualmente en
promedio 50.000 turistas y al menos 10 millones de toneladas de
plástico, según cifras de organizaciones ambientales de la isla.
La asociación de Altagracia recoge mensualmente entre 1.000 y 1.200
kilógramos de ese plástico y parecida cantidad sus compañeras de
Moyogalpa.
Hasta que las recicladoras comenzaron su revolución, en Ometepe la
mayoría de los desechos terminaban en las calles, cauces y traspatios.
Cuando llovía las corrientes los arrastraban al lago y ahí terminaban,
sino no eran quemados antes a cielo abierto.
Este reportaje forma parte de una serie concebida en colaboración con Ecosocialist Horizons
Editado por Estrella Gutiérrez
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