Entre las novedades de los
recientes días destacan varios acontecimientos que vienen a confirmar
lo que ya prefigurábamos en la larga construcción del poder social o
ciudadano en México: la aparición a lo largo y ancho del país de redes
regionales de resistencia ciudadana (R3), que es la consecuencia directa
de muchos años de esfuerzos y batallas colectivas. En efecto, sólo en
el fin de semana ocurrieron tres eventos que lo confirman: la
realización de la Asamblea Autónoma de Pueblos de la Cuenca de México,
el Foro en Defensa del Agua en Guanajuato, cuya base organizativa es la
Hermandad de la Cuenca de la Independencia, y el bloqueo carretero
convocado por el Frente Unido de los Pueblos de la Laguna en contra de
la Chemours Company, que pretende construir una fábrica de cianuro (65
mil toneladas anuales) para alimentar a la industria minera y
metalúrgica. En paralelo, la semana pasada hicimos un corte de la
observación que realizamos desde 2011 sobre los conflictos
socioambientales del país y arribamos a 560 casos de conflictividad (y
resistencia), es decir, un aumento notable de los lugares donde ocurren
fricciones entre proyectos (privados y/o estatales) y comunidades
afectadas que se resisten. Se trata de batallas locales que, como
veremos, están dando lugar a una forma superior de defensa y
organización social: las redes regionales que agrupan ya en una escala
mayor a decenas y a veces cientos de comunidades, cooperativas o núcleos
organizados de escala local.
Alcanzo a visualizar casi una veintena de redes regionales que
ilustran esta nueva fase de resistencias ecológico-políticas, que son,
por supuesto, iniciativas en defensa de los territorios, la cultura y
las autonomías locales, municipales y microrregionales. Además de las
dos redes ya mencionadas en La Laguna y en Guanajuato, se debe citar a
los Pueblos en Defensa del Territorio de la Huasteca y el Totonacapan,
en la Sierra Madre Oriental, y al Frente Hidalguense de Comunidades, en
esa porción de la República. En la capital del país, a la Asamblea
Autónoma de Pueblos de la Cuenca de México, que agrupa a las comunidades
rurales de Ciudad de México y a las poblaciones indígenas urbanas,
representando a 18 pueblos originarios de la demarcación, en su mayoría
agrícolas y forestales. Organizaciones sociales y colectivos ciudadanos
crearon el Movimiento para la Defensa del Agua, del Territorio y la Vida
(Modatv), que buscará derogar la privatización del líquido en Puebla e
impulsar una nueva ley de aguas estatales.
Además está la Asamblea Permanente de los Pueblos de Morelos, con 38
comunidades luchando por la autonomía y el agua. En Oaxaca destacan las
históricas organizaciones en defensa de los territorios de la Sierra
Norte y más recientemente la Coordinadora de Pueblos Unidos por el
Cuidado y Defensa del Agua (Copuda), que agrupa a 16 comunidades de
los Valles Centrales, que luchan por un acceso justo al vital recurso
acuífero a partir de prácticas comunitarias. En la entidad están también
las resistencias del Istmo de Tehuantepec contra los proyectos eólicos
encabezados por la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de
la Tierra y el Territorio (Apiidtt). En Chiapas por lo menos deben
citarse, además de los caracoles zapatistas, las dos
iniciativas de la iglesia progresista en su porción norte: la Misión
Jesuita y el Movimiento en Defensa de la Vida y el Territorio
(Modevite), que agrupa a miles de indígenas de 11 municipios. Más
recientemente, la batalla ganada por los pueblos zoques de 13 municipios
que lograron detener la reforma energética y la explotación del
petróleo en su territorio. En la península de Yucatán están las
resistencias de las comunidades mayas productoras de miel contra la soya
transgénica y, más recientemente, el frente contra los proyectos
corporativos de energía solar y eólica. La máxima expresión de estas
redes regionales de resistencia se alcanza en la Sierra Norte de Puebla
con el frente de 232 comunidades nahuas y totonacas animadas por sólidas
organizaciones como el Consejo Maseual Altepetapianij para la Defensa
del Territorio y el Consejo Tiyat Tlali.
Todas estas iniciativas son legítimos movimientos sociales por
la vida, con independencia de los partidos políticos y bajo esquemas de
toma de decisiones colectivas, que ofrecen una lección al resto del
país y del mundo. También anuncian formas inéditas u olvidadas de
auténtica democracia desde abajo que hoy comienzan a tomar forma ahí
donde las ciudadanías deciden participar en la modalidad independiente
en la elección de presidencias municipales y de diputaciones locales. No
debe omitirse que esta nueva fase de la resistencia civil es
consecuencia de muchos años de luchas puntuales y de esfuerzos de apoyo y
comunicación como la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales (ANAA) y
el Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) que llegó a celebrar 15
audiencias en diferentes partes del país entre julio de 2012 y octubre
de 2014, a las que asistieron en conjunto unas 400 organizaciones del
ambientalismo popular. De igual manera debe reconocerse la campaña nacional promovida por Serapaz en 2016 en defensa de la vida y los territorios. La gran pregunta es, sin embargo, cuándo (y cómo) este enorme vigor de la sociedad en movimiento logrará concretarse en una poderosa fuerza de escala nacional capaz de incidir no sólo en la anulación conjunta de tantos proyectos depredadores, sino en las políticas públicas y en la modificación y reformulación de tantas leyes gestadas para permitir esas depredaciones ambientales y sociales. Mientras, seguiremos lanzando desde nuestras trincheras miles de espejos para que la sociedad logre mirar(se) y reconocer el enorme poderío que adquiere en cuanto se organiza y transita la defensa de los bienes comunes.
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