Tras casi 24 horas de una discusión
extenuante y por una mayoría de sólo cuatro votos –129 en favor, 125 en
contra y una abstención–, la Cámara de Diputados de Argentina votó ayer
un proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo. La
iniciativa deberá pasar ahora el filtro del Senado, aunque son muchas
las probabilidades de que la cámara alta sume su aprobación en las
próximas semanas. De concretarse tal escenario, las mujeres argentinas
habrán ganado una batalla de años por la soberanía sobre sus cuerpos y
la libertad de decidir su vida y su futuro. Más aun, si los senadores
del país austral votan en el mismo sentido que los diputados, Argentina
se sumará a Cuba, Uruguay, Guayana y las colonias francesas del Caribe
como únicos países del subcontinente que han despenalizado plenamente el
aborto.
Hace menos de un año, Chile aprobó una legislación que permite la
interrupción del embarazo en caso de peligro para la vida de la madre,
malformaciones congénitas o cuando es producto de violación. La ley
argentina es mucho más avanzada, pues establece el aborto seguro, libre y
gratuito.
El hecho reviste trascendencia porque ocurre en una nación en la que
la Iglesia católica sigue ejerciendo un poder político considerable, en
el cual no existe una plena separación entre la Iglesia y el Estado
–hasta el punto en que es considerada un país confesional– y que es la
patria natal de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, máximo jerarca
del catolicismo mundial. Como cabía esperar, el clero se ha jugado en
peso para tratar de impedir la determinación legislativa.
La votación congresal es de celebrar también porque representa
una victoria para una causa de género que se ha traducido en
incontables movilizaciones y campañas y que, sean cuales sean las
motivaciones y consideraciones políticas de los legisladores que
aprobaron el derecho a decidir, merece triunfar, no sólo por justicia
elemental sino porque es injustificable que haya mujeres muertas por
practicarse abortos en condiciones de clandestinidad o procesadas por
decidir sobre su cuerpo y sobre su vida.
Es pertinente recordar que las movilizaciones más recientes han ido
acompañadas por la protesta exasperada ante el creciente número de
feminicidios registrados en años recientes en Argentina (aunque muy
pequeño si se le compara con la lacerante cifra respectiva que ostenta
México) y por una violencia de género también al alza.
Ciertamente, el asunto es uno de los más polémicos y polarizantes en
las sociedades latinoamericanas, pero es claro que conforme se produce
el relevo generacional, la mayoría se ha ido desplazando lentamente de
las posturas moralistas y religiosas tradicionales a una actitud que
reivindica la libertad y la soberanía individual como parte de una
visión más amplia de los derechos humanos. Cabe esperar que pronto lo
aprobado ayer por los diputados argentinos sea ley vigente en Argentina,
que en México el ejemplo de la ciudad capital sea reproducido por el
resto de las entidades federativas y que en América Latina impere la
lógica expresada en la consigna
educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.
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