Sara Sefchovich
E n días recientes, se ha analizado desde muchas perspectivas el ataque del cardenal Sandoval Íñíguez a Marcelo Ebrard y a los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de la Nación: que si el tema es la relación Iglesia-Estado, que si es el país laico, que si es la libertad de expresión, que si es la primacía de la ley general por sobre la filosofía de un grupo particular, que si el problema es el personaje en cuestión y su legitimidad para hablar de moral y buenas costumbres, que si tiene que ver con las candidaturas para el 2012.
Pero hay una perspectiva que hasta ahora nadie ha tomado en cuenta. Y esa es la de lo que significa la ciudad de México.
El pasado mes de abril, la revista inglesa The Economist publicó una nota en la cual afirmaba lo siguiente: “La religiosidad y el secularismo militante hace mucho tiempo que viven juntos en la ciudad de México y en el país como un todo. Pero la brecha en actitudes entre la capital y el otro México es cada vez más ancha. Desde el 2006, la ciudad está gobernada por un jefe de Gobierno de centro izquierda liberal, Marcelo Ebrard. Es la primera ciudad en América Latina que autorizó matrimonios entre homosexuales y pronto se permitirán adopciones para esas parejas. La administración ha simplificado los trámites de divorcio y permite a los enfermos terminales negarse a recibir tratamiento.
Pero lo que más ha separado a esa ciudad del resto del país, fue la aprobación de una ley que autoriza el aborto durante las primeras 12 semanas de gestación, algo que hace unos años todavía era inconcebible en cualquier país latinoamericano con excepción de Cuba. Y hay aún más por venir: una propuesta de legalización de la prostitución y la ampliación de los horarios para consumir bebidas alcohólicas.
Sin embargo, conforme la ciudad de México se liberaliza, el resto del país se mueve en la dirección opuesta. Desde el 2007, cuando se aprobó la ley del aborto, más de la mitad de los otros 31 estados reformaron sus legislaciones para considerar a la vida desde la concepción y cuatro fueron todavía más lejos, introduciendo leyes que duplican las penas de cárcel por aborto si la mujer tiene mala reputación. Las sentencias pueden ser muy largas porque varios estados consideran al aborto como asesinato e incluso en los casos en que sí se lo permite (como los de violación) los complicados trámites que se exigen muchas veces lo hacen imposible.
Paradójicamente, una de las razones que explica la vigorosa salud de los conservadores es precisamente el enorme crecimiento del liberalismo político. El régimen autoritario priísta había impuesto el secularismo, así que resulta irónico que su desmantelamiento haya provocado el surgimiento de la intolerancia”.
Lo anterior hace evidente que lo que se está combatiendo es a la ciudad de México. No es cosa de moral o de principios sino simple y llanamente de rabia contra su apertura, tolerancia y libertad. Se envidia y se teme que en ella todo cabe y todos tenemos cabida, sea cual sea nuestro origen, cultura, ocupación, preferencia sexual o religiosa. Y les choca su vitalidad, que sea el sueño de tantos y la mejor para quienes buscan plantarse en la vida, como decía hace casi un siglo Salvador Novo. Que en ella sea posible comprarlo todo, ganarse la vida de mil formas, creer en un millón de cosas, transitar por el cielo y por el infierno.
La bronca es contra la capital por ser lo que es: el corazón del país y el cordón que lo conecta con el mundo. Y por eso le echan tierra cada vez que pueden.
Somos los habitantes los que la hemos convertido en lo que es y los que hemos elegido a los gobiernos que queremos para que la administren y cuiden. La línea que va de Cárdenas, Robles, López Obrador y Encinas a Ebrard no es accidental, nos la ganamos a pulso y a voto. Esto no lo pueden entender quienes no la han vivido, y por eso creen que se puede volver atrás.
Pero los ciudadanos estamos contigo Marcelo, en esta tu batalla que es nuestra y que como la definió Ricardo Rocha, es a un tiempo ética y épica.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
Pero hay una perspectiva que hasta ahora nadie ha tomado en cuenta. Y esa es la de lo que significa la ciudad de México.
El pasado mes de abril, la revista inglesa The Economist publicó una nota en la cual afirmaba lo siguiente: “La religiosidad y el secularismo militante hace mucho tiempo que viven juntos en la ciudad de México y en el país como un todo. Pero la brecha en actitudes entre la capital y el otro México es cada vez más ancha. Desde el 2006, la ciudad está gobernada por un jefe de Gobierno de centro izquierda liberal, Marcelo Ebrard. Es la primera ciudad en América Latina que autorizó matrimonios entre homosexuales y pronto se permitirán adopciones para esas parejas. La administración ha simplificado los trámites de divorcio y permite a los enfermos terminales negarse a recibir tratamiento.
Pero lo que más ha separado a esa ciudad del resto del país, fue la aprobación de una ley que autoriza el aborto durante las primeras 12 semanas de gestación, algo que hace unos años todavía era inconcebible en cualquier país latinoamericano con excepción de Cuba. Y hay aún más por venir: una propuesta de legalización de la prostitución y la ampliación de los horarios para consumir bebidas alcohólicas.
Sin embargo, conforme la ciudad de México se liberaliza, el resto del país se mueve en la dirección opuesta. Desde el 2007, cuando se aprobó la ley del aborto, más de la mitad de los otros 31 estados reformaron sus legislaciones para considerar a la vida desde la concepción y cuatro fueron todavía más lejos, introduciendo leyes que duplican las penas de cárcel por aborto si la mujer tiene mala reputación. Las sentencias pueden ser muy largas porque varios estados consideran al aborto como asesinato e incluso en los casos en que sí se lo permite (como los de violación) los complicados trámites que se exigen muchas veces lo hacen imposible.
Paradójicamente, una de las razones que explica la vigorosa salud de los conservadores es precisamente el enorme crecimiento del liberalismo político. El régimen autoritario priísta había impuesto el secularismo, así que resulta irónico que su desmantelamiento haya provocado el surgimiento de la intolerancia”.
Lo anterior hace evidente que lo que se está combatiendo es a la ciudad de México. No es cosa de moral o de principios sino simple y llanamente de rabia contra su apertura, tolerancia y libertad. Se envidia y se teme que en ella todo cabe y todos tenemos cabida, sea cual sea nuestro origen, cultura, ocupación, preferencia sexual o religiosa. Y les choca su vitalidad, que sea el sueño de tantos y la mejor para quienes buscan plantarse en la vida, como decía hace casi un siglo Salvador Novo. Que en ella sea posible comprarlo todo, ganarse la vida de mil formas, creer en un millón de cosas, transitar por el cielo y por el infierno.
La bronca es contra la capital por ser lo que es: el corazón del país y el cordón que lo conecta con el mundo. Y por eso le echan tierra cada vez que pueden.
Somos los habitantes los que la hemos convertido en lo que es y los que hemos elegido a los gobiernos que queremos para que la administren y cuiden. La línea que va de Cárdenas, Robles, López Obrador y Encinas a Ebrard no es accidental, nos la ganamos a pulso y a voto. Esto no lo pueden entender quienes no la han vivido, y por eso creen que se puede volver atrás.
Pero los ciudadanos estamos contigo Marcelo, en esta tu batalla que es nuestra y que como la definió Ricardo Rocha, es a un tiempo ética y épica.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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