Luis Linares Zapata
El camino ya recorrido parece por demás largo a pesar de que, oficialmente, la campaña por la Presidencia de la República es relativamente corta en tiempos permitidos. Más compacta que en el pasado fue la pretensión al regularla.
Sin embargo, al llegar a esta fecha –menos de tres semanas del final– la fatiga de la ciudadanía se hace notar por innumerables rumbos: el ruido propagandístico ha sido y todavía es, ensordecedor. La energía negativa con que dos de los contendientes han cargado el ambiente gravita de manera adicional sobre la ya saturada atención pública. El pleito entre José Antonio Meade, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Ricardo Anaya Cortés, del Partido Acción Nacional, retumba, además, plagado de ecos y con epítetos que no se deberían, por salud colectiva, escuchar. Los actuales, se supone, son días cruciales para embarcarse después del pasado debate, en el embate final. Las ofertas ya fueron puestas sobre la mesa, las imágenes y figuras de los aspirantes presidenciales también fueron redondeadas.
La manera en que las encuestas de opinión han medido la disposición y las preferencias de los votantes ha transitado de una manera sui géneris. Al principio hubo diferencias notables entre los hallazgos de esos ejercicios demoscópicos. Gradualmente se han ido acercando hasta alcanzar rangos aceptables para formar una visión más cercana a lo que puede, en tiempo corto, suceder en las urnas. Todos estos trabajos han destacado varios fenómenos simultáneos. Uno, el más consistente, ha sido la delantera que mantiene el puntero de la contienda (Andrés Manuel López Obrador) y que no ha disminuido sino, por el contrario, se acrecienta con el paso de los días. Otro, es lo cerrado del pleito por ocupar el segundo lugar. Una posición ciertamente estratégica para definir el forcejeo final.
En este reducido espacio de competencia segundona también se destacan otras consistencias: el ocupante, con altibajos en la trayectoria y hasta el presente, ha sido el señor Anaya. Y el tercer fenómeno apunta hacia la poca o nula disposición del electorado para dar respaldo a los independientes, quizá porque fueron incluidos en la carrera con dudoso calzador.
Después de observar detalles ocurridos en la campaña respecto de la indisposición de ciertos grupos de presión para aceptar el posible triunfo de López Obrador se hace necesario adentrarse en este peliagudo asunto. La oposición, viene incidiendo en sembrar dudas acerca de la misma validez de los estudios de opinión. Una herramienta ya probada y usada en el mundo entero. Se alega que no es posible que, con una muestra, por demás pequeña, comparada con el universo de electores, pueda validarse como representativa. Es, ciertamente, un argumento tonto y carente de peso. Las muestras, en varios campos científicos, son incomparablemente más pequeñas que el universo a representar. Pero, cuando están establecidas con rigor estadístico, un cuestionario probado con antelación y un método de levantamiento ordenado y puntual, el resultado puede configurar una imagen aceptable y coherente. La misma repetición y uso de encuestas en este y otros procesos les trasfieren confianza ciudadana. La obligada inscripción en el Instituto Nacional Electoral, tanto de empresas como de metodologías, son requisitos que abundan en esta dirección.
Situarse en la oposición al modelo vigente de gobierno es, además de otros rasgos distintivos disputados por los contendientes, una característica bajo fuerte presión. Bien se sabe del ánimo popular mayoritario que desea un cambio real, efectivo.
Las formas en que ese ánimo se expresa tiene mucho de fatiga, enojo y desencanto con lo que viene sucediendo en la actualidad. Pero también lleva consigo esperanza en busca de su renovación. Dos de los contendientes han decidido situarse como aspirantes a engarzar sus esfuerzos de gobierno con ese arraigado deseo de cambio.
Anaya se sitúa, en su discurso y propaganda como la mejor garantía de ello. Sin embargo, el pasado de su partido, de su coalición y de él mismo como legislador y panista, le recuerdan su pertenencia al grupo dominante en funciones. El hecho de que se haya convertido en punto de ataque combinado del gobierno y el PRI no le permite, sin dramas, mudar de tesitura y piel. Será altamente probable que no alcance tan ambicionada característica opositora. Desprenderse de su ya sembrada condición de colaborador con el poder establecido y proponente de la continuidad no le será tarea fácil.
Queda, entonces, atender a quien durante años ha transitado por la ruta de la oposición real, no sólo discursiva sino hasta intransigente: López Obrador. Es este aspirante a la Presidencia quien ahora absorbe toda la energía popular por el cambio. La prédica de este candidato y de un amplio contingente de militantes de Morena durante años ha cristalizado en el momento propicio para ganarse la simpatía de los electores. Y así lo apuntan todos los estudios demoscópicos. Y también se confirmará durante las derivadas del pasado debate
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