Luis Hernández Navarro
Alberto
Pathistán no es una secuestradora francesa como Florence Cassez, ni un
narcotraficante como Rafael Caro Quintero, ni uno de los asesinos de la
matanza de Acteal. Es un profesor toztzil, integrante de la otra campaña, injustamente
preso desde hace 13 años. Ella, ellos y él no son lo mismo. A Cassez,
Caro Quintero y los paramilitares de Chenalhó la justicia los dejó en
libertad a pesar de ser culpables. Al maestro Pathistán el sistema de
justicia lo tiene en la cárcel no obstante ser inocente.
El Poder Judicial tuvo estos días la posibilidad de enmendar el daño
hecho con el indígena tzotzil del municipio de El Bosque. Pero este
jueves el primer tribunal colegiado del vigésimo circuito con sede en
Chiapas declaró infundadas las pruebas con las cuales sus abogados
buscaban obtener su absolución.
Ignominia sobre oprobio, la Suprema Corte de Justicia de la Nación
decidió ser cómplice de la injusticia y se lavó las manos. Apenas el
pasado mes de marzo, su primera sala resolvió, por tres votos contra
dos, no retener la competencia sobre el incidente de reconocimiento de
inocencia del maestro. El proceso fue retornado al tribunal que declaró
infundadas las pruebas a favor de Pathistán.
En un país en donde la aplicación del derecho tiene tras de sí un
fuerte sesgo político y en donde los jueces rara vez son independientes
del Ejecutivo, la resolución de los magistrados del primer tribunal
colegiado del vigésimo distrito, Freddy Gabriel Félix Fuentes, Manuel
de Jesús González Suárez y Arturo Eduardo Centeno Garduño, sólo puede
interpretarse como un mensaje de Estado. Un mensaje enviado tanto al
mismo encarcelado como a quienes ven en él un emblema de la lucha
contra la injusticia. El maestro es un rehén del poder.
Alberto Pathistán no es cualquier detenido: es el preso político de
mayor notoriedad en el país. Es una figura emblemática del movimiento
indígena, en que se resume la discriminación racial, el desaseo
procesal y el uso faccioso de la justicia que privan hacia los pueblos
originarios. Un símbolo de dignidad frente a los abusos del poder.
Literalmente, miles de voces dentro y fuera de México han exigido su
liberación inmediata. El pueblo creyente, el EZLN, el movimiento
indígena, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación
(CNTE), Amnistía Internacional y cientos de organismos defensores de
derechos humanos e intelectuales públicos están convencidos de su
inocencia y demandan su libertad. Es a ellos a quienes el Estado dijo
su última palabra: sus razones no me importan; los escucho pero no les
hago caso.
La
historia es conocida. El 12 de julio de 2000, en el paraje Las Lagunas
de Las Limas, Simojovel, fueron emboscados siete policías. Ese día y a
esa hora, Pathistán estaba a muchos kilómetros de distancia de ese
lugar. No importó. Igual lo responsabilizaron de los asesinatos. Fue
sentenciado por los delitos de delincuencia organizada, homicidio
calificado, portación de armas de uso exclusivo de las fuerzas armadas
y lesiones calificadas. En su juicio no hubo traductores. Los testigos
mintieron y no se presentaron evidencias sólidas de su culpa. A los
jueces les tuvo sin cuidado. Él fue a parar a la cárcel.
En todo el país, los pueblos indígenas resisten la devastación
ambiental y el despojo de sus tierras, territorios, aguas y semillas.
Para enfrentar la inseguridad pública y defenderse han formado policías
comunitarias. Mantener en prisión a Pathistán es un aviso del México de
arriba de lo que les puede suceder si persisten con la obstinación con
la que lo han hecho, en la defensa de sus recursos naturales y sus
formas de ejercer justicia.
Cientos de miles de maestros exigen la derogación de las reformas
laborales disfrazadas de educativas recientemente aprobadas por el
Congreso. En sus movilizaciones y su pliego petitorio demandan que el
profesor detenido, uno de los suyos, sea liberado. Negarle que salga de
la cárcel es una advertencia de lo que les aguarda a ellos de no
suspender sus acciones de desobediencia.
El zapatismo sigue empecinado en autogobernarse y conservar las
armas, al margen de las instituciones gubernamentales. Sigue siendo una
fuente de inspiración y ejemplo para muchas comunidades indígenas en el
país. Tener tras las rejas al adherente de la otra campaña es un aviso de que la guerra contra los rebeldes del sureste mexicano no ha terminado.
En un país en el que el derecho se aplica regularmente contra la
justicia, al Estado mexicano le tiene sin cuidado el que Alberto
Pathistán sea inocente y el que su juicio esté lleno de
irregularidades. No le incomoda el que su encarcelamiento sea un
escándalo internacional. Quiere, simple y llanamente, mandar un mensaje
para que quienes simpatizan con el profesor y su causa escarmienten. No
lo logrará. Como lo hace Pathistán, los muchos que se solidarizan con
él, resisten y seguirán resistiendo.
Twitter: @lhan55
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