México
es uno de los pocos países democráticos emergentes en que las
organizaciones de la sociedad civil dedicadas a ayudar y proteger a
miembros de su comunidad se debilitan y cierran sus puertas ante la
crisis. Si bien es cierto que a nivel global las grandes organizaciones
civiles defensoras de los derechos humanos enfrentan una crisis
económica histórica, lo de México, como los frijoles, se cuece aparte.
Las
Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) asumen una tarea de defensa
de ciertos grupos sociales (desde cáncer, personas con capacidades
diferentes, hasta erradicación de la violencia en todas sus
expresiones), y con su trabajo profesional articulan modelos de
protección y atención que, sin ellas, quedarían absolutamente
desprotegidas.
Durante
los 70 años de priísmo las OSC precisaban de la venia de los
gobernadores para operar y adquirir la deducibilidad de impuestos que
les permite obtener donativos; con esa venia se hacía un acuerdo tácito
de no criticar al gobierno a cambio de que el gobierno no les atacara o
desacreditara; quienes quedaban fuera eran catalogadas como
“organizaciones rebeldes o comunistas”. Los registros de organizaciones
profesionales eran inexistentes. Fue hasta fines de los 90 que en
México los movimientos civiles impulsaron la Ley Federal de Fomento a
las Organizaciones de la Sociedad Civil. La Secretaría de Desarrollo
Social creó un patrón de registros que permite reconocerlas e impulsar
políticas de colaboración entre el Estado y estos grupos. El problema
es que solamente siete entidades han aprobado esta ley y la mayoría
carecen de registros. Las reglas establecen que las que no estén
registradas debidamente no pueden operar de manera legal.
Según
datos oficiales, México, con 115 millones de habitantes, cuenta con 16
mil OSC. Estados Unidos, con una población de 310 millones, tiene un
millón 500 mil OSC registradas, según datos del investigador Óscar Moya
Marín, quien estima que existe una OSC por cada 49 mil habitantes para
México y de una OSC por cada 18 mil para EU.
El
registro oficial cuenta con 11 mil 809 organizaciones, pero se calcula
que existen unas 35 mil, y este crecimiento se debe al incremento de
violencia en el sexenio calderonista y su consecuente aumento de
tortura, fabricación de falsos culpables y violación a los derechos
humanos.
Argentina
cuenta con 120 mil OSC especializadas e India registra más de un millón
de éstas, que reciben fondos internacionales para ayuda humanitaria de
toda índole. En México la Secretaría de Hacienda reporta tener 8 mil
300 organizaciones con permisos de deducibilidad para operar legalmente.
Un
estudio de la Función Pública reveló que seis de cada 10 personas en
México prefieren dar limosna en la calle que hacer un donativo formal a
una organización en su comunidad. Los prejuicios y desconfianza que en
México se tienen hacia las OSC no se viven en Guatemala ni en India,
países similares en niveles de corrupción; más bien responde al papel
que el Estado ha jugado para desacreditar públicamente a las
organizaciones que son críticas del sistema y a la falta de cultura de
corresponsabilidad ciudadana. La vida de las organizaciones se debilita
y vuelve más compleja en la medida en que los donatarios
independientes, eminentemente internacionales, exigen colaboración con
gobiernos locales a quienes normalmente estas organizaciones exhiben
por corrupción. Por otro lado las donatarias no invierten si la
organización no es medianamente autosuficiente, sin entender que no hay
autosuficiencia en un país cuyo régimen ahorca la colaboración.
En
EU, cuatro de cada 10 empresas hace donativos a organizaciones civiles,
en México es una de cada 10 mil. Las empresas mexicanas no tienen
alicientes para colaborar, pero tampoco quieren tener problemas con los
gobiernos locales. Muy pocas apoyan el trabajo de quienes protegen
migrantes indocumentados o víctimas de violencia doméstica y trata de
personas. Su argumento es que temen que los agresores y sus cómplices
(que pueden estar vinculados con los gobiernos, policías o incluso
militares corruptos), averigüen que su empresa ha donado y ello les
traiga represalias. Este es un temor fundado por la cultura del terror
que han generado los gobiernos que promueven el miedo como un agente
desestabilizador que les permite tener el control de la sociedad. El
clásico divide y vencerás llevado a sus últimas consecuencias. Lo
cierto es que mientras la sociedad no apoye a quienes erradican la
pobreza, desigualdad, violencia y enfermedad de sus comunidades, éstas
seguirán creciendo sin remedio. Es más fácil cambiar el comportamiento
comunitario que renovar el sistema económico y político que nos tiene
atrapados en la incertidumbre.
www.lydiacacho.net
@Lydiacachosi
Periodista
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