Detrás de la Noticia | Ricardo Rocha
No se me ocurre otro modo de expresar la sensación de vacío que nos provoca este país. Y es que el crimen organizado nos “levantó”, nos encerró, nos mantiene incomunicados y ya hasta aumentó el monto del rescate. De no pagarlo, nos acabará de matar.
Aquí no se habla de otra cosa que no sea la violencia nuestra de cada día. Con su caudal de descabezados, narcobloqueos, crímenes, plagios, torturas y fuegos cruzados. La muerte acechando en cada esquina. La discusión macabra de cuántos miles van exactamente. Y el temor de que todo esto se nos va haciendo cada vez más cotidiano, más rutinario. Como si ya fuera parte de la vida misma.
Así son estos obsesivos días circulares. Como el título de aquel libro de mi cuate Gustavo Sáinz donde los protagonistas no pueden huir del entramado de su propia historia sobre la que giran un día sí y otro también. Sometidos a un hartazgo que empieza a hacer insoportable la existencia.
Así está igualmente el calderonismo. Secuestrado por un tema único y obsesivo; girando alrededor de un sólo propósito, que es una lucha perdida que nos desangra a todos; haciendo a un lado los temas esenciales de la nación para seguir obcecado en el delirio monotemático del narco. A ver ¿y el resto de las tareas del gobierno?, ¿Y los grandes desafíos del país? Cuándo Calderón ha convocado a reuniones semejantes a los Diálogos por la Seguridad para debatir por ejemplo la salud, la productividad, las tendencias demográficas, las condiciones económicas y sociales de las próximas décadas y la pérdida de expectativas para nuestros jóvenes. Me pregunto también cuántas veces el Presidente ha recibido a los secretarios de Educación y Desarrollo Social y cuántas veces a los de la Defensa y Seguridad Pública. Cuánta energía ha malgastado el gobierno en una guerra sobre la que no oye ni escucha porque mantiene inamovibles sus dogmas: el Ejército seguirá en la calle; el fuero militar no se toca; la violencia se combate con más violencia; la inteligencia puede esperar; la policía única es la panacea; el debate sobre la legalización fue sólo un petate distractor. Así que opinen lo que quieran pero nosotros seguiremos como hasta ahora. Sí, es verdad que nos propusimos como la presidencia del empleo, eso fue en la campaña, pero luego cambiamos de opinión. Había que legitimarse. Que no calculáramos el precio ha sido pura mala suerte.
Por cierto, el Presidente ya amenazó con que más dinero para su guerra o habrá más impuestos. Eso confirma el secuestro.
P.D. Y a ver ahora de qué escribo en la próxima entrega.
No se me ocurre otro modo de expresar la sensación de vacío que nos provoca este país. Y es que el crimen organizado nos “levantó”, nos encerró, nos mantiene incomunicados y ya hasta aumentó el monto del rescate. De no pagarlo, nos acabará de matar.
Aquí no se habla de otra cosa que no sea la violencia nuestra de cada día. Con su caudal de descabezados, narcobloqueos, crímenes, plagios, torturas y fuegos cruzados. La muerte acechando en cada esquina. La discusión macabra de cuántos miles van exactamente. Y el temor de que todo esto se nos va haciendo cada vez más cotidiano, más rutinario. Como si ya fuera parte de la vida misma.
Así son estos obsesivos días circulares. Como el título de aquel libro de mi cuate Gustavo Sáinz donde los protagonistas no pueden huir del entramado de su propia historia sobre la que giran un día sí y otro también. Sometidos a un hartazgo que empieza a hacer insoportable la existencia.
Así está igualmente el calderonismo. Secuestrado por un tema único y obsesivo; girando alrededor de un sólo propósito, que es una lucha perdida que nos desangra a todos; haciendo a un lado los temas esenciales de la nación para seguir obcecado en el delirio monotemático del narco. A ver ¿y el resto de las tareas del gobierno?, ¿Y los grandes desafíos del país? Cuándo Calderón ha convocado a reuniones semejantes a los Diálogos por la Seguridad para debatir por ejemplo la salud, la productividad, las tendencias demográficas, las condiciones económicas y sociales de las próximas décadas y la pérdida de expectativas para nuestros jóvenes. Me pregunto también cuántas veces el Presidente ha recibido a los secretarios de Educación y Desarrollo Social y cuántas veces a los de la Defensa y Seguridad Pública. Cuánta energía ha malgastado el gobierno en una guerra sobre la que no oye ni escucha porque mantiene inamovibles sus dogmas: el Ejército seguirá en la calle; el fuero militar no se toca; la violencia se combate con más violencia; la inteligencia puede esperar; la policía única es la panacea; el debate sobre la legalización fue sólo un petate distractor. Así que opinen lo que quieran pero nosotros seguiremos como hasta ahora. Sí, es verdad que nos propusimos como la presidencia del empleo, eso fue en la campaña, pero luego cambiamos de opinión. Había que legitimarse. Que no calculáramos el precio ha sido pura mala suerte.
