Después de la decisión del Tribunal, el primero que salió a convocar
fue José Antonio Meade, el candidato de la alianza PRI-PVEM-PANAL, “en
cualquier foro que el resto de los contendientes escoja”, variación de
la bravata tradicional donde quieran y cuando quieran.
Le siguió el de la alianza PAN-PRD-MC, Ricardo Anaya, más
pendenciero, acusando a su adversario de Morena-PES-PT, Andrés Manuel
López Obrador, de haber pactado impunidad con el actual gobierno y
apelando a lo macho: “vamos a ver si tiene las ideas, el valor y los
pantalones”.
Podríamos entretenernos en el tono y la elección de vocablos
sexistas, especialmente de Anaya. Pero ante un debate, lo más probable
es que sea –para usar su léxico pedestre— alguien con faldas quien lo
ponga en su lugar.
En el fondo, el asunto puede ser una celada y remite a 2006, cuando
López Obrador no quiso asistir al primer debate, llevando la ventaja en
las preferencias electorales, una decisión a la que algunos analistas
atribuyen parte de su derrota en aquella primera postulación que el
tabasqueño justificó diciendo que había una estrategia mediática para
presentarlo como el perdedor del encuentro, algo verosímil en aquel
contexto, como también puede serlo hoy.
Anaya y Meade están urgidos de notoriedad pues tienen rechazo interno
en los partidos que los postulan y su imagen externa se viene
deteriorando. El primero, por los escándalos de corrupción que han
detonado en las últimas semanas y que se suman a los negativos que
arrastraba por la forma en que tomó la candidatura. El segundo, por el
desprestigio que carga de las administraciones a las que ha pertenecido y
que se acumula en la falta de identificación con el electorado
tradicionalmente priista.
Con malas condiciones, ambos han puesto al tres veces candidato
presidencial en un aprieto del que, en cualquier caso, saldrán ganando.
Si López Obrador acepta debatir, puede verse expuesto a un golpeteo
discursivo que lo debilitaría cuando apenas están por iniciar las
campañas, de manera agravada si en el debate se convida a los
independientes con previsible papel de patiños. Desigual la contienda de
cinco contra uno.
Si rechaza el desafío, como ya anticipó diciendo que sólo acudirá a
los tres del INE, lo exhiben como cobarde que en ese tono ya tiene el
reto con aquello de “el valor y los pantalones”, realizando el debate
sin él o cancelándolo y sobrepublicitando su negativa.
El momento es inmejorable para Anaya y Meade, que llevan tres semanas
de desgaste por acusaciones cruzadas de corrupción. A diferencia de
otras ocasiones, López Obrador se ha mantenido prudente, llamando a
mantener la estabilidad del proceso, respondiendo suspicaz cuando es
aludido, e inclusive, permitiéndose un “guiño” al priismo peñanietista.
El debate de intercampañas es asunto de estrategia, pues no se trata
de discutir la relación con Estados Unidos y la economía, la violencia,
la corrupción, la pobreza ni las problemáticas nacionales. Eso es lo de
menos. Lo importante es lavarse un poco la cara y aproximarse al
puntero, cercándolo.
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