Vista al cabo del desarrollo del tercer debate, dicha encuesta tuvo
un impacto demoledor para las aspiraciones del panista, pues casi al
mismo tiempo su compañero de partido, Ernesto Cordero, presentó una
demanda penal en su contra por lavado de dinero, la cual dio entrada la
Procuraduría General de la República (PGR).
La noche del tercer debate en Mérida no la olvidará Anaya en mucho
tiempo. El panista llegó enojado, iracundo y en momentos se le notó
fuera de sí, acusando a López Obrador de ser comparsa de Enrique Peña
Nieto y amenazando a Meade y al mismo presidente de meterlos a la cárcel
si llega a la Presidencia, como si no hubiera división de poderes.
Al joven de Querétaro lo alcanzó su propio egocentrismo alimentado
por los elogios que recibió de propios y extraños de que se trataba de
un político inteligente y gran futuro.
El camino labrado con alianzas fuera del PAN, abalando con su firma
de legislador las reformas enviadas por Peña Nieto y haciendo negocios
ilegales para financiar su campaña presidencial, sufrió un socavón al
final de la campaña por el cual se fueron sus ilusiones, sus deseos, sus
sueños de ser el segundo presidente más joven de México, luego de
Carlos Salinas de Gortari.
Sofista, al joven miembro del PAN la mentira constante con la que
acusaba y, al mismo tiempo, se defendía, no le fue suficiente para
mantener su proyecto político. Sus antiguos aliados del PRI supieron
atacar su lado débil, su gusto por el dinero y su ambición de poder.
Juntas, ambas cosas llevaron a Anaya a aspirar ser el presidente de
México para seguir con sus negocios particulares como lo hizo uno de sus
principales defensores: Diego Fernández de Cevallos.
Su habilidad en el debate tampoco le fue suficiente para ocultar sus
negocios y por más que se justificó, al final las revelaciones filtradas
desde el gobierno hechas por sus socios en la compra y venta de bienes
inmuebles para hacer su “cochinito” y usarlo en su campaña fueron
utilizadas para minar su ambicioso proyecto de gobernar el país.
Anaya vivió la noche más negra de su vida política este martes 12 en
Mérida, Yucatán, cuando sus demonios salieron a relucir y no supo como
disiparlos, sino al contrario, los alimentó con la ira que mostró
amenazando de meter a la cárcel a sus enemigos. Un carácter explosivo
que no se conocía y que es peligroso en cualquier persona que tiene
intenciones de gobernar.
Por cierto… Jorge Castañeda y Diego Fernández de
Cevallos, principales asesores de Anaya, no son las mejores opciones
políticas para defenderlo. Las alianzas del primero con Elba Esther
Gordillo y las del segundo con Carlos Salinas de Gortari no se olvidan
con el paso del tiempo. La memoria pública las tiene siempre presente, a
pesar de que quieran borrarlas de la historia oficiosa.
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