Por cierto, el Presidente ya amenazó con que más dinero para su guerra o habrá más impuestos. Eso confirma el secuestro.
P.D. Y a ver ahora de qué escribo en la próxima entrega.
Alberto Aziz Nassif
Crisis de seguridad y polarización
Hoy, cuando el miedo y el desasosiego rondan por todos los rincones del país, comprobamos cotidianamente que México ha perdido un bien fundamental, la seguridad. Al mismo tiempo, vemos a un gobierno que obsesivamente repite que seguirá con más de lo mismo hasta el final del sexenio, y escuchamos a una oposición que, de forma repetida, señala los errores del gobierno, pero en ninguna de las dos partes existe la voluntad de sentarse en una mesa a ver por el país, más allá de la demagogia acostumbrada y los cálculos electorales, que se han vuelto el principio y el fin de la política en el país.
¿Por qué se ha estructurado así la política de este país? Hay en la historia nacional, múltiples registros de una polarización entre las fuerzas gubernamentales y la oposición, que han generado rupturas sistemáticas a través de los diferentes tipos de régimen político. Ante los conflictos, la mayor parte de las veces no se llega a soluciones por consenso, no se logran acuerdos y pactos, sino que predominan los enfrentamientos, la polarización, la radicalización y la exacerbación de las posiciones.
Una breve mirada histórica nos muestra que incluso en los momentos en que se promulgaba la Constitución de 1917, la violencia y la polarización eran el clima dominante. La centralización del poder presidencial y un pacto social más incluyente durante el cardenismo, dejaron fuera o restringieron los derechos políticos y sociales. A partir de los años cuarenta se agudizaron los mecanismos de control social para apuntalar un modelo de desarrollo y se aprovecharon las estructuras corporativas existentes, que operaron como mecanismos de contención social. Con sangre se impuso la regla de que el líder o la organización que quisiera autonomía, democracia o un simple cambio de interlocución con el gobierno era condenado, combatido, reprimido, porque el gobierno no permitía la disidencia, y para cualquier disidencia era inimaginable sentarse a una mesa de negociación, porque eso representaba claudicar.
Con el paso de los años, el modelo entró en crisis y se empezaron a dar espacios que liberalizaron poco a poco la presencia de las oposiciones, tanto de la derecha, como de la izquierda, cobraron fuerza y apoyo ciudadano. Pero quedan en la memoria las represiones campesinas, obreras, estudiantiles, indígenas y, más tarde, las expresiones guerrilleras; todas pueden ser vistas desde el eje de la polarización. Así llegamos al momento de abrir el sistema o llegar a la fractura social, y en 1977 una reforma electoral inicia lo que hoy conocemos como un régimen político con democracia electoral. Al paso de los años, no dejó de haber fracturas, asesinatos políticos, ajustes, fraudes, avances y retrocesos; en las últimas décadas hubo momentos en donde las disidencias y las oposiciones se sentaron en la mesa de negociación con el gobierno para impulsar reformas y propiciar una transición democrática, que hoy muchos consideran fallida.
Uno de los momentos de ese recorrido fue el pacto para la reforma electoral de 1996, que posibilitó las alternancias, oxigenó el escenario y creó el efecto de un acceso democrático al poder; las expectativas iniciales así lo confirmaron en 1997, 2000 y 2003. Pero llegamos al 2006 y regresó la polarización entre disidencia y gobierno, además de que los impulsos democratizadores del régimen no pasaron la siguiente fase, la de un pacto para transformar las instituciones y acordar las reformas, tanto las del método democrático como las sustantivas de un proyecto nacional.
