CRÓNICA
Mujeres tejen hilos de confianza
Durante
cinco días un torbellino de palabras recorrió el Caracol de Morelia,
territorio zapatista ubicado en el estado sureño de Chiapas, cada mujer
se apropió de una y la repitió tantas veces como pudo; algunas de piel
curtida por el sol y pasos lentos, mencionaron “lucha”, otras con bebés
envueltos en el rebozo pronunciaron “Taj k'anot (te quiero en tzotzil)” y
muchas más, jóvenes y citadinas, dijeron “resistencia”.
Las palabras fueron constantes e interminables, por momentos fueron
acompañadas por sonidos de guitarra o tambor, por dibujos en hojas de
papel o bordados en tela, y en ocasiones se quedaron en el aire y fueron
interpretadas con movimientos de brazos, caderas, manos y pies, pero
todas fueron palabras que salieron del corazón de las mujeres de Europa,
Asia y América, que durante cinco días, algunas solo tres, se reunieron
para dar rienda suelta a sus ideas.
Aunque algunas hablaban solo chol, tzotzil, tzeltal, español, inglés,
francés, alemán o italiano, desde el 8 hasta y hasta el 10 de marzo se
entendieron durante el “Primer Encuentro Internacional, Político,
Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan” organizado por
las indígenas de la Comandancia General del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN), un movimiento que en enero de 1994 se
levantó en armas para ser protagonistas de su propia historia.
Como hace una década cuando las zapatistas organizaron un encuentro
con mujeres de todo el mundo, esta vez las indígenas volvieron a hablar
de su revolución y de su mundo, pero a diferencia de lo que ocurrió del
29 de diciembre de 2007 al 1 de enero de 2008 en el Caracol La Garrucha,
hoy las zapatistas decidieron que su espacio de encuentro sería sin la
presencia de hombres y con una gran dosis de arte, música y deporte.
“AQUÍ, SOLO MUJERES”
Es fácil saber que se pisan tierras revolucionarias. Unos metros
antes de llegar al epicentro de la reunión, el Caracol de Morelia, un
cartel gigantesco con la leyenda “Zapatistas” sirvió como primer
anuncio. Una vez en el lugar hombres cubiertos con pasamontañas se
encargaron de dar paso a coches y camiones repletos de mujeres que la
tarde del 7 de marzo comenzaron a llegar. Amables, platicaron con las
visitantes y dieron indicaciones para que todas se registraran.
Ya en las puertas del Caracol un letrero azul decía: “Bienvenidas
Mujeres del Mundo”; otro, de un tono amarillo puso la primera regla del
encuentro: “Prohibido entrar hombres” y uno más reafirmó la indicación:
“Aquí, solo para mujeres”. A partir de ese espacio, marcado por una
puerta para ingresar a la zona, las indígenas se hicieron cargo de todas
las tareas, desde la seguridad, alimentación, limpieza, audio y luz,
hasta el liderazgo y la vocería.
Para entrar a este mundo que en realidad es otro mundo --uno donde
se construye y no se destruye, como indica uno de los siete principios
zapatistas-- las visitantes cargadas con maletas, víveres, instrumentos
de música y mochilas, hicieron largas filas que se prolongaron por la
madrugada mientras las zapatistas, acostumbradas a acompañarse,
ofrecieron sus manos solidarias para cargar equipajes o simplemente
saludar a través de sus ojos expresivos descubiertos por los
pasamontañas.
A partir del 8 de marzo el Caracol se convirtió en un lugar mágico,
cubierto de murales pintados de colores brillantes en los que las
zapatistas plasmaron su rebeldía, resistencia, lucha y su ideal por la
libertad para la población femenina y el derrocamiento del sistema
capitalista. Entre esos murales caminaron y bailaron las mujeres del
mundo, quienes en aquel rincón de Chiapas encontraron la libertad de ser
y estar, con ropa o sin ella, con maquillaje o sin nada de eso.
