José Antonio Meade, aspirante a la Presidencia. Foto: Germán Canseco |
El candidato presidencial del PRI, que dice no ser priista, se paró
de su asiento y comenzó a caminar tratando de sobreponerse, pero la
rechifla no paraba. Tecnócrata hasta la médula, trató de explicar el
aumento de la gasolina tomando en cuenta los precios internacionales y
la subvención gubernamental, sin embargo, el abucheo en su contra se
mantuvo.
Jorge Vergara, dueño del rebaño sagrado, intentó ayudarle pidiendo
respeto, pero fue en vano. Siguió la manifestación popular por el
incremento de la gasolina que autorizó siendo secretario de Hacienda y
que ha impactado la economía familiar con el aumento de los precios de
los productos básicos.
Ante este resentimiento social ni el mejor economista puede ganar con
argumentos técnicos. La conciencia entra por la boca y no por la
cabeza.
Así, de un día para otro, pasó del aplauso a la protesta social. La
gente se desbordó y sacó el enojo que viene acumulando desde el 2016
ante la falta de palabra de Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray de que
con la reforma energética nos iría muy bien y no habría aumento en el
precio de los energéticos.
La mentira y la traición a la palabra le ha empezado a afectar al
candidato presidencial del PRI a pesar de los intentos de usar a la
Procuraduría General de la República para desbancar a Ricardo Anaya del
segundo lugar, pese al uso de portales anónimos en las redes sociales
como Pejeleaks y de aplicaciones a los teléfonos celulares como “Mata un
peje zombi”, para golpear a Andrés Manuel López Obrador.
José Antonio Meade ha comenzado a resentir de manera negativa el
efecto boomerang de las acciones del PRI y del gobierno de Enrique Peña
Nieto para apuntalarlo mediante el uso de los aparatos de justicia, la
estrategia de golpeteo en los medios de comunicación con un perfil
oficial o gubernamental y, sobre todo, a través del despliegue de
propaganda negra auspiciada por los principales empresarios del país.
El candidato presidencial del PRI sigue atorado en su propio
laberinto de indefiniciones ideológicas, de contradicciones partidistas,
de lastres de corrupción que lleva como grilletes en los pies y de su
paso por dos gobiernos que no ha dado buenos resultados a la sociedad,
sino todo lo contrario. Han hundido al país en una crisis estructural y
en una espiral de violencia que parece no tener fin.
Ante este panorama y a dos semanas del arranque de la campaña, todo
lo que ha hecho el gobierno de Peña y el PRI se le está revirtiendo a
Meade. Su discurso sigue sin provocar ánimo en los simpatizantes y
militantes, su figura no atrae a la ciudadanía, su proyecto reformista
no crea simpatía social y cada vez que habla de acabar con la corrupción
un coletazo del dinosaurio lo regresa a la realidad.
Por cierto…. De ser verdad que el Consejo Mexicano de Negocios –que
reúne a los 50 empresarios más poderosos del país—le pidió a Enrique
Peña Nieto que se robe la elección y a como dé lugar impida el triunfo
de Andrés Manuel López Obrador, al famoso “tigre de la inconformidad
social” que se soltaría después de las votaciones, no lo estaría
alimentando el tabasqueño sino la oligarquía empresarial, el PRI y el
gobierno federal. Ellos serían los responsables de la desestabilización y
de la ingobernabilidad, con sus graves consecuencias sociales.
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