Erotismo y miseria
mercantilizada
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la
Filosofía
“En el comportamiento hacia la mujer, botín y esclava de la
voluptuosidad común, se manifiesta la infinita degradación en que el hombre
existe para sí mismo… Del carácter de esta relación se desprende en qué medida
el hombre ha llegado a ser y se concibe como ser genérico, como ser humano: la
relación entre hombre y mujer es la más natural de las relaciones entre uno y
otro ser humano”. Marx
Todas las formas de la humillación
humana están vigentes bajo el capitalismo, especialmente aquellas que han
convertido en mercancía los cuerpos femeninos (aunque no exclusivamente) y
aquellas que la ideología dominante convirtió en formas del “placer” basadas en
alquilar personas para exhibirse, parcial o totalmente, desnudas. Esto, desde
luego, es un problema moral y ético para las sociedades actuales porque es
principalmente un problema económico y político. Se ha dejado crecer una industria de la humillación
que transita zonas de clandestinidad relativa bajo el tapete de la doble moral
burguesa que todo lo esconde y todo se lo perdona. Sólo si es “placentero” y si
es negocio. Que para ellos es lo mismo.
El colmo es usar a “los pobres”,
(es decir a los empobrecidos) que el capitalismo fabrica, para auto-complacer
las exigencias de una moralidad enferma de esclavitud y de aberraciones. La ya
paupérrima educación sexual que la moral burguesa genera, admite en sus
entrañas mercantiles el uso de los cuerpos femeninos como territorio liberado
para la exposición impúdica del sometimiento y la enajenación a cambio de unos
pesos. Para esos fines son capaces de correr los velos de la invisibilidad de
clase y mostrar reales o falsificadas, las imágenes de personas que no sólo
muestran su desnudez sin que muestran algunas de las heridas más terribles de
la lucha de clases. No les haremos aquí publicidad.
Alguien puso en de moda -la web- el erotismo
de la miseria. Pagan por fotos de mujeres que se desnudan en los escenarios más
obvios del empobrecimiento para humillar más a las mujeres su condición de
mercancías para la masturbación. En este género pornográfico que circula
impunemente por Internet los escenarios para el cuerpo desnudo tienen una carga
ideológica terrible cuyo poder devastador radica en confirmar cuánto placer le
produce a la mentalidad burguesa masturbarse con el despojo. Aunque lo consuman,
incluso, los menos burgueses.
Es violencia de género
convertida en “deleites” utilitarios. Es humillación convertida en mercancía de
morbo cargada con moralejas de consumo en donde todo entra, todo se vende, todo
encuentra una manera de ser usado y todo se rinde al poder del dinero. Es el “glamour”
de una violencia de clase convertida en cuadros para una masturbación que entre
otras cosas anula las culpas burguesas. Es la barbarie icónica puesta en
circulación por un negocio que tiene ganancias no sólo en lo “financiero” y no
sólo en lo ideológico. Es, en suma, el capitalismo descomponiéndose en el uso
de los cuerpos como representación de la putrefacción de mercado.
En todas las modalidades burguesas
que ha tenido el tratamiento “plástico” de los cuerpos humanos, está presente también
un dispositivo ético-estético que recorrió la obviedad o la sublimación a
granel a lomos de lo “explícito” y de lo “obsceno”. Hoy la corriente de la mercancía pornográfica, que exige como escenario
los escenarios cotidianos de la vida empobrecida, toca un límite que desnuda
íntegramente la estética explicita de una burguesía cada día más alevosa y
perversa.
No habrá emancipación completa
si no nos emancipamos, también, del estercolero estético a que la burguesía nos
ha arrojado como solución de entretenimiento para las masas empobrecidas en lo material
tanto como en lo espiritual. Es un estercolero del que suele no percibirse el
vaho porque nos han convencido -mediáticamente- de que es perfume de pueblo ignorante, holgazán y adicto a lo mediocre.
Como en todos lo objetivos de la
guerra ideológica, financiada por la burguesía, el plan no es sólo oprimirnos y
deprimirnos sino obligarnos a que estemos agradecidos y ahora excitados.
Obligarnos a que aplaudamos a rabiar y les compremos todas sus mercancías
envenenadas, convencidos de que siempre han tenido la razón y de que debemos
capitular ante ellos convencidos que son el mejor “modelo” y “guía” para
nuestras vidas.
Uno no puede recurrir a los
bastiones de la moral burguesa para defenderse de su basura mercantil. Por ese
camino no hay salidas. Eso explica por qué toda revolución ha de serlo también
en su ética y en su moral de lucha que, apoyadas en la crítica de las
relaciones de producción capitalistas, sepa ofrecer a la humanidad los valores
transformadores que serán guías y programa de las nuevas conductas sociales,
incluidas las conductas sexuales. Eso atañe a la búsqueda colectiva de la
felicidad y eso atañe a la salud mental que ha de garantizar fortaleza de
principios y de fines. Sin amos, sin clases sociales y sin humillaciones
burguesas.
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