Carlos Bonfil
Fotograma de Leviathan, película más reciente de Andréi Sviáguintsev, que se exhibe en la Cineteca Nacional
Una troika desbocada. La referencia a Leviathan, figura
monstruosa aludida en varios textos bíblicos, particularmente en el
libro de Job, y también en la literatura contemporánea como título de
una novela de Paul Auster, tiene tal vez su metáfora más perturbadora
al relacionarse con el poder omnívoro del Estado en el tratado político
homónimo de Thomas Hobbes del siglo XVII. No sorprende entonces que un
cineasta tan perspicaz y agudo como el ruso Andréi Sviáguintsev (El regreso, 2003; Elena, 2011) recurra a semejante figura para plasmar en Leviathan,
su película más reciente, la indefensión de un ciudadano común frente a
la corrupción económica y política que lentamente va quebrantando su
existencia y la de los seres que lo rodean.
En una pequeña población costera al norte de Rusia, Kolia (Alexey
Serebryakov), hombre apacible que vive con su esposa e hijo
adolescente, se enfrenta en un litigio a un alcalde prepotente que
intenta despojarlo de su casa con el fin de utilizar el terreno para
negocios personales. Para frenar el acoso y las presiones del político,
Kolia pide ayuda a Dimitri, reconocido abogado moscovita y antiguo
compañero del ejército, quien accede a ocuparse del asunto. La
estrategia disuasiva ideal será evidenciar las corruptelas del alcalde
en busca de su relección, y obligarlo a desistir de su empeño.
El realizador y su guionista, Oleg Negin, sitúan la acción en la
época actual y hacen del poblado en que vive Kolia y de la anécdota de
su querella jurídica, el microcosmos de todo un país en el que imperan,
sin freno alguno, la corrupción y la impunidad. La figura de un
sacerdote que ostensiblemente se coloca del lado del poder al tiempo
que aconseja a Kolia tener en el asunto la resignación y paciencia de
Job, señala también la intervención creciente de las instituciones
religiosas en los asuntos del Estado. Algunos tratos turbios se manejan
en las oficinas del alcalde bajo el retrato de Vladimir Putin, como
persistencia de las figuras autocráticas del pasado político del país.
A todo esto se añade la lenta desintegración del matrimonio de Kolia y
la intratable rebeldía de Roma, el hijo adolescente.
De
los conflictos familiares en las cintas anteriores de Sviáguintsev se
transita ahora a un señalamiento más directo de las realidades
políticas de una Rusia que Dostoievski (un autor favorito del cineasta)
calificaba ya de “troika desbocada” en Los hermanos Karamazov. (“Nuestra troika fatal
corre al galope hacia el abismo quizá”.) Radiografía lúcida de un país
en apariencia resignado a la pérdida de sus valores espirituales y a
todo sentimiento de solidaridad humana. El título de la cinta ilustra y
condensa la visión pesimista del director en la que, a la fecha, parece
ser su realización más afortunada y redonda.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, a las 13 y 16 horas.
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