Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info).
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
“Debemos ser conscientes de que la lengua está pasando por una suerte de mutación en que los contenidos empiezan a pudrirse ante la indiferencia general”.
José Saramago
En algún lugar del tiempo, sobre la línea perpetua de la historia, yacen inmutables los hitos en el pensamiento humano, los testimonios irrefutables de los vaivenes en las ideas, de la metamorfosis de las palabras, de la tergiversación de los miedos…
El siniestro ataque a un casino en la ciudad de Monterrey provoca la indignación general y el repudio proviene de todos los rincones del territorio nacional y se expande a la comunidad internacional. La condena a la violencia deliberada contra víctimas inocentes es unánime; se exacerban las sensaciones de vulnerabilidad y de impotencia y las palabras no son suficientes para expresar el repudio consensuado.
Ante actos grotescos y aborrecibles como éste, es menester conservar una pisca de sensatez para no incurrir en superlativos que desencadenen reacciones incontrolables. En el preciso momento en que se definió este acto como terrorismo se encendieron las alertas en el concierto internacional: Barack Obama condenó en los términos más enérgicos posibles el ataque bárbaro y censurable; el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se declaró horrorizado por el ataque incendiario que asesinó a 53 persona;, Amnistía Internacional responsabilizó a las autoridades de una investigación verdaderamente exhaustiva para conocer la identidad de los autores de este crimen; y el secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría, lamentó profundamente los hechos de violencia ocurridos en Monterrey. Estas reacciones son previsibles en una aldea global donde la etiqueta del terrorismo implica todo lo aborrecible y condenable en la humanidad. Y en el ámbito mediático, el adjetivo terrorista provoca un bombardeo incesante que incide en la opinión pública; gracias a la extensa y excesiva divulgación de las imágenes de horror y sufrimiento se concatenan los engranes del mecanismo que modifica el orden de las ideas y, por consecuencia, las opiniones y las pautas de conducta.
Y así, en Monterrey y en todos los rincones de México se percibe la insufrible vulnerabilidad de la ciudadanía, y nadie en su sano juicio cuestiona la implementación de operativos militares para recuperar la esquiva paz social. Habrá quienes consideren como una prioridad la intervención de expertos extranjeros, algunos clamarán por el apoyo de las huestes al servicio de la libertad, porque ahora, todos los mexicanos estamos convencidos que estamos enfrascados en una guerra contra el crimen y que la vamos perdiendo. El fracaso y la fragilidad impregnan el imaginario colectivo y en estos momentos somos extremadamente manipulables. El terrorismo exhibe un reclamo, una ideología disidente y su divulgación flagela la mente de los inocentes. Pero en este caso, no hay causas justas, reclamos o ideales subversivos. Es la brutalidad en su máxima expresión, la consecuencia de años de impunidad e impericia para dirigir el estado mexicano. Y el terror ahora divulgado es el testimonio irrefutable de los vaivenes en las ideas, de la metamorfosis de las palabras, de la tergiversación de los miedos…
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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