QUINTO PODER
Por: Argentina Casanova*
Las
mujeres en México habitamos diversas realidades: a las que la realidad
les ha golpeado en la cara y se han visto obligadas a salir a buscar a
algún familiar desaparecido y hermanarse, aliarse con otras mujeres en
una lucha de la calle, de la protesta, del reclamo y la formación de
redes de mujeres.
Otras construyen sus resistencias a partir de la sobrevivencia, otras
más luchan cada día por no doblegarse; desde esas vidas cada una va
construyendo nuevas formas de pensamiento y también de nuevos
feminismos.
A veces la lucha por medir hacia uno y otro lado, aplicar o descartar
la evaluación de qué tan feminista se es a partir del lugar que se
ocupa puede resultar y es subjetivo; cada mujer transita su propio
camino para construir un feminismo que se ajusta a su realidad.
También parte de las luchas de las ancestras, fundamentalmente el
derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y actualmente y bajo las
condiciones del mundo actual, a que se respete lo más elemental: la
vida de las mujeres.
No hay fórmulas, no hay caminos cortos, ni hay estudios académicos,
maestrías o doctorados, libros que basten para hacerse feminista, ni
para no serlo.
Cada que veo la organización que desde sus realidades emprenden las
mujeres para construir una mejor comunidad, hacen sin saberlo ese
feminismo comunitario que buscamos como el camino para devolvernos y
recuperar lo que le fue robado a nuestros pueblos.
La parte más difícil (lo comentábamos de vuelta de un viaje por la
región maya, con una compañera, en esos diálogos que surgen en las
carreteras) es para nosotras las mestizas o “indígenas” colonizadas,
porque en realidad no creo en el mestizaje y creo más en que todas y
todos somos parte de algún pueblo originario cuando nos atrevemos a
reconocerlo en nuestra piel.
La dificultad está en que, a las que vivimos en la ciudad, en las zonas
urbano-marginadas, o a las que hemos ido buscando el conocimiento, se
nos ha dado prioritariamente el occidental y hemos olvidado o nunca
tuvimos acceso a las miradas ancestrales, y hemos perdido nuestra
capacidad de oír la tierra, oír el aire cuando avisa que viene la
lluvia y a recordar las enseñanzas de las abuelas.
Entonces se vuelve una tarea más difícil el caminar hacia un feminismo
comunitario aunque en él tenemos la confianza y la certeza de que la
organización de la comunidad a partir de los derechos de las mujeres
representa el gran reto para reconstruir espacios nuevos y/o aprender a
reconocerlos en la vida cotidiana de tantas mujeres en México.
Un camino más largo por recorrer lo afrontamos desde la colonización
del pensamiento, desde el reflexionar y entender que las mujeres de las
comunidades no “necesitan ser empoderadas”, que el “techo de cristal”
es una invención discursiva patriarcal que vuelve a poner a las mujeres
la responsabilidad de sus “autolimitaciones”, y que conceptos como el
“trabajo decente” representa más una mirada prejuiciosa respecto a las
propias mujeres, separando una vez más a todas entre decentes e
indecentes. Y así vamos reinventándonos y encontrándonos.
Un largo camino desde la lengua, la que nos determina, la que hemos
intentado deconstruir apostándole a la feminización de una lengua que
nació patriarcal y que determina en gran medida la manera de pensar de
las mujeres y los hombres de esta sociedad.
Y sólo así podemos entender que la palabra “respeto” tenga tanta fuerza
entre los hombres, pero también entre las mujeres que demandan a otras
“darse a respetar” para no ser violadas ni asesinadas.
Somos nosotras, las que vivimos en las ciudades –y no las mujeres que
resisten en las comunidades indígenas– las que luchan con pares que
juzgan a otras, las critican y justifican la violencia de los hombres
que reclaman derechos sobre sus hijos, llamando a las malas mujeres
“zorras vividoras”, mensajes que llenan las redes sociales
justificándose aun sin conocer o saber que provienen de personajes como
el hombre que originó el suicidio de una mujer por el extremo acoso.
Y eso nos pone a reflexionar hacia dónde y qué feminismo estamos
construyendo y viviendo, en el que apenas lo conocemos nos entusiasma y
fortalece, pero también que por el otro lado hay un discurso patriarcal
misógino que cada vez se fortalece más en voces femeninas, en muros
femeninos y en argumentos hilvanados por otras mujeres en los que hasta
el asesinato de una joven de 19 años con 18 semanas de embarazo es
justificado, y añaden comentarios sobre la importancia de que las
mujeres aprendan a prevenir embarazos porque es su responsabilidad.
No puedo entender que vayamos avanzando en el feminismo cuando veo
cosas así, cuando se mira la responsabilidad de una mujer por
embarazarse, y nunca se piensa en el hombre que la asesinó. Algo no
está funcionando bien, y el patriarcado sigue ganando.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
CIMACFoto: César Martínez López, Cimacnoticias | Campeche.-
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