3/15/2018

El CIG: los saldos de la irreverencia


Raúl Romero*

El 19 de febrero venció el plazo para entregar al Instituto Nacional Electoral (INE) los apoyos ciudadanos que respaldaron la iniciativa del Concejo Indígena de Gobierno (CIG). En su último reporte público, el INE da cuenta de que 266 mil 114 personas firmaron para que la vocera del CIG, María de Jesús Patricio Martínez, apareciera como candidata independiente a la Presidencia de México en las boletas electorales del próximo julio. Dicho reporte también indica que más de 92 por ciento de los apoyos recibidos para Marichuy –como cariñosamente se llama a la vocera– son reales, legales y legítimos.

En diferentes espacios ha comenzado a elaborarse un balance de lo que significó esta etapa para la sociedad mexicana. Las voces que califican como fracaso los resultados de la iniciativa bien harían en aprender a escuchar, una cualidad difícil pero necesaria, sobre todo en tiempos en los que el ruido y la desinformación son la constante.

El balance de esta etapa necesariamente tiene que darse en varios niveles: a lo interno del propio CIG y del Congreso Nacional Indígena (CNI), sobre las repercusiones del proceso a escalas regional, estatal, nacional e internacional; sobre los factores internos y externos que influyeron en el proceso y en sus resultados, sobre la articulación y diálogo con diferentes sectores y organizaciones sociales, sobre los lazos tejidos entre las luchas del campo y las luchas de la ciudad, etcétera. Aquí reflexionamos sobre algunos de estos puntos.
En octubre de 2016, cuando el EZLN presentó la propuesta y el CNI la hizo suya, el diagnóstico fue muy claro: la guerra capitalista, esa vieja conocida de los pueblos originarios, había llegado a todos los rincones del país. Ante tal situación, los dolores de los pueblos originarios quedaban como uno más entre muchos otros. La luz del CNI se extinguía, y no porque los pueblos que lo integran se estuvieran rindiendo, sino porque el despojo, el desprecio, la explotación y la represión que reciben de los de arriba los estaba desapareciendo. Fue el tiempo de pasar a la ofensiva, y el Concejo sería algo así como un Caballo de Troya.
Hoy, 17 meses después, el CNI no sólo sigue existiendo, sino creció cuantitativa y cualitativamente. Cientos de colectivos, organizaciones, barrios, tribus, naciones y pueblos originarios atendieron al llamado.
El Concejo habló, escuchó y abrazó otros dolores. Dialogó con sectores del campo y la ciudad, con las juventudes, con las mujeres, con familiares de víctimas de feminicidio, de desaparición y de asesinato; con personas migrantes y también con organizaciones de hombres y mujeres trabajadoras. En un país perforado por minas y fosas clandestinas, con la moral deshecha y la violencia normalizada, el Concejo no sólo visibilizó los problemas de los indígenas y no indígenas, sino también nos convocó a la reorganización combativa.
La prensa nacional e internacional sirvió para llamar la atención de miles de personas de México y del mundo sobre la realidad de nuestro país. Muchas personas observaron cómo se pasó del esto nos hacen al vamos a hacer algo. La protesta adquirió rostro de propuesta, y más de uno decidió salir de su palacio de cristal y respaldar la iniciativa. En algunos de los diarios locales más conservadores aparecieron columnas que llamaban a firmar por Marichuy, al tiempo que la prensa internacional enviaba a sus corresponsales a documentar lo que estaba pasando. Los pueblos originarios de México, respaldados por miles de personas, nuevamente estuvieron en la prensa, no por folklore o por invitación al turismo, sino porque tuvieron la irreverencia de hablar de organización, autogobierno y anticapitalismo en una esfera en la que resultaba casi una grosería. Nadie podrá ocultar el eco que tuvo la propuesta del Concejo en el país y en el mundo entero.
En las ciudades, gente de todas las edades se sumó a las redes de apoyo: sin dinero y con mucha creatividad, montaron mesas de recolección de firmas, diseñaron sus propios carteles y volantes, y salieron a hablar con otras personas como ellos y ellas. Muchos vecinos se conocieron por primera vez, se conocieron hablando de problemas locales, de las expectativas para 2018, del descrédito de la clase política, del hartazgo y de la desesperanza.
También nació una nueva generación de militantes jóvenes anticapitalistas. La mayoría de ellos participaron por primera vez de un proceso de esta envergadura. Otros, también por primera vez, tramitaron o utilizaron su credencial de elector. Entre la generación millennial, esa que tanto ha sido vilipendiada, creció la idea de que otro mundo es posible. No sólo fueron a sus escuelas o a sus barrios a organizarse, sino estudiaron para asumirse como anticapitalistas y comprendieron también que muchas de las violencias que viven cotidianamente no son cosas particulares, que el machismo, el patriarcado y el racismo son también pilares que sostienen a este sistema.
Por si fuera poco, en un país en el que la izquierda institucional ya no alcanza a distinguirse de las derechas, donde la discusión política pone al centro del debate la corrupción y la transparencia; el Concejo habló de problemas estructurales, de modelos económicos, de violencias... Los temas incómodos, esos que arriba no se tocan porque no venden y no generan votos, fueron visibilizados.
En noviembre de 2016, los subcomandantes Moisés Galeanoescribieron que la iniciativa no sólo significaría un testimonio de inconformidad, sino un desafío que seguramente encontraría eco en los muchos abajos que hay en México. También anotaron que lo que importaba era el desafío, la irreverencia, la insumisión, el quiebre total de la imagen del indígena objeto de la limosna y la lástima. Y así fue. El CIG escuchó dolores y tejió rabias que ahora potencian las resistencias.
La metáfora del viejo topo se ha utilizado muchas veces para describir aquello que, como ese animalito, avanza de forma subterránea, con paciencia y sabiduría atesorada, y que, en el momento menos esperado, irrumpe hacia los suelos. Quizá sea una buena metáfora para describir lo que ha hecho el CNI: con la sabiduría de más de 500 años, resistiendo muchas veces sin ser vistos, se hicieron presentes donde nadie los esperaba. En su irrupción, se encontraron con otros y otras que también quieren construir un mundo con libertad, justicia y dignidad. No me cabe la menor duda, el saldo de la irreverencia es bastante positivo

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