No es verdad que los posteriores señalamientos penales en contra de
Anaya le hayan restado porcentaje. La baja de diez puntos es atribuible
al candidato. El PAN debió cambiarlo a fines de noviembre para tratar de
recuperar algunos votos. Había tiempo, pues la convocatoria iba a ser
expedida hasta el 21 de diciembre.
El hundimiento del proyecto de hacer un “frente ciudadano”, aunque en
realidad era sólo de tres partidos, no fue causado por el simple hecho
de hacer una alianza, sino por sus insostenibles bases constitutivas. El
encuentro histórico de la derecha con la izquierda no se pudo acreditar
porque no lo era, ya que desde antes el PRD había dado la espalda a la
corriente política nacional y popular de la cual surgió. La alianza de
la dirección perredista con el PAN era un medio de confirmar la
traición, no tanto por hacer un frente, sino porque el candidato era
justamente el presidente del viejo partido de la derecha.
El frente construido por el PAN se ubicó en algo así como un vacío
político, que quiso ser llenado con la propuesta izquierdista de renta
ciudadana universal, presentada por Ricardo Anaya en el momento de
lanzarse como (pre) candidato. Acción Nacional no podía respaldar esa
idea ni tampoco era realizable, al menos en el corto plazo, porque
costaría casi la mitad del presupuesto federal.
Anaya se mostró como un neoliberal sin escrúpulos, capaz de presentar
la idea más atractiva para combatir la pobreza, pero sin la menor
congruencia con la política de su partido ni con sus propias
convicciones. La renta universal era, entonces, tan solo un operativo
para ganar una elección y, luego, incumplir la promesa por inviable.
El candidato del PAN hacía de tal forma un juego de audacia que en
realidad era escandaloso en un doble sentido. En su propio bando, la
promesa de renta ciudadana generó rechazo por “populista”, y en todos
los otros hubo mutismo por ser simplemente demagógica. Él mismo la dejó
caer. Nadie la recogió en el debate político nacional. El tema, sin
embargo, es de gran importancia, pero Anaya lo ha pervertido al
utilizarlo en forma inescrupulosa y soez. Eso suele ocurrir con los
proyectos de izquierda apropiados por la derecha: todo se torna en
lacerante mentira.
El gobierno de coalición fue otro instrumento de la audacia del
frente creado por el PAN. Ante un presidencialismo despótico en declive,
pero subsistente bajo su forma corrupta, Acción Nacional adoptó la idea
de pactar una futura coalición de gobierno. El PAN y el PRD han ganado
juntos varias gubernaturas, pero en ninguna de ellas existe algo así,
sino que el gobernador quita, pone y repone a su gusto y es el jefe
único.
Un gobierno de coalición de carácter legal, como el que se plantea,
requiere, antes que nada, la conformación de un colegiado con facultades
constitucionales, pero eso es justamente lo que no propone el frente
creado por el PAN. Se quiere engañar a partir de una figura introducida
recientemente en la Constitución, llamada “gobierno de coalición”, pero
que depende por completo de la decisión personal del presidente. O sea,
no es lo que dice ser.
El frente panista abrazó la tesis de que los liderazgos políticos se
pueden improvisar. En esto existe un paralelismo con la postulación de
José Antonio Meade, presentado como candidato “ciudadano”, postulado,
contradictoriamente, por el presidente de la República.
En el PAN fabricaron la invendible mercancía de que el frente sería
“ciudadano”, y el líder un personaje sin pasado, aunque, en verdad, con
trayectoria tormentosa. La postulación de Anaya fue también ocasión para
consumar un rompimiento, largamente incubado en el PAN, para dejar
fuera a Felipe Calderón, mediante el uso de una aplanadora mayoría en
los órganos de dirección panista. Pero el monto de lo que se rompe
arriba suele ser menor que lo quebrado abajo. Esa es la historia de la
candidatura malograda de Margarita Zavala y de todo lo que fue dejando
el panismo en el camino.
El PAN tiene un competidor que se llama José Antonio Meade. El
espacio de la derecha lo ocupan en empate dos partidos, Acción Nacional y
el PRI. Por reveladora coincidencia, los candidatos de ambos partidos
están haciendo promesas en materia de redistribución del ingreso,
principalmente por cuenta de los fondos públicos. El “populismo”
defenestrado por la derecha política es retomado sin explicación alguna
por los candidatos Anaya y Meade. Eso les hace aún menos creíbles. ¿Por
qué nada de eso propusieron antes?
La idea de convocar al “voto útil” para derrotar a López Obrador
hubiera tenido que partir de un rechazo mayoritario hacia el líder de
Morena, pero las encuestas registran más repudios contra los candidatos
del PRI y del PAN. El “voto útil” se hizo inoperante por falta de
utilidad.
Según los demoscópicos, más de la tercera parte de quienes se
consideran a sí mismos perredistas manifiestan su intención de votar por
AMLO, mientras que otro tercio se encuentra entre quienes no
manifiestan preferencia alguna. El frente es un fracaso también desde el
punto de vista cuantitativo, es decir, en su elemental propósito de
sumar votos. El asunto se agrava cuando Meade se nutre de la décima
parte del voto duro tradicional panista y pretende sacar más mediante la
campaña contra Anaya por los negocios oscuros que se le atribuyen.
“Aquí eres el único indiciado, Ricardo”, le ha dicho el priista en el
reciente debate, aunque ya antes lo había tildado de traidor, sin
precisar causa ni gobierno traicionado.
Es verdad que el PAN, con otro candidato y sin incómodas alianzas, no
hubiera sido tampoco una fuerza con perspectiva de triunfo en la
elección presidencial, debido a que no es opción alternativa frente al
sistema actual de gobierno, pero al menos no estaría en la complicada
situación de integrar una coalición anómala, inconsistente e
inexplicada, la cual le divide, desdibuja y desarregla en el espectro
político nacional.
La idea de Anaya de presentarse como el mejor y más seguro relevo del
gobierno actual siempre fue una vana ilusión porque el PAN operó casi
siempre como segmento del PRIAN durante el mandato de Peña Nieto. Se
podría decir que las políticas de Vicente Fox y de Felipe Calderón
fueron aproximadas reproducciones de la tradición priista y del Estado
corrupto mexicano. Nada mejoró en el país y algunas cosas empeoraron. El
contraste nunca existió o jamás fue percibido, lo que equivale a seguir
en lo mismo. El PAN desperdició miserablemente sus dos oportunidades.
Ante su propio fracaso, el último recurso del frente panista ha sido
el de denunciar un pacto de impunidad entre Peña Nieto y López Obrador.
Pero tal sensacional revelación se hace luego de buscar con
desesperación e infructuosamente la declinación de Meade en favor de
Anaya. Este giro tiene dos componentes: por un lado, es la tesis del PRD
de que AMLO quiere restaurar el priismo, con la cual busca justificar
su inocultable traición a la izquierda popular mexicana; por el otro
lado, es una prematura explicación de la derrota electoral de Acción
Nacional.
De ese frente creado con grandes ilusiones por el PAN no quedará más
que amargura. Ese partido tendrá que ajustar filas internas, pero
volverá a su estado de partido de derecha tradicional, neoliberal, sin
duda, lo cual le moderniza, pero no tanto. Podrán los panistas digerir
la audaz aventura de haberse presentado como lo que no son, pero su
líder actual y candidato tendrá que morder el polvo de la derrota.
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