Para mí, el mérito mayor fue, antes que nada, de Cuauhtémoc Cárdenas. No sé si por prejuicios o por malas vibras, a Cuauhtémoc se le consideraba refractario a la unidad, no obstante que siempre ha estado llamando a ella. Su distanciamiento de López Obrador, que para todos es inexplicable, era una evidencia del tamaño del mundo. Ciertamente, él no está de acuerdo con los pronunciamientos de López Obrador. Había ahí rencores que nadie comprendía, pero que se hacían presentes. Cuauhtémoc no estaba con López Obrador. Tampoco lo está ahora, por supuesto. Pero volvió a reunirse con él y hasta se les pudo ver conversando afablemente.
El acto de Ecatepec tuvo una gran virtud: mostró a un PRD hecho trizas hasta entonces, ahora unificado y mostrando un solo destino. Encinas debe haber hablado con cada uno de los tres líderes y les habrá dicho, en tono muy fuerte, que si no iban a su arranque de campaña él se sentiría traicionado. También debe haberles dicho que de ellos y de su unidad en torno a él dependían sus posibilidades de triunfo en esta dificilísima justa electoral. Me imagino también que los convenció. No creo que haya tenido muchas dificultades en hacerlo con López Obrador y Ebrard. Con Cárdenas tuvo su reto mayor. Debió ser un paso muy difícil. Pero lo logró. Cárdenas aceptó asistir al evento.
A Cárdenas se le debe dar un lugar especial en el PRD y en la izquierda. Lo más significativo del acto fue su presencia. Muchas heridas se vieron sanadas por ello solo. Los Chuchos ahora adquieren su exacta dimensión. Han dejado de tener el poder político que tuvieron indebidamente. Ahora sólo conservan el poder burocrático que se ve atado de pies y manos por los acuerdos políticos que los verdaderos líderes de la izquierda están logrando. Se debe a ellos, a estos líderes de la izquierda, que ésta corriente histórica ahora aparezca unificada y triunfante. Al día siguiente del acto en Ecatepec, Encinas saltó casi dos puntos en las encuestas amañadas que se hacen sobre las preferencias en el Edomex.
La peor carta de presentación de la izquierda era su rijosidad inveterada y su estúpida incapacidad para hacer política. La gente repudia a los ineptos y, desde luego, a los divisionistas y facciosos. Los Chuchos son los grandes perdedores, pero también los grandes ganadores: ahora se ponen, después de muchos años de faccionalismo, al servicio de la izquierda unificada. No han opuesto ninguna resistencia, porque ninguna podían oponer, al proceso de unificación de la izquierda. Ahora hasta se les ve contentos, y tienen razón. Estuvieron a punto de ser sepultados junto con su poder burocrático inservible.
El PRD está semidestruido por efecto de esa estúpida lucha de facciones y de tribus que lo han convertido en botín de mafias ineptas para hacer política. Ahora puede verse que su reunificación sólo podía ser posible por una unificación previa de sus liderazgos nacionales. Para un partido sin brújula y perdido en la infinidad de liderazgos parciales no hay posibilidades de una verdadera unificación. Sólo sus liderazgos nacionales unidos en una causa común pueden ser capaces de volverlo a reunir. No hay perredista hoy, no obstante las disidencias y las pugnas que se dieron en los meses pasados, que no crea que la unidad, por encima de las facciones, es posible cuando los líderes nacionales vuelven a encontrarse y actuar de consuno.
Aparte de Encinas, el que debe estar más feliz por el evento es López Obrador. Él no tiene por qué convertirse en demiurgo o creador de ese acto de unidad. Pero debe saber que su lucha a favor de la unidad de la izquierda y en contra de las alianzas espurias con la derecha panista en el estado de México, al fin, dio resultados y convenció a todos. Las posibilidades de este logro son inmensas. El PAN no tiene futuro con su yunquista Bravo Mena. Éste no puede ser candidato de nadie. No tiene atractivo alguno para los ciudadanos comunes. Es un bravucón sin ideas ni convicciones. En su primer acto de campaña se le vio desangelado, abandonado por sus líderes. Va a ser una simple figura decorativa: la derecha que se está yendo, porque no tiene ya nada que hacer en este país.
El mérito de Marcelo Ebrard fue también el de hacerse presente. La verdad sea dicha, pareció una figura de segunda frente a los dos grandes líderes del perredismo. A él lo caracteriza su colosal ambición de disputarle a López Obrador la candidatura de la izquierda a la Presidencia de la República. Pudo verse en el acto de Ecatepec su verdadera estatura. Cuando gobernaron Cárdenas y López Obrador en el DF y pudo verse que cada vez lo hacían mejor, la presencia del perredismo en la capital creció y se fortaleció. Con Ebrard tenemos un proceso inverso: entre más pasa el tiempo de su gobierno, más cunden los vicios y las corruptelas y mayores son las amenazas a la hegemonía del PRD en el DF. Todo ello la gente lo ve y se lo guarda. Ebrard ha estado haciendo las cosas muy mal en la capital y eso marca su destino y, lo que es peor, el de la izquierda aquí.
En Ecatepec, a Cárdenas se le vio con verdadero afecto y devoto reconocimiento a su valentía tan sólo por su asistencia al acto. A López Obrador, como siempre, con verdadera adoración a su liderazgo carismático. A Ebrard como a un extraño que está errando al gobernar y está poniendo en peligro la hegemonía perredista en el DF. Nadie entiende cómo es que puede pretender competir con López Obrador por la candidatura a la Presidencia. Nadie entiende sus enjuagues con los Chuchos cuando éstos le tendieron el anzuelo de su candidatura en contra de la del tabasqueño. Nadie entiende qué es lo que pretende Ebrard ni cómo busca lograr sus objetivos.
De cualquier forma, la experiencia de Ecatepec dejó una muy agradable sensación en todos, dentro y fuera del PRD. Siempre es agradable ver a una izquierda unificada, sobre todo en sus mandos nacionales, en sus dirigencias, que representan a todos. Una izquierda unificada en su cúpula es una izquierda que a todos les da confianza y entusiasmo. Se vuelve una izquierda confiable y, en realidad, capaz de gobernar. Es también una izquierda capaz de obtener triunfos a veces inesperados, como el de Cuauhtémoc en 1997. A todos les da valor.
Dos días después de Ecatepec, Eruviel Ávila comenzó a bajar en las encuestas infladas que Peña Nieto ordenó para él. Llegará el momento en que la justa electoral nos presente a dos contendientes que son del mismo peso.
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