Alejandro Alemán
En su tercer largometraje, Elvira, Te Daría Mi Vida pero la Estoy Usando,
Manolo Caro repite básicamente todas las fórmulas que nos ha recetado
ya en sus filmes previos, entre otras: una estética que parece robada
de alguno de los primeros filmes de Almodóvar, una troupe coral de
actores, un diseño de producción sumamente cuidado, diálogos que lo
mismo rozan con la telenovela que con el fraseo propio de un libro de
autoayuda, mecanismos artificiales para hacer avanzar la trama, y un
título rimbombante con chistorete incluído.
El único truco que Caro omite en esta tercer entrega es contar con un
guión previamente remozado, revisado y pasado por la prueba de fuego
del teatro. Esta, a diferencia de sus otras dos cintas, no se trata de
una adaptación de una obra teatral, sino que está concebida como un
producto para llevarse directamente a cine.
Así, sin red de protección, Manolo Caro entrega su película más
caótica, histérica, inconsistente y estrafalaria hasta el momento.
La premisa es sumamente sencilla; Elvira (hermosa Cecilia Suárez), es
un ama de casa abnegada que un buen día se despierta con la noticia de
que su marido ha desaparecido. La mujer no se concibe a sí misma sin su
pareja, por lo que sale a su búsqueda en una ruta de eventos
completamente inverosímiles que la llevarán a tener contacto con toda
una pléyade de personajes disímbolos (y en su mayoría desperdiciados)
que van desde su vecina beata (Vanessa Bauche), su madre (Angélica
Aragón), su amiga de toda la vida (Angie Cepeda), la telefonista
alcahueta (Mariana Treviño) hasta Ricardo (Luis Gerardo Méndez, por fin
dejando a un lado su papel de Javi Noble), empleado de la funeraria de
su amiga y el cual fungirá como cómplice en su búsqueda frenética.
Claramente, el director y guionista pretende hacer de esto una especie
de homenaje a la mujer en un universo de féminas solitarias donde su
protagonista irá cambiando de rol, pasando de madre abnegada a amante
furiosa, de hija frustrada a neo femme fatale de pelo corto, de mujer
inocente a una capaz de tomar las riendas de la vida por sí misma.
El tono de la cinta cambia casi tanto como el acento de Suárez, pasando
de la comedia de situaciones, al melodrama telenovelero y de regreso.
El guión está repleto de oportunismos dramáticos, tan inconsistentes
como arbitrarios, como único recurso para hacer avanzar su disparatada
trama.
En medio de toda esta sarta de excentricidades gratuitas, está la
propia Cecilia Suárez, quien no obstante rozar en la sobreactuación,
lleva con cierta gallardía el rumbo de esta que, en realidad, es su
película. La histeria asumida en cambios de personalidad cuasi
instantáneos, el radical cambio de look de tierna a dominante, la
mirada que transmite la desesperación y en general el coraje para
asumir por completo los caprichos de un guión politonal entre
telenovela, drama, comedia y disparate kitsch.
Técnicamente irreprochable, Caro, al igual que en sus cintas
anteriores, habla de un México que no existe o del cual es difícil
identificarse: si bien abandona a los "chavos" que andan en Alfa Romeo
y cuya mayor preocupación es el amor y los kilos de más de Amor de mis Amores (2014), o a los personajes neo hipster en homenaje a Sexo, Pudor y Lágrimas en No sé si cortarme las venas o dejármelas largas
(2013), el México de Caro sigue siendo de postal pseudo folclórica de
Sanborns, donde los lugares son identificables pero siempre bajo las
capas de un filtro que hace que todo se vea agradable y aséptico.
¿De qué México habla Caro en su cine? Supongo habrá quien se identifique. Yo no.
Twitter: @elsalonrojo
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