Miguel Concha
Cuando se habla de alimentación,
pocas veces se piensa que ésta sea una cuestión de derechos humanos,
y, por ende, de legislación y política pública que atienda las
obligaciones del Estado para garantizarla y protegerla. Esto es de suma
importancia y urgencia, dado que actualmente se observan graves
afectaciones a la salud de la población, como el incremento de la
obesidad, la desnutrición y la diabetes, por mencionar algunos de los
padecimientos más comunes.
En la dieta de los mexicanos siempre ha existido un consumo
considerable de alimentos preparados a base de maíz, siendo la tortilla
el más ordinario. A pesar de ello, en el panorama nacional podemos
observar desgraciadamente el gradual abandono de la dieta tradicional
mexicana y de tradiciones culinarias cuya base es el maíz. Que bien
podría llamarse el alimento milenario de México y de toda la región
mesoamericana. Para la elaboración de tortillas es necesario que el maíz
pase por un proceso llamado nixtamalización, que se lleva a cabo desde
hace 3 mil 500 años aproximadamente, y consiste en la cocción del maíz
con agua y cal para obtener así el nixtamal, el cual se muele para dar
origen a la masa de maíz. Se ha comprobado científicamente que este
proceso da lugar a cambios nutricionales en la tortilla, aumentando
hasta 30 veces la cantidad de calcio, dando como resultado un alto valor
nutritivo a nuestras tortillas nixtamalizadas, pues también son fuente
de fósforo, hierro, zinc, fibra y proteínas, así como de vitaminas B1,
B2 y B3. Pero, ¿qué pasa cuando el proceso de elaboración de la tortilla
no se da de esta forma? Lo primero que notamos es un cambio sensible en
su sabor, ya que al incluir productos procesados en su elaboración, o
al ser resultado de algún tipo de maíz transgénico, pierde las
propiedades naturales que la caracterizan, disminuyendo con ello su
sabor original y sus propiedades nutritivas, llegando incluso a generar a
largo plazo daños en el organismo a causa de los tóxicos que contiene.
Ello no obstante, son pocas las veces en las que nos ponemos a pensar de
dónde provienen las tortillas que consumimos.
Algo realmente alarmante, pues gran parte de ellas contienen harinas
procesadas, o dejan de ser completamente provenientes del maíz nativo y
criollo, pues los cultivos son por lo general transgénicos, aunados
muchas veces al uso de insecticidas y pesticidas. Todo esto ha sido de
poca o nula importancia para el Estado, que no ha llevado a cabo
acciones para difundir la información acerca de la procedencia,
ingredientes, procesos, aditivos y sustancias tóxicas de las tortillas
industrializadas que se consumen a diario, violentando con ello el
derecho a la información que tienen los consumidores para conocer la
composición de los productos, sus características, calidad, precio real y
riesgos que puedan representar.
De igual manera, es importante mencionar que todas las personas que
habitamos o transitamos por México tenemos derecho a recibir información
por parte del Estado sobre una alimentación nutritiva, suficiente y de
calidad, y a contar con las condiciones suficientes en el país para
producir maíz y tortillas de calidad y libres de riesgos para la salud.
Por desgracia hoy en México este derecho a la alimentación y a la
tortilla no está siendo garantizado, ya que, como se ha dicho, la
tortilla industrializada contiene elementos químicos que generan daños a
largo plazo en la salud, tanto de quienes la consumen como de quienes
la producen, y daños al medio ambiente y a la biodiversidad.
El suelo donde nacen las semillas de maíz, contaminado con
agrotóxicos, pone en riesgo la calidad del alimento, así como la vida de
los animales que habitan dentro del área. Siendo ésta una de las
principales razones para apostar por los policultivos, es decir,
cultivos vistos como pequeños ecosistemas, como por ejemplo el sistema
milpa, en los que no se cosecha un único producto, sino múltiples, que a
su vez favorecen la diversidad de plantas herbáceas y evitan de esta
forma la susceptibilidad que los monocultivos tienen a las plagas,
evitando así el uso de insecticidas o pesticidas. Este método, usado por
nuestros ancestros se llevaba a cabo con éxito y sin la necesidad de
productos ajenos durante su cultivo, pues se pensaba acertadamente que
en la naturaleza existía un balance tan armónico y perfecto que no había
necesidad de ellos.
Por esta preocupación, y por los riesgos a la salud que las tortillas
industrializadas pueden causar, por el uso de productos químicos,
diversas organizaciones han decidido sumar voces y acciones para
defender de la agroindustria al maíz mexicano y evitar la inclusión de
productos químicos o procesados durante la elaboración de las tortillas.
Y esto, para defender las tortillas que queremos. Quienes integran la
Alianza por la Tortilla (http:alianzapornuestratortilla.com)
buscan exigir al Estado que garantice nuestros derechos como mexicanos,
y en general como consumidores, toda vez que observamos que no se
respeta nuestro derecho a decidir sobre los productos que deseamos
consumir y no existe información sobre su procedencia. Debido a la falta
de producción de tortillas cien por ciento nixtamalizadas, y a la
ausencia de apoyos del Estado a los productores campesinos, se impone
otro modelo alimentario.
En nuestras manos está también la responsabilidad de decidir lo que
queremos consumir, y la de defender al maíz como un patrimonio nacional,
ya que existen en el país alrededor de 65 razas diferentes. Defendamos
nuestra salud y nuestra biodiversidad cultural, pues también origina la
diversidad gastronómica que poseemos, considerada patrimonio cultural
inmaterial de la humanidad.
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