8/26/2010

La guerra entre Ejército y Marina por el poder



Jorge Carrillo Olea

El título de esta colaboración lo he copiado, por ser auténtico y por ello altamente significativo, de un correo electrónico que se ha cursado ampliamente por numerosos canales de comunicación y por las redes sociales. Es una reflexión entre miembros de las fuerzas armadas. Lo he tomado por evidenciar que cada día es más frecuente la irritación, principalmente en el Ejército, aunque también en la Marina, por lo que está pasando en términos de la violación a los espacios naturales de su actuación y operación y, consecuentemente, en la percepción e interpretación que de ello tienen sus miembros y la sociedad.

La contrariedad entre los miembros del Ejército se da por las actuaciones invasivas del secretario de Marina sobre espacios naturalmente reservados a las fuerzas de tierra, y sus consecuencias sobre las instituciones y su estado de ánimo. La desazón en el sector marino es por ver que en aras del protagonismo del secretario, se pierden día con día la esencia y los principios fundacionales de existencia de la Armada de México.

Ambas instituciones son en origen igualmente respetables, valoradas y necesarias para la nación. Lo anterior es un principio difícilmente controvertible. El problema es que las leyes que se derivan de ese principio están siendo violentadas, como cautelosamente lo apuntó el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación el domingo 15 de agosto. Se violenta la Constitución en su artículo 129, de innecesario comentario. Se violenta la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal y las leyes orgánicas del Ejército y Fuerza Aérea y de la Armada de México.

Todo ello se hace con riesgos incalculables: el enfrentamiento entre estas fuerzas. Sucede con la indiferencia del Presidente, que agobiado no quiere saber, y menos resolver el problema que él creó. Lo que está en juego es muy grave, pero lo es más en su posible efecto sobre los intereses nacionales superiores. En las tres leyes se dan funciones y jurisdicciones específicas a cada fuerza armada de manera inequívoca, sin menor espacio de interpretación. Se han creado numerosas unidades de infantería de Marina semejantes a las del Ejército y se les ha dado como base un manual que no tiene ningún soporte legal y es totalmente inconstitucional. Así, lo que está pasando es violatorio del máximo marco regulatorio que regiría sus acciones.

No está en duda que todo esfuerzo en el sentido de preservar el orden legal y la paz pública; sea de quien fuera esa aportación, es encomiable, el único requisito es que se haga con apego a las leyes. Decretos, acuerdos, convenios, reglamentos, instructivos y menos órdenes verbales, no pueden darse en contravención de la ley. Pero hoy esto es letra muerta. Por un lado es la voracidad, el afán de notoriedad y la irresponsabilidad de un protagonista y por otro lado la mesura, sensatez y temperamento. En este tema el Presidente ha abdicado de su carácter de comandante supremo. No arbitra, no impone decisiones concluyentes.

En el interior de ambas fuerzas hay efectos totalmente insólitos. No hay la costumbre seria de juzgar ni calificar las órdenes, otra cosa son las rutinarias habladurías, murmuraciones, se les llama. El primer efecto en la Defensa es la pérdida de respetabilidad y toda deferencia hacia el titular, eso ha conducido al enojo y a la desilusión. En Marina las opiniones se dividen. Unos aplauden los golpes del almirante como en un encuentro de box. Otros, los más serenos e institucionales, ven cómo se va perdiendo la esencia de ese cuerpo, sus tradiciones y proyecto de futuro.

Al exterior de ellas el mayor perdedor es el Presidente. Si tanto confía y depende de sus fuerza armadas, no se entiende cómo permite esta aventura que le es sumamente riesgosa. Y el gran ganador actual y potencial es el crimen organizado, pues la situación de enfrentamiento descrita resta efectividad a las tareas persecutorias del gobierno. Los cuadros medios y de base perciben este enfrentamiento y hay riesgo de que lo pudieran reproducir en el campo. Ya que concurren en los mismos espacios, un encuentro entre las tropas de ambos bandos es previsible. Ya sucedió en Tamaulipas entre marinos y policías.

Las fuerzas de base perciben, aunque de manera hipertrofiada por los rumores, lo que pasa en las altas esferas. En este sentido en el Ejército se ha producido un sentido de desencanto y desprecio y en la Marina un peligroso sentido de resarcimiento. Vale recordar que a pesar de sentimientos de identidad y amplia simpatía que se han comprobado desde siempre, esta desavenencia es ancestral, pero invariablemente se ha dado en terrenos del honor, de la sana y caballerosa competencia, hasta de la fraternidad. Sin embargo, ha dejado siempre en los miembros de la Armada un sentimiento de insatisfacción. Esta es una situación normal en aquellos ejércitos que por distintas razones sus fuerzas de tierra privan sobre las otras.

¿Quién es capaz de decirle al Presidente, sabiendo su obstinación, el grave peligro que está provocando con su inacción? Pareciera que él no lo percibe. El secretario de Marina seguirá forzando las situaciones en cuanta brecha encuentre. Ya trata directamente, creando serios peligros, con las agencias de inteligencia estadunidenses, cuando era un canon del orden que ninguna de las fuerzas armadas lo hiciera, que todo se canalizara por el Cisen. La actitud del almirante es soberbia e irresponsable; nuestros militares o marinos no están adiestrados para tratar con tan avezados y pérfidos sabuesos de la política internacional.

No es un problema de menosprecio, es sencillamente que no es su especialidad, esto es simplemente una realidad. El secretario de la Defensa, por razones de carácter, seguirá siendo tolerante, gentil y subordinado a las instrucciones presidenciales. Sí, pero ambas situaciones, ¿a qué precio y con qué riesgo? La sociedad, con esa marginación tradicional en que se le ha mantenido respecto de las fuerzas armadas, no percibe este conflicto, menos lo valora como riesgo superior. Otro problema mayor.

