Enrique Peña Nieto, titular del Ejecutivo. Foto: Miguel Dimayuga Héctor Tajonar |
En ciertas naciones que se pretenden libres pero donde los agentes del poder pueden impunemente violar la ley,la independencia de la prensa no debe considerarse sólo una más de las
garantías de los gobernados, sino la única para salvaguardar la libertad
y la seguridad de los ciudadanos.
Alexis de Tocqueville
MÉXICO,
DF (Proceso).- En el país de la corrupción y la impunidad sólo faltaba
que el derecho a la libre expresión crítica e independiente en los
medios de comunicación se convirtiera en delito. Esta aberración
jurídica –contraria a los derechos humanos y a la democracia– acaba de
consumarse de manera encubierta tras el manto de la Ley Reglamentaria
del Artículo 6° Constitucional en Materia del Derecho de Réplica que
entró en vigor el 4 de diciembre.
Diseñado con argucia, el
engendro legaloide se propone blindar contra el escrutinio periodístico a
truhanes, aparentando proteger la honra de los ciudadanos frente al
abuso de los medios. En realidad se trata de una forma de encubrimiento
de quienes, abusando de su poder, convierten el cargo público y el
erario en negocio privado y, además de permanecer impunes ante la
justicia, pretenden ahora intimidar, silenciar y sancionar a sus
críticos. El cinismo hecho ley.
México pertenece a la deshonrosa
categoría de país “no libre” (not free), de acuerdo con el más reciente
estudio de Freedom House (FH) sobre la libertad de prensa (2015), una
investigación realizada con gran rigor metodológico en 199 naciones. En
el Continente Americano sólo cinco de 35 países están clasificados como
no libres: Cuba, Ecuador, Honduras, Venezuela y México. Las razones por
las que FH califica a un Estado como no libre se sintetizan en tres
puntos: a) Amenazas contra el periodismo independiente por parte de
gobiernos que utilizan medios legales para controlar la información. b)
Grupos armados que convierten al ejercicio periodístico en una actividad
con riesgo de muerte. c) Dueños de medios de comunicación que manipulan
la cobertura noticiosa para servir a intereses personales o
partidarios.
La primera razón mencionada se ejemplifica claramente
en el caso de la llamada Ley de Réplica, que es más bien una ley
mordaza. Cito un elocuente fragmento de la conclusión del documento de
FH, subtitulada Libertad de información como pilar de la democracia: “El
acceso a la información sin restricciones –en materia de política,
religión, corrupción y otros innumerables temas potencialmente delicados
que tienen un impacto directo sobre la vida de la gente– es un pilar
central de cualquier sociedad libre porque permite a los individuos
evaluar todas esas cuestiones por sí mismos, no a través del filtro
impuesto por quienes ocupan el poder. Ello faculta a los ciudadanos a
demandar la rendición de cuentas de sus gobernantes” (p. 21).
Esa
libertad es la que el gobierno de Enrique Peña Nieto, el PRI y sus
aliados en el Congreso pretenden anular mediante la Ley de Réplica… La
larga tradición autoritaria del país en materia de comunicación se
ratifica ahora, con el aval del PAN. Es deplorable que el partido
demócrata cristiano haya renunciado a sus principios, y de ser crítico
del “PRI-gobierno” haya pasado a ser su cómplice en el intento por
coartar la libertad de expresión y el derecho a la información. Al
hacerlo, también contradice su discurso de combate a la corrupción,
convirtiéndose en comparsa del tricolor en el fomento a la impunidad. No
sorprende, en cambio, que después del desaguisado de la Casa Blanca y
las relaciones peligrosas con los grupos Higa y OHL, o de la estrepitosa
caída de la “verdad histórica” sobre Ayotzinapa, entre tantos otros
hallazgos periodísticos que han cimbrado a su gobierno, el mandatario
haya borrado su compromiso con la libertad de expresión.
La Ley
Reglamentaria del Artículo 6º de la Constitución en Materia del Derecho
de Réplica contradice el espíritu de ese mandato, inspirado en el
artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que
tiene carácter vinculatorio para los Estados miembros de la ONU: “Todo
individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este
derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de
investigar y recibir informaciones y opiniones; y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
En
México, los gobiernos federal y estatales controlan la información
emitida en la mayoría de los medios a través de diversos recursos que
van desde la cooptación a cambio de publicidad oficial hasta la
intimidación o el asesinato de periodistas, nunca aclarados por la
justicia. Otro de los métodos de presión es la promulgación de leyes,
como la de réplica, concebidas para coartar la libertad de expresión y
el derecho a la información, así como el libre flujo de ideas y
opiniones en los medios críticos e independientes, cuyo paradigma es
Proceso. Por eso ha solicitado el amparo. Diestros en la simulación, los
nostálgicos del autoritarismo quieren imponer un periodismo sometido al
servicio del poder, no de la sociedad.
Los legisladores que
aprobaron esa oprobiosa ley no fueron capaces de jerarquizar y conciliar
dos derechos en conflicto: el de la libertad de expresión y el de
réplica. Por el contrario, nuestros ilustres congresistas cancelaron o
pusieron en grave riesgo el primero en supuesto beneficio del segundo.
Ni ellos ni sus abundantes y onerosos asesores realizaron un ejercicio
de derecho comparado para darse cuenta de que el correspondiente a la
libertad de expresión tiene primacía sobre el de réplica. Por eso
naciones como Estados Unidos o el Reino Unido se han resistido a
introducir un explícito derecho de réplica en sus legislaciones. En los
países europeos donde sí existe, se concibe para defender a los
ciudadanos comunes que están en una situación de debilidad frente a
quienes controlan los medios, no para dar una herramienta a los
poderosos con el fin de amordazar y sancionar a quien ose criticarlos.
Asimismo, el derecho de réplica se ejerce sólo contra informaciones
factuales, no contra opiniones críticas.
Tengo la firme esperanza
de que la Suprema Corte de Justicia declarará inconstitucional la Ley de
Réplica, como se lo ha solicitado la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos. Está en manos del tribunal constitucional revertir esa
inadmisible regresión producto de la obstinación autoritaria, ratificar
la defensa del derecho inalienable a la libertad de expresión –motor y
condición de la política democrática– y reafirmar la autonomía e
independencia del Poder Judicial.
¡No nos callarán!
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