Sesión de la Suprema Corte. Foto: Benjamín Flores |
Karl Jaspers fue uno de esos centinelas como filósofo y psiquiatra.
Profesor de filosofía y directivo de la legendaria Universidad de
Heidelberg antes del triunfo del terror hitleriano, enemigo declarado
del nazismo, influyó grandemente en las ideas de Gadamer y Paul Recoeur,
entre otros. Fue uno de los restauradores de la conciencia democrática
en la Alemania humeante de la postguerra.
Alerta Jaspers a los países y a sus pueblos en varias de sus obras
clarividentes del peligro siempre latente, aun en las democracias
consolidadas, del resurgimiento de la mueca política de rasgos
totalitarios. Recomienda él que, al menor indicio de esa mueca
aterradora, deben los pueblos ponerse en guardia de inmediato, so pena
de que después sea demasiado tarde para la defensa del derecho. Dice él
que cuando el sentido de la libertad mengua y la persona abandona sus
más altas responsabilidades, entonces, en aras de su seguridad,
sobreviene la crisis de la capitulación vergonzosa de las personas y su
decoro.
También Ortega y Gasset, con su mirada poderosa de larguísimo
alcance, advirtió sobre la posibilidad del “reinado de la cobardía” en
la época contemporánea: es cuando el hombre amilanado, incapaz de
enfrentarse al destino con valor, con el propio pecho, busca con “tierna
mirada de can al amo”, al capataz que le brinde seguridad en medio del
naufragio y del miedo. Ello equivale a la derrota de la libertad, es
decir, a la humillación de lo más esencial del ser humano.
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Naufraga entonces lo de verdad humano y surge la “paz segura” del
establo. Es cuando casi todos los cuellos se inclinan ante el poder, es
cuando se olvida que la felicidad está en la libertad, en el exigirse
mucho a sí mismo, en la práctica de la virtud tan antigua y tan nueva de
nuestros maestros griegos y cristianos, exaltada en el panteón del
Cerámico por el orador sin par, y por los heraldos de siempre del
Nazareno de 33 años.
Hace unos días la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SJNC)
validó “constitucionalmente”, a la mexicana, la facultad de las policías
de llevar a cabo inspecciones en personas y vehículos sin orden
judicial o ministerial, en los casos de lo que ambiguamente llaman
“sospecha razonada”, en adición a los supuestos de flagrancia y en
ataque al núcleo sagrado de la intimidad personal, de la privacidad tan
cara a las almas nobles. Esta validación equivale a un vaciamiento del
genuino derecho penal que sanciona hechos, conductas punibles en
salvaguarda de valores estimados como superiores por la sociedad, y no
al sujeto al que se prejuzga de sospechoso por motivos de índole
meramente subjetivos: económicos, raciales, políticos, religiosos y un
amenazante etcétera.
De nuevo se transita del camino de la civilidad constitucional que
parte de la persona y su intangible dignidad –fundante del principio de
la presunción de inocencia, eje del proceso penal democrático– al
laberíntico callejón del “derecho” penal del enemigo, de la venganza
preventiva que ve en todo ser humano, sobre todo del humilde, del
indefenso, del crítico, un enemigo potencial del poderoso en turno, un
culpable presunto que no es considerado persona con derechos, sino
enemigo del sistema, objeto desechable de intimidación siempre latente.
El derecho penal del enemigo es un arma del neoliberalismo. Las
raíces de aquél calan en Hobbes, defensor del despotismo; Hegel, Carl
Schmitt, jurista del nacionalsocialismo, y actualmente en Wünther
Jakobs, ideólogo de tal pseudo doctrina penal, enemiga del derecho
penal, como juristas honorables lo han señalado. Su falsa base está en
Hegel, en que lo real es racional, es decir, en que si algo funciona es
legítimo al margen de su rectitud, de su verdad; ejemplos de tal
eficacia: la esclavitud, la tortura, la privación de derechos
fundamentales para asegurar la tranquilidad del establo, etc.
La Corte, con tal decisión contraria a la razón que se funda en la
esencia y finalidad intrínseca de las cosas y no en lo
fáctico-descriptivo de las mismas, trastocó la naturaleza del derecho
penal al convertirlo, con fines de eficacia desnuda de justicia, en
secuela del derecho penal del enemigo. Éste, como bien dice el jurista
L. Ferrajoli, campeón del garantismo constitucional, es todo menos
derecho penal, al perturbadoramente transformarse en instrumento de
propósitos políticos. La “explicación” a posteriori que dio la Corte
sobre el alcance de tal resolución ante las críticas inmediatas de la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no salva el grave
problema de violación de derechos humanos, ya que la inspección en todo
caso se basará en la “sospecha razonada”, que equivale a prejuzgar al
sujeto de forma subjetiva.
“Explica” la Corte que solamente procede la revisión en caso de que
haya una denuncia formal, entonces lo lógico en tal supuesto sería
solicitar la orden judicial para llevar a cabo la inspección y así
evitar la subjetividad del criterio injusto de la sospecha razonada;
pero además dice que aun procede la inspección con base en la sospecha
tratándose de ¡denuncias informales! Con la libertad no se juega
señores.
Dicha resolución es presagio de lo que pronto vendrá muy
probablemente: la legitimación por parte de tal tribunal de la Ley de
Seguridad Interior, cuyo fin es mantener la hegemonía del sistema. Ley
que al aplicarse echaría los cimientos de lo que llama Ferrajoli el
“imperio del miedo”, a menos que lo impidan las fuerzas del espíritu.
México debe despertar de su letargo ante las amenazas a su libertad,
de su inconciencia constitucional. Muy entretenido en el circo en que
está convertida la contienda electoral, carente de grandeza en general,
insubstancial y tantas veces frívola, en un momento crítico, de suma
gravedad. En este trance de libertad o barbarie, es alentador que las
páginas de Proceso vayan a la vanguardia en la empresa de sacudir
letargos y conciencias.
En lugar de atacarse mutuamente los candidatos de la oposición real,
facilitando el trabajo a los oficialistas que agreden mediáticamente a
ambos –aunque al del Frente con especial saña por ahora–, el momento de
crisis les demanda: elevar la mira, armarse de sensatez, olvidar
agravios reales o imaginados que pasan a ser secundarios dada la
emergencia nacional y conciliar esfuerzos contra el conocido maniobrar
electoral, con el fin de evitarlo a toda costa con las herramientas del
juego limpio. De otra manera todos perderán. Aún es el tiempo de la
osada y eficaz generosidad.
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