Los tele-debates sirven para el conocimiento masivo de los
contendientes, para alimentar la cultura del talk show (género de la
neo-televisión de los años noventa que privilegia el espectáculo de la
confrontación y la esgrima verbal rápida) y estimula la ocupación de las
redes sociales en tiempos de audiencias convergentes: la producción de
memes, hashtags, videos cortos, gifs, y todo tipo de irreverencias que
convierten divertida una campaña tan acartonada.
Jaime Rodríguez, “El Bronco”, se convirtió en el rey de los memes del
primer debate tras su propuesta de “mocharle las manos” a los
delincuentes, pero eso no le ayudó o modificó su situación marginal en
las preferencias electorales. Al contrario, lo estacionó en un 3% de las
preferencias.
Ricardo Anaya se autoproclamó ganador de los dos debates
presidenciales anteriores, pero nadie recuerda alguna de sus propuestas y
su preferencia electoral no ha rebasado los 30 puntos porcentuales que
habían calculado sus estrategas. Después del segundo debate, se le
recuerda más en las redes sociales por el mote de Ricky Riquín Canallín
que le puso Andrés Manuel López Obrador.
El exceso de labia, su facilidad para responder (aunque mienta
descaradamente), su sonrisa congelada y sus gestos intimidantes en el
segundo debate presidencial, convirtieron a Ricardo Anaya en un buen
producto televisivo, pero no en un contendiente presidencial
competitivo.
La mayoría de las encuestas registran un descenso de 3 a 4 puntos de
Ricardo Anaya, el “ganador de los debates”, por los errores de su
campaña electoral y el ataque mediático y político del sistema y del
gobierno de Enrique Peña Nieto en su contra.
El esperado “salto” de José Antonio Meade para desplazar a Ricardo
Anaya en la segunda posición de las preferencias electorales ya no se
produjo, por más encuestas a modo que el PRI ha divulgado o por mucho
entrenamiento recibido por Carlos Alazraki, el veterano publicista al
servicio del tricolor, y su war room o “cuarto de guerra”. La encuesta
de este 12 de junio, financiada por la Coparmex, hunde a Meade en un
lejano tercer sitio con menos de 14% de intención del voto.
El voto “antisistema” creció
La tendencia marcada en las encuestas previas a la campaña electoral,
entre octubre y noviembre de 2017 no se ha modificado. Más bien se
incrementó el voto opositor o “antisistema”. Desde entonces, se detectó
que el 80% de los consultados afirmó que prefiere en la presidencia de
la República a un político diferente a Peña Nieto y a un partido que no
tenga relación con el PRI. Para entonces, los escándalos de corrupción
de al menos nueve exgobernadores priistas estaban generalizados, junto
con otros casos como Odebrechet y el crecimiento exponencial de la
violencia en varias entidades.
Lo que han demostrado las encuestas de distintas empresas y
patrocinadores es que el verdadero “voto útil” es el que capitaliza ese
sufragio antisistema y no el que evite la llegada de Andrés Manuel López
Obrador a la presidencia de la República, como de manera equivocada
establecieron los equipos de Anaya y Meade.
Hay encuestas que ahora le dan más del 50% de la intención del voto a
AMLO. El sitio electoral Oráculus, que hace un agregado de encuestas
(poll of polls), indicó que López Obrador registra un promedio de 49.4%
de intención del voto.
El candidato de “Por México al Frente”, Ricardo Anaya, le apostó mal
al discurso del “voto útil”. Y eso le ha costado en las encuestas de
intención del voto. Ahora registra un promedio de 27.3% de intención del
voto y no ha podido rebasar el techo del 30% en las encuestas que se
han hecho públicas.
De manera absurda, Anaya se entrampó en un debate con los votantes de
José Antonio Meade y de Margarita Zavala (que ya declinó) para
desplazarlos como opciones políticas del “voto anti-López Obrador” y no
para capitalizar el voto “antisistema”.
Las consecuencias de esta estrategia están a la vista. El peñismo y
el calderonismo se unieron, de manera aparente, en este tramo final de
la campaña para desacreditar a Anaya ya no sólo como candidato opositor
sino como figura confiable.
Lucha fraticida
De la “guerra sucia” contra López Obrador se pasó a la difusión de
videos anónimos (en especial, el último divulgado el jueves 7 de junio)
para reiterar las acusaciones contra Anaya por presunto lavado de
dinero. Este ataque ministerial y mediático contra el candidato
presidencial panista fue administrado de tal forma por el gobierno
federal y los priistas que Anaya se perdió en el camino. Su contendiente
real era Peña Nieto y no López Obrador.
Ahora, en el tramo final de la campaña, Anaya busca reorientar su
discurso, pero difícilmente logrará modificar la tendencia irreversible
en los ejercicios demoscópicos.
Lo que ha provocado el ataque contra Anaya es la exhibición de una
disputa entre las distintas “familias” y “clanes políticos” que lucharán
por el control del PAN tras la contienda presidencial. La demanda
interpuesta por Ernesto Cordero, contemporáneo de Luis Videgaray y de
Meade en el ITAM, fue desacreditada por su exjefe, Felipe Calderón, y
por otras figuras panistas como el exgobernador de Jalisco, Alberto
Cárdenas.
Sin embargo, el peor adversario de Anaya lo tiene en casa. Y se llama
Diego Fernández de Cevallos. El exabrupto del Jefe Diego en su
entrevista del lunes 11 de junio al señalar que “la verdad, Anaya busca
un pacto para salvar las instituciones” frente a la “amenaza de un
orate” como López Obrador, sólo reveló que el discurso anti-gobierno y
anti-sistema de Anaya está destinado al fracaso o al suicidio.
La narrativa de Meade está entrampada: orientar sus baterías para
desplazar a Anaya, beneficiando a su adversario real que es López
Obrador, o concentrarse contra el candidato presidencial de Morena. Si
sale a defender a Peña Nieto, ante el esperable embate de Anaya, Meade
se quedará en los márgenes mínimos del 15%.
El último recurso del “sistema” para salvarse del naufragio electoral
es la “guerra sucia”, pero también la vieja maquinaria de compra y
coacción del voto que ya echaron a andar. Pero la elección presidencial
no será como la elección en el Estado de México.
La contienda no se cerró ni superó al verdadero jinete del
Apocalipsis que cabalga sobre las candidaturas de Meade y de Anaya: el
agotamiento de 40 años de un modelo administrado por tecnócratas del PRI
y del PAN que se transformó en una cleptocracia repudiada y ahora
enfrentada.
El tercer debate será el último espectáculo en vivo de una contienda
que se decidió dese hace, al menos, tres años atrás: nadie advirtió con
suficiente claridad que la caída del telepresidente Peña Nieto era, en
realidad, el derrumbe de un sistema.
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