Estamos con una democracia vulnerada y no se puede avanzar hacia un pacto que recupere el bienestar, la seguridad, que combata en serio la corrupción, y establezca un sistema de legalidad satisfactorio para disminuir la terrible impunidad en la que estamos atrapados. Hoy la polarización se ha instalado en torno a una fallida estrategia en contra del narco y del crimen organizado que ha dinamitado la seguridad y amenaza con derrumbar al Estado. Además de la penetración del crimen, hay una captura del Estado por intereses mediáticos, empresariales, sindicales y partidistas. ¿Cómo reconstruir al Estado y detener la destrucción de una violencia que arrasa la vida de múltiples ciudades y que tiene a los ciudadanos ante una completa indefensión, con una autoridad rebasada y capturada? Mientras tanto, la clase política juguetea y se da el lujo de mirarse al ombligo, porque no le conviene entender la gravedad en la que estamos. ¿Cómo vamos a llegar así al 2012, que será otro momento de polarización?, ¿Es viable una sucesión presidencial en medio de tanta violencia y con una inseguridad creciente?
Investigador del CIESAS
¿Por qué se ha estructurado así la política de este país? Hay en la historia nacional, múltiples registros de una polarización entre las fuerzas gubernamentales y la oposición, que han generado rupturas sistemáticas a través de los diferentes tipos de régimen político. Ante los conflictos, la mayor parte de las veces no se llega a soluciones por consenso, no se logran acuerdos y pactos, sino que predominan los enfrentamientos, la polarización, la radicalización y la exacerbación de las posiciones.
Una breve mirada histórica nos muestra que incluso en los momentos en que se promulgaba la Constitución de 1917, la violencia y la polarización eran el clima dominante. La centralización del poder presidencial y un pacto social más incluyente durante el cardenismo, dejaron fuera o restringieron los derechos políticos y sociales. A partir de los años cuarenta se agudizaron los mecanismos de control social para apuntalar un modelo de desarrollo y se aprovecharon las estructuras corporativas existentes, que operaron como mecanismos de contención social. Con sangre se impuso la regla de que el líder o la organización que quisiera autonomía, democracia o un simple cambio de interlocución con el gobierno era condenado, combatido, reprimido, porque el gobierno no permitía la disidencia, y para cualquier disidencia era inimaginable sentarse a una mesa de negociación, porque eso representaba claudicar.
Con el paso de los años, el modelo entró en crisis y se empezaron a dar espacios que liberalizaron poco a poco la presencia de las oposiciones, tanto de la derecha, como de la izquierda, cobraron fuerza y apoyo ciudadano. Pero quedan en la memoria las represiones campesinas, obreras, estudiantiles, indígenas y, más tarde, las expresiones guerrilleras; todas pueden ser vistas desde el eje de la polarización. Así llegamos al momento de abrir el sistema o llegar a la fractura social, y en 1977 una reforma electoral inicia lo que hoy conocemos como un régimen político con democracia electoral. Al paso de los años, no dejó de haber fracturas, asesinatos políticos, ajustes, fraudes, avances y retrocesos; en las últimas décadas hubo momentos en donde las disidencias y las oposiciones se sentaron en la mesa de negociación con el gobierno para impulsar reformas y propiciar una transición democrática, que hoy muchos consideran fallida.
Uno de los momentos de ese recorrido fue el pacto para la reforma electoral de 1996, que posibilitó las alternancias, oxigenó el escenario y creó el efecto de un acceso democrático al poder; las expectativas iniciales así lo confirmaron en 1997, 2000 y 2003. Pero llegamos al 2006 y regresó la polarización entre disidencia y gobierno, además de que los impulsos democratizadores del régimen no pasaron la siguiente fase, la de un pacto para transformar las instituciones y acordar las reformas, tanto las del método democrático como las sustantivas de un proyecto nacional.
Estamos con una democracia vulnerada y no se puede avanzar hacia un pacto que recupere el bienestar, la seguridad, que combata en serio la corrupción, y establezca un sistema de legalidad satisfactorio para disminuir la terrible impunidad en la que estamos atrapados. Hoy la polarización se ha instalado en torno a una fallida estrategia en contra del narco y del crimen organizado que ha dinamitado la seguridad y amenaza con derrumbar al Estado. Además de la penetración del crimen, hay una captura del Estado por intereses mediáticos, empresariales, sindicales y partidistas. ¿Cómo reconstruir al Estado y detener la destrucción de una violencia que arrasa la vida de múltiples ciudades y que tiene a los ciudadanos ante una completa indefensión, con una autoridad rebasada y capturada? Mientras tanto, la clase política juguetea y se da el lujo de mirarse al ombligo, porque no le conviene entender la gravedad en la que estamos. ¿Cómo vamos a llegar así al 2012, que será otro momento de polarización?, ¿Es viable una sucesión presidencial en medio de tanta violencia y con una inseguridad creciente?
Investigador del CIESAS
No hay comentarios.:
Publicar un comentario