Acusan a Donald Trump de racista en Washington. Foto: Xinhua / Zheng Qihang |
MÉXICO,
DF (Proceso).- Somos testigos de un colapso generalizado, a nivel
global, de las viejas estructuras y coordenadas de la política
democrática. En Estados Unidos y Francia, personajes como Donald Trump y
Marine Le Pen, que en otros tiempos serían figuras marginales
generadoras de interés sólo en pequeños círculos ultra-reaccionarios,
hoy ocupan una posición absolutamente central en los debates de sus
naciones. Mientras, en Argentina, Venezuela y Brasil, la derecha
neofascista también avanza con paso firme hacia la ocupación de las
instituciones públicas de las cuales ha sido excluida desde los inicios
del siglo XXI. Pero, simultáneamente, en países con una larga historia
autoritaria, como España, Grecia, Bolivia y Ecuador, se construyen
nuevas opciones políticas y se consolidan las trayectorias de gobiernos
progresistas.
Es un error conceptualizar la coyuntura mundial
actual como simplemente de avance de la derecha o de “agotamiento” de
los gobiernos de izquierda. Lo que ocurre es algo mucho más profundo.
Nos encontramos en medio de un rompimiento histórico con la estéril
mitología del “centro democrático” o “tercera vía” como una solución a
los problemas de la humanidad. Los pueblos están buscando soluciones
cada vez más contundentes y palpables a sus problemas cotidianos y
empiezan a elegir aquellas opciones que prometen nuevas salidas de
transformación social.
En algunos países la derecha es el actor
político que, con base en mentiras, provocaciones y carretadas de
dinero, ha cosechado inicialmente los frutos del río revuelto de
desesperación, miedo e indignación. Donald Trump, Marine Le Pen,
Mauricio Macri y Leopoldo López hoy se regocijan con sus triunfos sobre
el viejo sistema político. Sin embargo, es muy difícil imaginar que
ellos podrán satisfacer realmente las demandas de mayor bienestar y
seguridad de sus pueblos. Su servilismo a los intereses internacionales
más retrógrados forzosamente les empujará a dar la espalda a sus propios
connacionales, tal y como ha ocurrido en México con Enrique Peña Nieto.
Quienes tendrían mayor potencial para sacar provecho de la actual
coyuntura de inestabilidad y reconfiguración política global son los
movimientos ciudadanos y políticos de abajo. Este sector es el único que
tiene una posibilidad real de articular una nueva visión más auténtica
de la política como un espacio de construcción de utopías y de control
férreo sobre los poderes despóticos.
Lamentablemente, quienes nos
encontramos del lado de los pueblos, en lugar de reconocer nuestras
enormes fortalezas, solemos hundirnos en el derrotismo y la depresión.
Nos resulta más cómodo escondernos atrás del lamento fácil de que
supuestamente todos nuestros compatriotas serían “apáticos” o
“agachados”, en lugar de abrazar y apoyar la infinidad de muestras de
conciencia y de participación que nuestros hermanos nos dan todos los
días.
En México la situación es particularmente trágica. Muchos
de los mismos periodistas, comentaristas y ciudadanos supuestamente
ultraconcientizados que se quejan de la supuesta apatía de sus vecinos y
colegas, son los primeros en descalificar a uno de los movimientos más
importantes de la historia reciente: el de los maestros en lucha contra
una supuesta “reforma educativa” cuyo único fin es destruir el legado
público y humanista del sistema educativo nacional. Simultáneamente,
muchos de los líderes magisteriales de la combativa, consciente y
valiente Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE)
han tomado la actitud contraproducente de dar la espalda a las ofertas
de alianza y de trabajo en conjunto que provienen de quienes tienen la
ilusión de tomar control sobre las instituciones públicas por la vía de
las urnas.
Tanto los críticos de café como los líderes sociales
sectarios fortalecen el sistema de autoritarismo neoliberal que hoy
tiene postrada a la nación. Este sistema depende precisamente de las
divisiones entre la clase media urbana y los movimientos fuera de las
grandes urbes, así como entre los movimientos sociales y la acción
política-electoral. Un posicionamiento auténticamente “antisistémico”
rompería de tajo con los mecanismos de división, cooptación y represión
propios del sistema priista para construir juntos un nuevo bloque
histórico basado en la confluencia entre la infinidad de diferentes
luchas que se manifiestan todos los días en las calles y las plazas de
la República Mexicana.
Independientemente de lo que uno puede
opinar a favor o en contra de los líderes o las causas específicas de un
movimiento u otro (CNTE, Morena, Ayotzinapa, policías comunitarios,
“Democracia UNAM”, Corredor Chapultepec, etcétera), tenemos que darnos
cuenta de que todos son ejemplos de la enorme voluntad de participación y
de cambio que hoy existe en México. En lugar de buscar pretextos para
descalificar los métodos o las ideologías de los otros, habría que
extender una mano generosa en apoyo a todas las causas justas.
Con el fin de poder sobrellevar la próxima coyuntura electoral de 2018,
la oligarquía ya prepara una potente aspirina para adormecer
temporalmente el agudo dolor ciudadano que todos sufrimos. Es altamente
probable entonces que México siga el camino de Estados Unidos, Francia,
Venezuela y Argentina con la consolidación definitiva de nuestro
narco-Estado autoritario. Sin embargo, también queda abierta la
posibilidad de dar una contundente lección histórica no solamente a los
oligarcas corruptos que hoy nos malgobiernan, sino también de volver a
colocar a México como un sitio estratégico para la renovación de la
esperanza ciudadana en el mundo entero, tal y como lo hicimos en 1994 y
quisimos repetirlo en el 2000.
La salida de emergencia se
encuentra a los ojos de todo el mundo. Solamente falta dar un paso
adelante y, juntos, empujar fuerte y de manera coordinada para poder
asomarnos a la luz de un nuevo régimen.
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