Peor aún: la cacería de la Procuraduría General de la República (PGR)
en contra de Ricardo Anaya no ha ayudado en nada a Meade durante las
tres últimas semanas. El único beneficiado es López Obrador, que
consolidó su ventaja de dos dígitos ante el queretano con diferencias
entre 17 y 16 puntos porcentuales, según los sondeos de Ipsos y de
Parametría, respectivamente, divulgados el 1 y el 3 de marzo.
El sábado pasado, en Guadalajara, Jalisco, Meade vivió en carne
propia lo que significa una mala planeación de su campaña y su falta de
conexión y carisma. Su visita al estadio Omnilife, sede del “rebaño
sagrado” de las Chivas, trascendió no por lo que dijo sino por las
rechiflas y gritos de “¡fuera, fuera!”, ante un impávido Jorge Vergara.
Hasta ahora, éste ha sido el peor momento de su campaña, apenas
disimulada en los medios impresos y electrónicos, pero ampliamente
difundida en las redes sociales.
Apenas dos días antes, Meade vivió las mieles del elogio y el aplauso
entre la comunidad de los banqueros mexicanos. No era para menos. Si un
sector ha sido beneficiado al grado de la ilegalidad en este sexenio,
éste es el de los bancos privados mexicanos. En estos seis años han
tenido ganancias históricas. Tan sólo en 2017, Bancomer registró
ganancias por 45 mil millones de pesos. Como exsecretario de Hacienda,
Meade les dio todo, y su antecesor Luis Videgaray los encumbró más.
El fervor de los banqueros por Meade es contrastante con la ausencia
de ruta y de apoyo social en su campaña presidencial. Frente a esta
desesperación, el gobierno de Enrique Peña Nieto y el propio equipo de
José Antonio Meade “soltaron al tigre”.
Es decir, hacen lo único que les queda como instrumento de poder en
estos momentos: lanzar una campaña mediática grotesca contra López
Obrador, acusándolo de “amenazar” con generar violencia social (una vez
más, la estrategia del miedo), y perseguir a Ricardo Anaya señalándolo
de triangular fondos privados y de hacer negocios con “empresas
fantasmas”.
¡Y lo dice Meade! El exsecretario de Desarrollo Social que nunca
supo, nunca vio, nunca sancionó a la red de más de 80 empresas fantasmas
de la “Estafa Maestra”.
El pasado lunes 12, el PRI dio un salto cualitativo en su guerra
contra Anaya. Un auténtico “salto del tigre” que puede resultar un
peligroso boomerang. La secretaria general del partido, Claudia Ruiz
Massieu, acudió a la Organización de Estados Americanos (OEA) y acusó a
Ricardo Anaya ante el organismo interamericano de mentir para “presionar
e inhibir” a las instituciones de procuración de justicia mexicanas.
“Su actitud ha sido la de evadir la rendición de cuentas y crear una
distracción mediática para construir una falsa imagen de víctima, que le
permita eludir su obligación de rendir cuentas ante la ley y también
ante los mexicanos, a quienes ahora defrauda con su deshonestidad
política, intelectual y patrimonial”, afirmó Ruiz Massieu.
¿Se da cuenta la excanciller de lo que está haciendo? ¿Están abriendo
las compuertas los propios priistas a la injerencia abierta y franca de
la OEA en las elecciones presidenciales de 2018? ¿No les bastó el error
histórico de Enrique Peña Nieto de recibir en agosto de 2016 a Donald
Trump, entonces candidato republicano, como si fuera jefe de Estado en
Los Pinos? ¿Están dispuestos a la intervención de la OEA en los procesos
judiciales internos en plena campaña electoral? ¿A quién pretenden
engañar con esta estratagema?
Si Freud fuera analista político definiría el caso del PRI y de José
Antonio Meade como un caso patológico de transferencia: acusan a Anaya
de lo que ellos han aplicado con exceso e impudicia durante este
sexenio. Responsabilizan a López Obrador de una furia social que ellos
generaron en este gobierno.
La desesperación peñista se produce días antes de que el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos realice su
informe sobre la situación de los 43 normalistas desaparecidos de
Ayotzinapa. Es el gobierno de Peña Nieto y la PGR los que estarán en el
banquillo de los acusados.
La “indignación” del PRI ante las truculencias de Anaya o las
advertencias de López Obrador sólo puede interpretarse como un gran
ejercicio de simulación en los momentos más oscuros del final del
peñismo.
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