Vuelvo al texto de la red social: “Qué tristeza, o mejor dicho, qué poca madre que mientras se recrudece la violencia y hay más ejecutados, desmembrados, decapitados, extorsionados, etcétera, estemos así”.


¿En qué pueden creer los que no creen?

Octavio Rodríguez Araujo

Todo parece indicar que Felipe Calderón no logra consensos en ningún lado, ni siquiera entre los suyos. Constantemente le corrigen la plana, o se la corrigen entre sí sus propios colaboradores. El resultado es que ya no sabe uno, humilde lector de periódicos, qué es verdad y qué es mentira.

Esto no pasaba antes, digamos hace 30 años, más o menos. Al gobierno no le creíamos nada, ni los censos de población, mucho menos el padrón electoral o las cifras de la inflación o del desempleo. Pero les creíamos a los movimientos sociales y a los grupos ciudadanos incluso en épocas de catástrofes. Ahora tenemos que cruzar información para más o menos darnos una idea de por dónde va la bolita y si apoyamos o no a un cierto grupo o movimiento social. El descrédito cabalga entre todos los mexicanos y ya ni la Iglesia convence con sus argumentos y gritos desaforados de algunos obispos bocones; al contrario, cada vez pierde más creyentes.

La pregunta del coloquio organizado por la UNAM Valores para la sociedad contemporánea, llevado a cabo en Tlatelolco, es altamente significativa y una invitación a la reflexión: ¿En qué pueden creer los que no creen? Mi apreciada Juliana González lo dijo muy bien: Se requiere, de manera literal, actualizar el valor de los propios valores y la manera de valorarlos, y esto, planteado sobre los valores, es igual para la información y el análisis, incluso político. En el mismo día y en el mismo diario (La Jornada) se lee que la señora Elba Esther Gordillo ha convocado a defender la educación laica en las aulas, en tanto que hace siete años ayudó al financiamiento de la Guía para padres de la fundación Vamos México para inculcar en los niños mexicanos los valores de Marta Sahagún y de su militancia en Regnum Christi (organización católica de los controvertidos legionarios de Cristo para hacer apostolado con base en los valores de la Iglesia). ¿A cuál Elba Esther le creemos, a la de 2003 o a la de 2010? En mi opinión, a ninguna, y lo que digo sobre ella lo diría por casi todo mundo; casi, porque hay excepciones.

La pregunta del coloquio también podría haber sido: ¿por qué no creen los que antes sí creían? Y la respuesta, que puede ser muy amplia y profunda en conceptos filosóficos y de otras disciplinas, puede resumirse en que no creemos, si acaso antes creíamos, porque se nos miente en todos lados y porque deliberadamente se nos da información ayuna de solidez y de fuentes confiables.

Las instituciones financieras, tanto internacionales como nacionales, tanto privadas como públicas, nos dicen que la economía está mejorando y cuando salimos de compras para alimentarnos, vestirnos o entretenernos, nos encontramos que semana a semana los productos suben de precio, que las gasolinas también y que, para colmo, ahora no sólo importamos gasolinas sino también petróleo. Nos quitan Luz y Fuerza y automáticamente los recibos de luz de la CFE nos llegan por mucho más del doble de lo que gastábamos en el servicio el año pasado. La educación que brinda el Estado es constitucionalmente gratuita, pero no lo es, ni en la primaria, ni en la secundaria y bachillerato, ni en los estudios superiores (salvo en la UNAM). Se nos ofrecen datos sobre los jóvenes llamados ninis y el rector de la UNAM, con información más precisa y también oficial, nos advierte que la cifra de un cuarto de millón de jóvenes sin empleo y sin escuela es en realidad de más de 7 millones. Como yo salgo a la calle y veo una gran cantidad de jóvenes sin empleo y sin escuela, porque además les pregunto, le creo más a mi amigo José Narro que al gobierno de la República. Unos especialistas dan datos sobre mortalidad atribuida a la obesidad o al tabaco, y otros igualmente especialistas nos dan diferentes cifras. Para unos los muertos por la ilegal guerra de Calderón son tantos y para otros varios miles más, y así por el estilo en rubros de todo tipo.

De los partidos políticos ya ni vale la pena decir algo, están en el fondo de la credibilidad, y junto con ellos los diputados y los senadores. Lo mejor en la televisión son las películas, y a veces ni éstas. Las noticias sirven para ver a colores las tragedias de aquí y de allá, pero a los locutores hay que sacarles la raíz cuadrada de lo que dicen.

Cientos de miles de mexicanos, tal vez millones, quisieran vivir en otro país, pero en la frontera norte sólo los adinerados se van al otro lado sin el riesgo de que la xenofobia (que no es exclusiva de Arizona) les haga el feo. Los pobres se encuentran con una valla cada vez más alta y vigilada y en su propio país no encuentran trabajo, son ninis sin esperanza y cuando tienen trabajo los empresarios se declaran insolventes y venden a la sagrada familia y socios sus empresas, como Mexicana, y exprimen la paciencia y la vida de sobrecargos y pilotos sin que nadie los defienda pues los sindicatos tampoco son creíbles, si alguna vez lo fueron.

En Cuernavaca el gobierno priísta nos ha dejado sin servicios de recolección de basura; y menciono esto porque alguna vez llamé a votar por Martínez Garrigós y me equivoqué. Me equivoqué porque les creí a algunos amigos que me dijeron que era un joven eficiente. Eficiente era la empresa que recogía la basura, pero le quitaron la concesión dando argumentos que, por supuesto, no creemos.

¿En qué pueden creer los que no creen? En nada. Y esto no me regocija; al contrario: me preocupa y me entristece, pues nos dice lo mal que estamos.

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