Lev M. Velázquez Barriga*
El capitalismo ha conocido cuatro revoluciones
industriales: la primera hacia finales del siglo XVIII, la fuerza
física viva comenzó a ser reemplazada por fuerza mecánica, las máquinas
de vapor aceleraron el movimiento de telares, barcos y trenes; la
segunda fue cien años después, fundamentalmente porque la electricidad
se convirtió en la fuente de energía en las fábricas, las bandas
hicieron más rápidas y especializadas las fases de producción. Estas dos
revoluciones moldearon la escuela fábrica, la producción y
clasificación serial de mano de obra calificada; la tercera masificó las
computadoras e Internet en la década de los años 90, ambas cosas
llegaron a la escuela impulsadas por la agenda de los organismos de la
globalización conocida como Ciencia, Tecnología, Ingeniería,
Matemáticas, Lectura y Escritura o STEM por sus siglas en inglés.
El STEM dio sus primeros pasos abriendo el currículo escolar para
atender las capacidades, destrezas y habilidades cognitivas y laborales
que demandó el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica: computación,
operaciones básicas de matemáticas, lectoescritura en español e inglés
serían suficientes para satisfacer el trabajo de maquila en el turismo y
los servicios, comercio y negocios, así como de las industrias que
introdujeron sistemas computacionales a sus líneas de producción y
venta. La educación priorizó la formación lingüística, lógico racional,
memorística de los datos, procesos y secuencias del método científico
occidental y la vida productiva; todo eso pone en acción el hemisferio
izquierdo del cerebro humano.
El siglo XXI dio otro salto cualitativo y parió una cuarta revolución
que no termina de asimilarse, ni de introducirse por completo, se trata
de la fusión entre lo físico, lo digital y lo biológico. Algunos de sus
componentes ya son perceptibles, aunque no siempre comprensibles en
nuestra vida común: el Internet de las cosas, no sólo en smartphones,
tabletas digitales o computadoras, sino en relojes, televisores,
videojuegos, automóviles o cámaras fotográficas; la realidad aumentada,
superpuesta en el mundo físico por medio de lentes que ya se venden
junto a los teléfonos inteligentes y que serán el nuevo soporte técnico
para la proyección continua de la publicidad; la Big Data, que es la ampliación y privatización de la nube virtual
para la manipulación de grandes cantidades de datos personales
recopilados de nuestras llamadas, mensajes, fotos, videos, ubicaciones,
historial en redes sociales e información pública con el fin de
traficarlos con las empresas para que éstas diseñen planes de publicidad
personales y controlen nuestros patrones de consumo, pero también para
influir en las tendencias políticas y electorales; robotización de la
producción; ciberseguridad y espionaje; la impresión aditiva o en
tercera dimensión de las mercancías.
Estos cambios están redefiniendo la naturaleza del trabajo, de
la escuela y las características de la formación de capital humano.
Algunos científicos sociales dicen que con la implementación en firme de
la cuarta revolución industrial el capitalismo podría reproducirse
disminuyendo radicalmente la base de trabajadores vivos; la mayoría, sin
la formación en habilidades de alta rentabilidad para las empresas,
quedaría expuesta a formas de esclavitud moderna que requiere de
educación precaria, o bien, estaría condenada al exterminio por
diferentes vías.
Las nuevas tecnologías automatizan y digitalizan el trabajo
prescindiendo de la fuerza viva, además transfieren actividad y tiempo
al consumidor, lo cual hace más rentables los negocios porque la
inversión en salarios disminuye. Por ejemplo, Facebook que tiene 2 mil
millones de usuarios es el medio de comunicación más popular en el
mundo, su población virtual supera la de cualquier país, pero no produce
contenidos para su red social, quienes los producen son los usuarios y
mediante su colaboración gratuita, con fotos, videos u otros recursos
multimedia, dinamizan la compañía y la colocan entre las más ricas del
planeta.
El crecimiento de las empresas de base digital depende de sus
innovaciones, de que éstas sean asimiladas para disminuir la brecha
temporal de producción y consumo, de colocar la mayor cantidad de
mercancías no materiales, de acceder a las bases de datos de los
consumidores. Ya no pueden esperar de una generación a otra para el
éxito, por eso no demandan profesiones estables o conocimientos de larga
duración para las nuevas generaciones trabajadores-consumidores; de ahí
que en el centro de la reforma curricular del Nuevo Modelo Educativo en
México destacan las habilidades blandas y flexibles de la educación
STEM: digitales, desarrollo socioemocional, negociación de saberes,
relaciones interpersonales, trabajo en equipo, capacidad de pensamiento
crítico para resolver situaciones complicadas en la empresa, creatividad
y capacidad de innovar, entre otras; la mayoría de ellas se procesan en
el hemisferio cerebral derecho, se alejan del aprendizaje mecánico,
memorístico y racional del que se había abusado.
En realidad, nos están proponiendo una educación para la cuarta
revolución industrial, pero muchas de las escuelas ni siquiera han
experimentado la segunda, la electricidad, y la mayoría tampoco cuenta
con la infraestructura de la tercera, computadoras y conectividad. Sin
embargo, una propuesta de educación contrahegemónica que niegue, pero no
dispute los lenguajes emergentes, las tecnologías de la tercera y
cuarta revolución industrial –reconociendo ahí las nuevas formas de
explotación y dominación– corre el riesgo de perderse en la anacronía de
la lucha de clases.
*Doctor en pedagogía crítica
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