6/16/2018

La ley y las mujeres

Vilma Fuentes

Ninguna mujer recurre con alegría en el corazón al aborto. Basta escuchar a las mujeres. Es siempre un drama y seguirá siendo un drama.
Estas asombrosas palabras fueron pronunciadas por Simone Veil en noviembre de 1974, ante la Asamblea Nacional francesa, en su valiente y emotivo discurso en favor de la legalización de la interrupción voluntaria de la gestación. A cargo del Ministerio de la Salud, bajo la presidencia de Valérie Giscard d’Staing y del primer ministro Jacques Chirac, Simone Veil se dirigió a una asamblea mayoritariamente masculina, subrayando que si el aborto debe seguir siendo una excepción y un último recurso, es necesaria una ley para evitar la mortalidad causada por las operaciones clandestinas y en condiciones de higiene peligrosas. Se trata, además, de evitar agregar a este drama angustia, culpabilidad y vejación de la mujer, así como acusaciones de una sociedad farisea que prefiere cerrar los ojos para no mirar la atroz realidad.
Cabe recordar que, en esa época, los insultos cayeron sobre Simone Veil, calificada de asesina, criminal e incluso nazi –ella, quien fue encerrada en los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
La ‘‘ley Veil” sobre la despenalización del aborto fue declarada en 1975 y rembolsada por la seguridad social francesa a partir de 1982. No habrá restricciones ante la voluntad de la mujer, libre de su decisión.
El reciente referendo en Irlanda del Sur, mayoritariamente favorable, da esperanzas de ver legalizado en los países europeos donde sigue prohibido: Polonia (donde, después de 40 años de legalidad, fue de nuevo prohibido en 1997), Irlanda del Norte (una ley británica ofrece a las irlandesas del norte practicar gratuitamente la interrupción en Inglaterra, así como los gastos del viaje), Chipre (autorizado en caso de violación o peligro mortal) y Finlandia (permitido bajo peligros de salud, edad, número de hijos). En Malta y Andorra sigue prohibido.
A pesar de las dificultades para establecer estadísticas netas, a causa de los abortos clandestinos, se calculaban 44 millones de interrupciones voluntarias en 2008 en el planeta según la Organización Mundial de la Salud, siendo 38 millones las realizadas en los llamados países en desarrollo. Sólo en 58 países, un tercio del planeta, es permitido sin justificaciones médicas, morales o económicas. Un aborto sobre dos es peligroso y 47 mil mujeres mueren cada año a causa de una interrupción clandestina.
El colmo, el aborto puede ser también una forma escondida del feminicidio: en algunas regiones de Asia y Europa Oriental, donde es importante tener un hijo varón, el aborto es selectivo según el sexo del feto.
Religión, cultura, tradiciones o política son causas de profundas diferencias entre los países del mundo entero, donde se establecen sistemas legislativos dispares.
En países islámicos, por ejemplo, está estrictamente prohibido el aborto cuando el alma ha sido insuflada en el embrión, es decir, durante el cuarto mes de la gestación.
El primer país europeo en legalizar el aborto fue la Unión Soviética en 1920, aunque Stalin volvió a prohibirlo en 1936, antes de reautorizarse en 1955. En América Latina, Cuba fue el primer país que lo autorizó en 1961.
En México, el aborto es legal desde 2007 en la capital. En todos los estados se permite cuando hay riesgo mortal o violación, con excepción de Querétaro, Guanajuato y Guerrero, donde es castigado.
Según un estudio desarrollado en 2008 por el Consejo Nacional de Población, El Colegio de México y el Instituto Guttmacher, se realizan 880 mil interrupciones anuales en el país, gran parte de las cuales se evitarían con la debida educación sexual.
Mortalidad, dolor, angustia, humillación, situaciones que perduran desde hace siglos y que deberían al fin dejar el lugar, como en Irlanda, a comportamientos más humanos, si los legisladores prestaran oído a la voz de Sor Juana Inés de la Cruz:
Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión de lo mismo que la culpáis.

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