CIMACFoto: Hazel Zamora Mendieta
Una cancha de fútbol fue el espacio central de esta reunión que sumó a
unas cinco mil asistentes y dos mil zapatistas provenientes de los
cinco Caracoles zapatistas ubicados en tierras recuperadas por el
movimiento de 1994: el de Morelia, La Realidad, La Garrucha, Oventik y
Roberto Barrios. Las zapatistas movieron todo por dar la mayor comodidad
a sus invitadas y así convirtieron en dormitorios la cancha de
básquetbol, las tarimas y los auditorios.
CADA AÑO ES UN AÑO DE LUCHA
En los montes chiapanecos el sol manda, por eso con los primeros
rayos del sol del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, a las 6 de
la mañana comenzó a escucharse una tonada: “Que linda esta la mañana… en
que vengo a saludarte…”, la letra de “Las Mañanitas” a cargo de un
grupo musical de mujeres zapatistas que con bajo, guitarra y voz dieron
la bienvenida a las mujeres del mundo.
En la inauguración las zapatistas “de juicio”, como se les llama a
las adultas de los cinco Caracoles, narraron cómo vivían antes del
levantamiento zapatista en 1994 y cómo fueron discriminadas y
violentadas por ser mujeres indígenas hasta que se integraron a la lucha
de hace 24 años.
Ellas, las abuelas, también contaron los logros alcanzados después de
construir una comunidad autónoma que edificó sus propios centros de
salud y espacios educativos, y que fomentó la participación activa de
las mujeres en las comunidades y la búsqueda de la igualdad entre todas y
todos.
Las mujeres sabias que hablaron estuvieron acompañadas de niñas y
jóvenes herederas de sus luchas y beneficiarias de los frutos de su
revolución, por eso las jóvenes pidieron respeto y reconocimiento hacia
sus ancestras: “Son mujeres que ya tiene años y que luchan [...]
nosotras queremos llegar a ser como ellas, llegar a tener edad y saber
que seguimos luchando. Queremos llegar a ser mayores de edad y poder
decir que tenemos muchos años y que cada año quiere decir un año de
lucha”.
Pronto los rayos del sol se volvieron más intensos y el cúmulo de
mujeres que escucharon los discursos de las zapatistas se fue replegando
a las sombras, otras tantas permanecieron pero el ejemplo lo dieron las
zapatistas quienes firmes, bajo el calor, no rompieron las filas hasta
el final. “Tenemos mucho que aprender”, decían las citadinas. Así se dio
inició a las actividades artísticas, políticas, culturales y deportivas
en un encuentro con el único propósito de saberse juntas y sin miedo.
TEJER LAZOS
Mujeres de todas las razas, indígenas, mestizas, europeas o
afrodescendientes; algunas otomíes, mapuches, amazonas o apaches; se
dieron cita en actividades de fútbol, volibol y basquetbol; otras en
talleres, obras de teatro y diálogos de diversos temas: resistencia
civil no violenta, defensa de territorios, yoga, meditación,
autodefensa, experiencia de sobrevivientes víctimas de violencia, un sin
fin de charlas donde cada participante reconocía el saber de la otras.
Por tres días, en un abrir y cerrar de ojos, se vio a las niñas y
jóvenes de pasamontañas vistiendo uniformes de fútbol, corriendo tras el
balón y deslizando sus cuerpos por la cancha de aserrín; también se les
vio correr de un lado a otro cargando costales de elote, llevando agua
para servir café o vigilando que no se quemaran los cazones de arroz,
frijoles y arroz con leche; también se les vio con libreta en mano
anotando las enseñanzas de sus compañeras de otros lugares que les
hablaron de todo, desde aborto hasta redes sociales.
Al pasar los días, tal y como se tejen los hilos en el telar, se
tejieron los lazos de la confianza y las zapatistas se sentaron a hablar
con las visitantes. Las mujeres de todos los mundos probaron la comida
indígena, cada una apreció las artesanías de las demás, reconoció sus
aportes, valoró sus diferencias y escuchó sus modos de organización, sus
tradiciones y su lengua. “Sus cosas raras que no sabíamos ni que son”
reirían alegres las zapatistas al final de las jornadas.
Entre cada actividad, mientras se iba de una plática a un concierto,
cuando se pelaba la fruta, se cortaban las verduras o se preparaba el
café, las mujeres contaron que este Encuentro se tenía planeado como una
actividad que se realizaría durante los recorridos de María de Jesús
Patricio, conocida como Marichuy, la mujer indígena que representando al
Consejo Indígena de Gobierno (CIG) y el Congreso Nacional Indígena
(CNI) buscó postularse como candidata independiente a la Presidencia de
la República.
Sin embargo, el tiempo fue insuficiente para organizarse, por eso en
este encuentro que se concretó en marzo Marichuy y las concejalas del
CIG fueron observadoras de honor y aunque ella estuvo presente evitó ser
protagonista y decidió dejar el lugar de atención para las zapatistas
como la comandanta Miriam, heredera de la comandanta Ramona, esencial en
la historia de las comunidades que hace 25 años promovieron,
consensuaron y aprobaron la Ley Revolucionaria de Mujeres.
Otro efecto de la historia es que si en 2008 las zapatistas se
solidarizaron con el pueblo de Atenco, en el Estado de México, que
apenas dos años antes, el 3 y 4 de mayo de 2006, había sido reprimido en
un operativo policiaco que dejó como saldo dos muertos, 207 personas
detenidas y 26 mujeres víctimas de tortura sexual, esta vez fue
inevitable no mencionar a las madres de los 43 estudiantes de
Ayotzinapa, desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 en el estado de
Guerrero y las decenas de mujeres desaparecidas y asesinadas en todo el
país.
En este escenario la rebeldía, la resistencia y la lucha también
deben estar acompañadas de fiesta. Por eso, por la noche, en los montes,
resonaron los tambores, sonidos acompañados de alaridos y aplausos de
mujeres que se congregaron en círculos para liberar sus fuerzas con el
movimiento de caderas, piernas y brazos. Otras cantaron al ritmo del
rap, hip hop y corridos revolucionarios.
Al cierre del evento, el sábado 10 de marzo, las zapatistas dieron la
última lección: “es importante construir comunidad”. Aunque después de
varios días sin hombres ver a uno dentro del Caracol de Morelia causó la
sorpresa de varias de las asistentes, las zapatistas se vieron alegres
de compartir este Encuentro con los varones que las esperaron afuera, y
de celebrar con ellos al ritmo de música ranchera, salsa y cumbia, que
se prolongó hasta el amanecer.
¡QUÉ VIVAN LAS ZAPATISTAS!
Después de este histórico “Primer Encuentro de las Mujeres que
Luchan”, viene la reflexión. Las zapatistas están acostumbradas a
escuchar y por esa razón colocaron a lo largo de su territorio cajas de
cartón para que las visitantes depositaran sus críticas, quejas y
recomendaciones, ellas sabrán qué de todo eso tomarán en cuenta.
Por cinco días un aire de libertad para las mujeres rondó el Caracol
de Morelia. Las zapatistas lo dijeron desde el comienzo: estos días no
eran un espacio para criticarse o competir, mucho menos para firmar un
pronunciamiento. El pacto, por el contrario, fue más complejo, una
especie de complicidad y acuerdo entre todas las mujeres del mundo:
luchar, dejar crecer la rebeldía y mantenerse vivas. En sus espacios,
modos y tiempos.
La despedida llegó la mañana del domingo 11 de marzo cuando las
zapatistas dijeron hasta pronto con una promesa, la de volverse a
encontrar. Los camiones comenzaron a partir a las 4 de la madrugada con
diversos rumbos, horas de viajes les esperaban a muchas.
Ese último día también fue tiempo para que las zapatistas retornaran a
sus comunidades. Se desprendieron de sus pasamontañas, revelaron sus
rostros, cargaron sus maletas, sus ollas y sus utopías y subieron a las
camionetas. En ese torbellino de palabras, las más pequeñas pero a la
vez las más fuertes y revolucionarias dijeron “¡adiós!”. Las otras, las
altas y con muchas ganas de aprender respondieron “¡Gracias!, ¡Qué vivan
las zapatistas! ¡Qué vivan!”.
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